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Memo Ánjel (José Guillermo Ángel) nació en Medellín, Colombia, como hijo de inmigrantes argelinos en 1954. Además de su oeuvre literario, Ánjel ha trabajado por 16 years como professor of de Comunicación Social en la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín.
Algunos de sus libros: La luna verde de Atocha (novela); La casa de las cebollas (novela), Todos los sitios son Berlín (novela), Libreta de apuntes de Yehuda Malaji, relojero sefardí (Ejercicios de imaginación sobre la conformación de los pecados), Zurich es una letra alef (novela), Tanta gente (novela), El tercer huevo de la gallina (novela) y Calor intenso (cuentos).
Considera la escritura como una actividad existencial, algo que le ayuda a analizarse a sí mismo y a reconocer la naturaleza de los demás. Profundamente en el sentido de la tolerancia y la vida misma. Según Anjel, solo el conocimiento necesario de lo que nos rodea nos permite sobrevivir y dar a nuestra existencia la suficiente transparencia.
Ánjel es uno de un grupo de autores colombianos modernos que ya no piensan y escriben de una manera específicamente colombiana, sino universal. “En todo el mundo, las personas tienen experiencias similares, ya sea que vivan en Colombia o en Alemania: tienen familia, trabajan, sufren y experimentan las mismas tragedias, la guerra y la emigración”.
Ánjel ha realizado un intenso estudio de los clásicos judíos, y en muchas de sus obras examina su propia historia sefardí y la cuestión de lo que significa ser un judío sefardí en la cultura de asimilación actual. Ha escrito varios ensayos sobre la contribución de la cultura árabe al desarrollo de la civilización occidental y el papel de la cultura y la historia judías en las ideas literarias y filosóficas contemporáneas.
Adaptado de Berliner Künstlerprogramm des Daad
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Memo Anjel (José Guillermo Ángel) was born in Medellín, Columbia, as the child of Algerian immigrants in 1954. Besides his literary oeuvre, Anjel has worked for 16 years as a professor of social communication at the Universidad Pontificia Bolivariana in Medellín.
Some of his books: La luna verde de Atocha (novel) La casa de cebollas (novel), Todos los sitios son Berlín (novel), Libreta de apuntes de Yehuda Malaji, relojero sefardí (Ejercicios de imaginación sobre la conformación de los pecados), Zurich es una letra alef (novel), Tanta gente (novel), El tercer huevo de la gallina (novel) and Calor intenso (stories).
He regards writing as an existential activity, something that helps him to analyse himself and to recognise the nature of others, in order to look deeply at the meaning of tolerance and life itself. According to Anjel, only the necessary knowledge of what surrounds us enables us to survive at all and to give our existence sufficient transparency.
Ánjel is one of a group of modern Colombian authors who no longer think and write in a specifically Columbian, but rather universal way. “All over the world, people have similar experiences ? whether they live in Columbia or Germany: they have a family, work, suffer, and experience the same tragedies, war and emigration.”
Anjel has made an intense study of Jewish classics, and in many of his works he examines his own Sephardic history and the question of what it means to be a Sephardic Jew in today’s culture of assimilation. He has written several essays on the contribution of Arabic culture to the development of occidental civilisation and the role of Jewish culture and history in contemporary literary and philosophical ideas.
Adapted from Berliner Künstlerprogramm des Daad
Para comprar/To buy: “Cuentos judíos”
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MESA DE JUDÍOS
fragmento de novela
1.
Ese año tampoco pudimos ir a Jerusalén, no hubo con qué. Sin embargo, mi padre, un hombre dedicado a la mecánica, se hizo a la idea de que para el año próximo tendríamos el dinero suficiente para salir, pues había tenido un sueño con Eliahu ha navi[1] y el profeta le había guiñado un ojo. Y presidiendo la mesa del comedor, acto que lo emocionaba porque le evidencia su papel de hombre con familia, comenzó a explicarnos cómo haría para obtener las monedas y los billetes, hablándonos de una máquina maravillosa que estaba inventando con base en la segunda ley de Newton. Una máquina para hacer pan. Todos lo miramos con ojos de brillantes y nos vimos atravesando el Mar Rojo al lado del invento, menos mi madre que, en lugar de aportar palabras al sueño, se levantó de la mesa y comenzó a recoger los platos. Le colaboró a la idea de mi padre con una sonrisa y, encogida de hombros, le dijo a mi hermana Marta que la ayudara con los vasos y los pocillos. Ese día, cuando mi padre nos explicaba con detalles cómo funcionaria la máquina que nos haría famosos, la noche fue tibia.
Por los días de Pésaj,[2] a mi padre le entraba un especie de fiebre de primavera y por su cabeza pasaban todo tipo invenciones que él llevaba cuidadosamente al papel y luego nos mostraba dibujos con lápices de color. Creo que Elías[3] (para quien siempre hubo un puesto en nuestra mesa) se asomó para ver los proyectos dibujados, esas máquinas inmensas que nos haría ricos en 360 días y que nos permitirían cumplir con la ilusión que habíamos ido conformando año tras año, con palabras y objetos. Porque pasaba que si no podíamos ir a Jerusalén, como nos habíamos prometido y planeado, Jerusalén llegaba hasta nosotros en forma de vasijas y postales, trocitos de piedras antiguas y manos de metal con un ojo abierto en la palma. Ojos que miraban todo, Como D-s (claro que D-s no mira sino siente), eso decían los libros. Objetos que nos enviaban los amigos, algún familiar o que mi madre, escurriendo sus ahorros, compraba en los almacenes de importados para regalárselos a papá. Incluso llegó a bordar varias telas con detalles de la tierra prometida, que mi padre miró y lloró. Era un emocional mi padre y sabíamos que él, en soledad, se traía todos eso objetos a su taller y allí hablaba con ellos en un hebreo macarrónico que acreditaba hasta palabras en catalán, imaginando caminos en el desierto, oasis verdes y azules, piedras que cubrían tumbas de líderes y profetas, casa inmensas y blancas con jardines de flores rojas. Mirando cada detalle de los objetos que había puesto a su alrededor, llegó a beber té con samaritanos y café con los árabes de Cisjordania. Y a conversar con Iosef Caro[4] sobre las leyes de Shulján Arjuj, alajot, que apenas sí se cumplían en casa. Para muchos vecinos éramos unos herejes.
4.[5]
Pasó en el Kol Nidre de ese año, rito al que mi padre no faltaba. Era lo único que respetaba íntegro, el resto de las fiestas las cumplía a medias (excepto Pésaj, donde hacíamos los votos de ir a Jerusalén) o se olvidaba de ellas por estar en sus diseños mecánicos. Mi madre era escéptica y asistía a la sinagoga si mi padre iba. Lo mismo nosotros, que dependíamos de ellos o del señor Súdit, que como creyente se preocupaba de que supiéramos qué sucedía en cada fiesta, llevándonos muchas veces con él. Había que ver ese desfile, los seis niños mejores siguiéndolo detrás y él dándonos órdenes en esa lengua múltiple que apenas si entendíamos. Ya en la sinagoga, Súdit nos alineaba frente a él, se ponía el talit y comenzaba a rezar, moviéndose de atrás hacia delante, dándonos un coscorrón en la cabeza si hablábamos más fuerte de lo prometido o si nos daba por pelear o movernos como locos. Y el rabino, mirándonos por encima de los anteojos, las cejas enormes (como dos salchichas quemadas) que les daban un aire de cuervo a sus ojos negros y profundos. Nos miraba con dureza, callándonos con la mirada. Y los viejos judíos que estaban cerca, haciendo lo mismo y preguntándonos en susurros dónde estaban nuestros padres. Súdit y los hijos del hereje, así nos conocían en la sinagoga.
En el Kol Nidré de ese año, donde mi padre entraba en contacto con la divinidad para que lo inscribiera en el libro de la vida, Barcas se arrimó a él y le mostró unas cartas. Sonreía el hombre. –Vienen de Francia y se interesan en la máquina, debemos enviarle los planes–. Ese “debemos” le parecía simpático a mi padre y le sonó que Barcas ya se hubiera hecho socio suyo. Pero levantó una mano y le indicó que luego vería las cartas, que en ese momento sellando el pacto con D-s y nada era más importante, ni siquiera los franceses o los ingleses. Barcas se encogió como un pepino en almíbar. Mi padre infundía respeto cuando estaba en Kol Nidré, oración que leía lento y colocando en ese silencio muy bien cada palabra, labrándola en el corazón: era un rey en esta oración y ni siquiera el rabino, al verlo, se atrevía a pensar que era un hereje o un arrepentido. No, era un judío pactando con el Señor del universo para que le diera vida durante ese año para su familia y sus inventos. Y, como resultante, ya vendría la partida a Jerusalén, que tenía prevista para los días iniciales de la primavera, después de las primeras lluvias. Siempre creyó mi padre que D-s daba las herramientas y uno hacía el milagro, por eso se burló de los que intentaban sobornar a la divinidad con velas encendidas a o rezos largos. D-s estaba en nosotros y sabia que estaba pasando. Además Él sólo daba vida, el resto corría por nuestra cuenta. Eso lo decía, y el señor Súdit levantaba una ceja pero no soltaba palabra. ¿Qué palabra podía soltarle a un hombre que funcionaba con base en mecanismos, que miraba el cielo y lo veía funcionando como un enorme engranaje por donde se podía caminar si se contaba con las tuercas y tornillos precisos, con la herramienta adecuada, y una idea clara? Mi padre se enriquecía en D-s es Kol Nidré, por esto fulminó con los ojos a Barcas y a sus cartas, por eso, los franceses y los ingleses se volvieron puré, que en este momento lo importante era la vida y lo que en ella se daría. Cuando mi padre rezaba en Kol Nidré, iba por el error a la verdad y entonces flotaba en sus fallas y las lavaba para ver qué había pasado y donde había estado la ceguera. Y las letras del libro de rezos se le convertían en números y palabras distintas, en un juego de inteligencia que lo hacía sentir en paz con ese mecanismo inmenso que era el universo y que se podía leer si había paciencia para que llegara el entendimiento. Un hijo de Maimónides y de Spinoza mi padre, eso lo entendía el rabino y dejaba de mirarlo. También Súdit, que se metía en lo suyo, pedía por él. Al día siguiente, ya en pleno Yom Kipur, mi padre se vería por ninguna parte. Sabíamos que caminaba por la ciudad, que miraba el vuelo de los pájaros y las hojas de los árboles, mientras rediseñaba calles y edificios, puentes y caras y que al final se sentaba en un parque y leía un libro de matemáticas o alguna novela corta. Y lejos de todos, para evitar el escándalo.
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[1] En hebreo, el profeta Elías.
[2] Pascua hebrea, debido a la cuenta que se hace con base en el calendario lunar, cae por marzo o abril.
[3] Dice la tradición que el profeta Elías llegará en Pésaj. Por esto siempre hay un lugar para él en cada casa judía.
[4] Iosef Caro, judío sefardí, escribió Shulján Aruj (la mesa servida), serie de leyes sobre la vida judía,
[5] Kol Nidré, todos los votos, oración y ritual de la víspera de Yom Kipur (día del Perdón).
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JEWISH TABLE
FRAGMENTS OF A NOVEL
1.
This year too we won’t we won’t be able to go to Jerusalem; the funds aren’t there. Nevertheless, mi father, a man dedicated to mechanical things, came up with the idea that for next year, we would have the sufficient money to go, since he had had a dream about Eliahu HaNavi,[1] and the prophet had winked at him. And presiding over the dining room table, an act that thrilled him because it proved to him his role as man of the family, he began to explain to us how he would obtain the coins and the paper money, speaking to us about a marvelous machine that he invented by following Newton’s Second Law. A machine to make bread. We all looked at him with sparkling eyes, and we envisioned ourselves crossing the Red Sea beside the machine, except my mother who, instead of speaking in support of the dream, got up from the table and began clearing the plates. She reacted to my father’s idea with a smile, a shrug of her shoulders, she told my sister Marta to help her with the glasses and the bowls. That day, when my father explained to us how the machine that would make us famous would function, the night was a warm.
During the days of Passover[2] , a spring fever entered my father and through his head passed all sorts of inventions that he put carefully on paper and then show them to us drawn with colored pencils. I believe that Elijah[3] himself (for whom there was always a place setting at our table) appeared to see the project drawings; those immense machines that would make us rich in 360 days and would permit us fulfil that dream that we had been forming year after year, with words and objects/things. Because it happened that if we couldn’t do to Jerusalem, as we had promised and planned, Jerusalem came to us in the form of pots, dishes and postcards, bits of ancient rocks and hands made of metal with an open eye in the palm. Objects that saw everything, as G-d does (of course G-d doesn’t see, but feels,) that is what the books said. Objects that our friends, some family member sent us, or that my mother squeezed out of her saving, bought in the import stores to give them to my father. She even went as far as embroidering several clothes with details from the promised land, that my father took a look at and cried. My father was an emotional person, and we knew that he, when alone, brought all these objects to his workshop and there he spoke to them in a macaronic Hebrew that even admitted words in Catalan, imagining roads through the desert, green and blue oasis, stones that covered the tombs of leaders and prophets, immense white houses with gardens of red flowers. Observing every detail of the objects that he had set around him, he came to drink tea with the Samaritans and coffee with the Arabs of Cisjordania. And to confer with Joseph Caro about the laws of the Shulchan Aruch[4], and “alaot,” practices that occasionally took place in the house. For many of our neighbors, we were heretics.
4.[5]
It happened during Kol Nidre of that year, ritual that my father never missed. It was the only one that he respected completely, the rest of the holidays, he followed in part (except Passover, when we made our vow to go to Jerusalem) or he forgot about them when he was working on his mechanical designs. My mother was a sceptic and she attended the synagogue if my father went. We did too, relying on them or on Mr. Sudit, who, as a believer, worried about what we knew about what happened at every holiday, many times bringing us along with him. You had to see that parade, the six older children following behind him, and he, giving us orders in that multiple language that we hardly understood. Once in the synagogue, Sudit lined us up in front of him, put on his tallit and began to pray, moving from back to front, giving us a smack on the head if we spoke louder than permitted or if we started to quarrel or move around like crazy people. And the rabbi, looking at us from above his eyeglasses, his enormous eyebrows (like two burnt sausages,) that gave his black and deep eyes the look of a crow. He looked at us harshly, quieting us down with his glance. And the old Jews who were nearby, doing the same thing and asking us in whispers where our parents were. Sudit and his children of the heretic, so we were known in the synagogue. During that year’s Kol Nidre, where my father entered into contact with the divinity so that he be inscribed in the book of life, Barcas moved closer to him and showed him some letters. The man was smiling. “They come from France and they are interested in the machine; we should send them the plans.” This “we should” seemed agreeable to my father, and it sounded to him that Barcas had already become his partner. But he raised his hand, and he indicated that he would see the letters later, that in this moment he was sealing a pact with G-d
[1] Hebrew name of Elijah, the prophet.
[2] Because of the Jewish lunar calendar, Passover falls in March or April.
[3] Tradition says that the prophet Elijah will arrive during Passover. For that reason, there is always a place for him in every Jewish home.
[4] Joseph Caro, a Sephardic Jew, wrote the Shulhan Aruch (The Served Table) a series of laws about Jewish life.
[5] Kol Nidre, all the vows, prayer and ritual of Yom Kippur eve (Day of Pardon.)
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Translated by Stephen A, Sadow
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