El carácter de Lilith ha evolucionado a lo largo de los años. Comenzó como un demonio femenino común en muchas culturas del Medio Oriente, apareciendo en el libro de Isaías, el Talmud de Babilonia y cuencos de encantamiento del antiguo Irak e Irán. Se la describe como una amenaza para los aspectos sexuales y reproductivos de la vida, especialmente el parto. Un texto judío medieval llamado Alfabeto de Ben Sira la describe como la primera esposa de Adán que lo desobedeció a él y a Dios y afirmó su igualdad con Adán, dando un origen legendario a su comportamiento demoníaco. Ella también aparece en la Cabalá como un reflejo maligno del aspecto femenino de Dios junto con Samael. Las feministas judías, aprovechando su afirmación de igualdad, han reclamado a Lilith como símbolo de autonomía, independencia y liberación sexual.
Jewish Women’s Encyclopedia
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Lilith’s character has evolved throughout the years. She began as a female demon common to many Middle Eastern cultures, appearing in the book of Isaiah, Babylonian Talmud, and incantation bowls from ancient Iraq and Iran. She is described as threatening the sexual and reproductive aspects of life, especially childbirth. A medieval Jewish text called the Alphabet of Ben Sira describes her as Adam’s first wife who disobeyed him and God and asserted her equality to Adam, giving a legendary origin to her demonic behavior. She also appears in Kabbalah as an evil reflection of the feminine aspect of God along with Samael. Jewish feminists, seizing upon her assertion of equality, have reclaimed Lilith as a symbol of autonomy, independence, and sexual liberation.
Lilith brota cual serpiente, le brotaron alas de muerte en su afán de sellar con un beso de muerte los bostezos de los hijos de Eva, aún con restos de leche en los labios. No hay quien vuele como Lilith, amante de Samael, ángel caído. Nadie trenza su pelo bajo las estrellas, nadie contempla sus ojos al brillo de la luna, sin morir de espanto. Bruja de los cuentos chilla frente a los amuletos que llevan su nombre, su imagen rebelde. Espejo, espejito: ¿quién es la más poderosa? Espejo Espejito: ¿Quién huye de su propio rostro para no perderse en la nada, para no ver morir a los engendros de su vientre? Lilith, madrastra de Blanca Nieves, huye a los espejos: hablan más de la cuenta hay que silenciarlos con la huida o con la muerte.
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Pandora’s Womb
VI
Lilith emerges as a serpent;
the wings of death emerge from her in her eagerness to seal
with a kiss of death
the yawns of the sons of Eve
with the leftovers of milk still on their lips.
There is no one who flies like Lilith,
lover of Samael, fallen angel
No one weaves her braids,
under the stars.
No one looks into her eyes,
by the light of the moon, without dying of terror.
Witch of the fairy tales
shrieks in the presence of the amulets that bear her name,
Her rebellious image.
Mirror, little mirror:
who is the most powerful?
Mirror, Little mirror:
Who flees her own face,
so as not lose herself in nothingness,
to not see die the spawn of her womb?
Lilith, stepmother of Snow White,
flees the mirrors:
they speak more than enough
it’s necessary silence them with fleeing or with death.
Translated by Stephen a Sadow
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Elina Wechsler – Argentina*
Lilith, primera compañera de Adán
Una suerte de fijeza al árbol genealógico, a los muertos, invita en ocasiones a perderse en la Boca de los Siglos. Como un sapo irreverente a la orilla del río, como el imán que me lleva a tu cuerpo y a tu oído. Si Eva no fue la primera qué desorden de la letra, qué traspié en el poder del jeroglífico. Una suerte de fijeza, Gioconda mirando al infinito. Una madre será por todas las madres, Eva robará las tentaciones de Lilith, las suyas, por un pequeño error bíblico.
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Lilith, Adam’s First Partner
A kind of obsession with the family tree, to the dead, an invitation to spiral down the Mouth of the Centuries. Like a disdainful toad on the riverbank, like a magnet leading me to your body, your ear. If Eve wasn’t the first what confusion of the word, what a blunder in the power of the hieroglyph. A kind of fixation, Gioconda peering into infinity. A mother for all mothers, Eve will steal Lilith’s temptations, her own, because of a small biblical error.
Translated by Carlie Hoffman
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*Elina Wechsler es una poeta argentina. Nacida en Buenos Aires, es psicoanalista de profesión. Abandonó Argentina en 1977 como consecuencia de la dictadura militar que desató una extrema represión política y violencia y fijó su residencia en Madrid. Wechsler es autor de cuatro poemarios: El fantasma (1983), La larga marcha (1988), Mitomanías amorosas (1991) y Progresiones en un cierto mes de julio (1995)
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*Elina Wechsler is an Argentinean poet. Born in Buenos Aires, she is a psychoanalyst by profession. She left Argentina in 1977 as a consequence of the military dictatorship that unleashed extreme political repression and violence and took up residence in Madrid. Wechsler is the author of four collections of poetry: El fantasma (1983), La larga marcha (1988), Mitomanías amorosas (1991), and Progresiones en un cierto mes de julio (1995).
ESPINOZA, ENRIQUE (seudónimo de Samuel Glusberg; 1898–1987), autor, editor y periodista argentino. Su seudónimo combina los nombres de Heinrich Heine y Baruch Spinoza. Nacido en Kishinev, Espinoza llegó a la Argentina a los siete años. Fundó y editó las revistas literarias Cuadernos Americanos (1919) y Babel (1921-1951), primero en Buenos Aires y luego en Santiago de Chile, donde se instaló en 1935 por motivos políticos y de salud, y también fundó la editorial Babel, que lanzó libros de nuevos escritores argentinos. En 1945 realizó un simposio sobre “La Cuestión Judía” entre destacados intelectuales latinoamericanos, publicado en Babel 26. Fue cofundador y primer secretario de la Asociación Argentina de Escritores, y miembro de los movimientos de vanguardia en la literatura y el letras. Sus cuentos y artículos tratan la identidad judía, la inmigración, el antisemitismo y el Holocausto, así como sobre cuestiones sociales éticas y universales. Sus contemporáneos lo vieron como la mezcla intelectual perfecto de cosmopolitismo y judaísmo. Sus cuentos más conocidos aparecieron en La levita gris: cuentos judíos de ambiente porteño (1924); y Rut y Noemí (1934). Sus ensayos se recopilaron en De un lado y del otro (1956), Heine, el ángel y el león (1953) y Spinoza, Ángel y paloma (1978).
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ESPINOZA, ENRIQUE (pseudonym of Samuel Glusberg ; 1898–1987), Argentine author, publisher, and, journalist. His pseudonym combines the names of Henrich Heine and Baruch Spinoza. Born in Kishinev, Espinoza arrived in Argentina at the age of seven. He founded and edited the literary reviews Cuadernos Americanos (1919) and Babel (1921–51), first in Buenos Aires and later in Santiago de Chile, where he settled in 1935 for health and political reasons, and also founded the Babel publishing house, which launched books by new Argentinian writers. In 1945 he conducted a symposium on “the Jewish Question” among prominent Latin American intellectuals, published in Babel 26. He was co-founder and first secretary of the Argentine Writers’ Association, and a member of avant-garde movements in literature and the arts. His short stories and articles deal with Jewish identity, immigration, antisemitism, and the Holocaust, as well as ethical and universal social issues. His contemporaries saw him as the perfect intellectual blend of cosmopolitanism and Jewishness. His best-known stories appeared in La levita gris: cuentos judíos de ambiente porteño (1924); and Ruth y Noemí (1934). His essays were collected in De un lado y otro (1956), Heine, el ángel y el león (1953), and Spinoza, ángel y paloma (1978).
De:/By: Enrique Espinosa. La levita gris: cuentos de ambiente porteño. Buenos Aires: BABEL, 1924.
El final de este cuento describe “La Semana Trágica”, el progrom contra los judío y otros obreros en 1919./The end of this story describes the “Tragic Week. the pogrom against Jews and other workers in 1919.
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“Mate amargo”
A Leopoldo Lugones
El asesinato de su primer varoncito en el pogrom de Kishinev, más el nacimiento anormal de la segunda criatura, a causa de los trastornos durante la matanza sufrió la madre, fueron causas harto suficientes para que Abraham Petacóvsky, dejando su oficio de melamed (preceptor de hebreo), se decidieron a emigrar de Rusia. Dirigiéndose en principio a los Estado Unidos (la América por excelencia de los judos de ayer y yanquis de hoy). Pero, ya en Hamburgo, vióse por razones diplomáticas—según bromeó después-a cambiar de rumbo. Y en los primeros días de noviembre del año 1905, con su mujer y las dos nenas, a Buenos Aires.
Abraham Petacóvsky era un judío pequeño, simpático, con el aire inteligente y dulce de las personas amables. Sus ojillos claros, amortiguaban hasta la palidez cadavérico, el rostro alargado por una barba irregular y negra. La nariz, de punto estilo hebraico, parecía caerse en la boca de gruesos labios irónicos. Aunque no contaba más de treinta años, su aspecto er el de un viejo. Por eso, tal vez, sus parientes de Buenos aires llamáronlo tío Petacovsky, contra la voluntad de Jane Guitel, su esposa, una mujer fidelísma, tan devota como fea, pero de mucho orgullo. De tanto, que no obstante haber pasado con el tío Patovsky años difíciles, lamentaba siempre el tiempo antiguo en nuestra Rusia.Y resignada en sus veintisiete años escasos, fincaba toda su esperanza en las dos criaturas que habían sobrevivido a los horrores del pogrom: Elisa, de siete años, y Beile, uno apenas.
No se arrepintió el tío Petacóvsky de su arribo a la Argentina. Buenos Aires, la ciudad acerca de la cual había tenido tan peregrinos en el buque, resultó muy agrado. Esperándolo en el viejo Hotel de Inmigrantes dos cercanos parientes de la mujer y algunos amigos. Gracias a ellos- a quienes ya debía parte del pasaje- logró instalarse en seguida bajo techo seguro. Fue una pieza sub-alquilada a cierta familia criolla en el antiguo barrio de Corrales. Para instalarse allá, tanto el tío Petacóvsky como su mujer tuvieron que dejar al lado escrúpulos religiosos: resolverse a vivir entre goim.
Jana Guitel, por cierto, resistióse un poco.
¡Dios mío!, – clamaba ¿Cómo voy a cocinar mi pescado relleno junto a la olla con puerco de una cristiana?
Pero cuando vio la cocina de tablas frente a la pieza clavada rente a pieza, como garita de centinela junta a una celda, no tardó en conformarse. Y la adaptación vino rápida, por cuanto la facilitaron los dueños de la casa en el respeto a los extraños costumbres de los judíos, y en el generoso interés por ellos.
La misma discreta curiosidad que los criollos mostraban por la forma rara que la rusa salaba la carne al sol, y el tío Petacóvsky guardaba el sábado, lo sentían los recién llegados por las manifestaciones de la vida argentina. De aquí que a los pocos días ya todos se entendieron por gestos, Jane Guitel fuera rebautizada con la traducción de Guillermina, por su segundo nombre y el apelativo doña en lugar del primero.
Por su parte, el tío Petacóvsky aprendía a tomar mate sin azúcar, con los hijos de la patrona: dos buenos y honrados muchachos argentinos. Y aunque como gringo legítimo, les daba las gracias después de cada mate, no suspendía hasta el séptimo, pues encontraba el mate sin azúcar las mismas virtudes estomacales que su mujer atribuía al té con limón.
Después del mate amargo, las alpargatas criollas constituyeron el descubrimiento más al gusto del tío Petacóvsky. Desde la primera mañana que salió a vender cuadros, las encontró insustituibles.
Sin ellas- juraba- jamás habría podido con esa endiablado oficio- tan judío errante, sin embargo- que le proporcionaron sus parientes.
Las alpargatas criollas y el mate amargo fueron los primeros síntomas de la adaptación del tío Petacovsky, pero la prueba definitiva la evidenció dos meses más tarde, concurriendo al entierro del general Mitre. Aquella imponente manifestación de duelo lo conmovió hasta las lágrimas, y durante muchos años la recordó como la expresión más alta de una multitud acongojada por la muerte de un patriarca.
A fuer de israelita piadoso, el tío Petacóvsky sabía de grandes hombres y de grandes duelos.
Ya dijimos que el buen hombre comenzó su vida de porteño ofreciendo cuadros por las calles de Buenos Aires. Pero no sabemos si el lector por haber visto alguna vez una figura de talmudista metido entre dos parejas de estampas evangélicas sospechó que nos referimos a cuadros religiosos. Sin embargo, la cosa, además de pintoresca, es importante y hasta tiene su historia.
Vender estampas de santos, era en 1906 un negocio recién iniciado por los judíos de Buenos Aires. Hasta entonces, los israelitas que no vinieron para trabajar en las colonias agrícolas de Entre Ríos o Santa Fe, se dedicaron a vender a plazos: muebles, joyas, trajes, pieles… Todo, menos cuadros. El tío Petacóvsky fue tal vez el número uno de los que salieron a vender estampas a plazos. Y es cierto que no resultó que el más afortunado (no hay ahora ninguna marca de cuadros Petacóvsky) fue en su tiempo más el más eficaz.
Dueño de un innato gusto eclesiástico, el tío Petacvsky sabía recomendar sus láminas. En su rara lengua judaica-criolla hallaba el modo de hacer en pocas palabras el elogio de cualquiera. Unas, por el tenue azul de sus ojos de una virgen; otras, por el gesto derrotado de un apóstol. A cada cual por lo más impresionante…
Nadie come el tío Petacoóvsky para explicar las virtudes de un San Juan Evangelista. Equivocaba, tal vez, desmemoriado, un San José con un san Antonio. Pero jamás olvidaba señalar un detalle del color, un rasgo patético capaz de entusiasmar a una María.
De lo que se lamentaba con frecuencia era de la escasez de su léxico. A cada instante veíase obligado a juegos de mímica moviendo manos, cara y hombros a un mismo tiempo… con todo, sus ventas nunca fracasaron porque no lo entendieran o porque él extendiera los recibos con nombres de Josefa o Magdalena, en caracteres hebraicos, sino por falta de religiosidad de las gentes.
Él, que era tan profundamente religioso hasta cumplir- no obstante, su oficio- con las oraciones cotidianas y el sábado sagrado, no se explicaba cómo habiendo tantas iglesias en Buenos Aires, eran tan pocos los creyentes. Por eso, cuando a fuerza de recorrer la ciudad, comprobó que en la Boca era donde se congregaba mayor número de fieles, trató de formar su clientela entre ellos. Y, en efecto, le fue mejor.
Después de trabajar un año junto al Riachuelo, saliendo a vender casi todos los días menos los sábados y los domingos- el tío Petacóvsky pudo crear su clientela y dedicarse solo a la cobranza y entrega de los cuadros que le encargaban directamente. Entonces saldó las deudas con sus parientes, obtuvo otra pieza en la misma casa de la calle Caseros, y planteó el negocio por realizar con los hijos de la patrona: negocio que consistía en asociarse a ellos para armar los marcos de las estampas y confeccionar los cuadros por cuenta propia.
Todo pudo realizarse al espíritu emprendedor del tío Petacóvsky. Los dos muchachos criollos, que no fueron desde niños otra cosa que jornaleros en una carpintería mecánica, viéronse convertidos en pequeños industriales. Entretanto, el tío Petacóvsky dejó de ser vendedor ambulante, para dirigir el taller.
A su nombre, o más bien a nombre de la fábrica de cuadros Petacóvsky-Bermúdez, trabajaban varios corredores judíos. Además, muchos otros, colegas del devoto oficio, compraban allí sus cuadras para difundir por toda la República.
Cerca de tres años trabajaron los hermanos Bermúdez en sociedad con el tío Petacóvsky. Como fuera bien desde un principio, lo hacían con gusto y sin honorario determinado. A las seis de la mañana ya estaban los tres en el taller, y se desayunan con amargos y galleta. Luego, mientras los mozos preparaban las estampas encargadas, el tío Petacóvsky, que ya borroneaba en castellano, hacía las facturas y tomaba nota de las láminas que era necesario llevar al centro.
A la venta de estampas evangélicas los fabricantes habían agregado, siempre por la iniciativa del tío Petacóvsky, marinas, paisajes, frutas… y, en gran cantidad escenas del teatro shakesperiano: Otelo, Hamlet, Romeo y Julieta… A las ocho, cuando doña Guillermina, o Jane Guitel, despachaba a Elisa para la escuela, el tío Petacóvsky íbase de compras en el centro. A pesar de que lo hacía casi todas las mañanas, los hermanos Bermúdez nunca dejaban de bromear en las despedidas.
-Tío Petaca- le gritaban, no olvide de traerme una paisanita, y prefiero rubia, ¿eh?… Tío Petaca…
Pero el aludido no se enojaba. Con una comisura de ironía y superioridad en los labios, contestaba: -Está boino, pero no olviden los noive San Antonios para San Pedro.
Y salía riéndose, mientras los mozos, remedándole, gritaban:
Cabayo bien, Tío Petarca…
A Jane Guitel, desde luego, no le agradaban estas bromas. Cada mañana las oía y cada noche se las reprochaba al marido, rogándole que se mudaran antes de evitar “tanta confianza”.
-Una cosa- protestaba la mujer- es el comercio y otra la amistad. No me gusta que tengas tanta confianza con ellos. ¿Acaso han fumado ustedes en la misma pipa?…
En realidad, lo que Jane Guitel concluía preguntando a su marido no era precisamente si había fumado en la misma pipa con sus socios, sino muy otra cosa. Pero, a qué repetirlo… Lo que molestaba a la mujer, sobre todo, era que los Bermúdez llamaron Tío Petaca a su marido. Desde que Elisa iba al colegio, doña Guillermina averiguaba por ella el significado de cualquier palabra. Y aunque la chiquilla solo cursaba el tercer grado, sabía ya expresarse correctamente en castellano, hasta el punto de no querer hablar el idish no con su propia madre.
Pasaron, no obstante, dos años más. Por fin, a principios de 1910, Jane Guitel pudo realizar su propuesto de abandonar la calle Caseros. Una vez en claro el balance definitivo, la sociedad Petacóvsky-Bermúdez quedó disuelta, sin que por ello los socios quebraban su amistad. Después de tres años, cada uno se retiraba con cerca de diez mil pesos. Los hermanos, con sus partes, decidieron reconstruir la vieja casa familiar y establecer en ella una carpintería mecánica. Mientras el típ Petacóvsky, qua a cambio de su parte de la maquinaria conservaba un resto de la antigua clientela boquense, instalábase en una cómoda casa de la calle Almirante Brown.
Sabido es: de cien judíos que llegan a juntar algunos miles de pesos, noventa y nueve gustan instalarse como verdaderos ricos. De ahí que el tío Petacóvsky, que no era la excepción, comprara piano a la pequeña Elisa, y con motivo del nacimiento de un hijo argentino, celebrara la circuncisión en una digna fiesta a la manera clásica. Era justo. Desde el asesinato de primogénito, en Rusia, el tío Petacóvsky esperaba tamaño acontecimiento.
Igual que Jane Guitle, él había soñado siempre un hijo varón que a su muerte dijera el Kádish de recuerdo, esa noble oración del huérfano judío, que el mismo Enrique Heine recordaba en su tumba de lana.
Nadie ha de cantarme musa
Nadie “kádish” me dirá
Sin cantos y sin plegarias
Mi aniversario fatal…
Pero dejemos la poesía y los poetas. No por tener kádish, [1]el tío Petacóvsky
echóse muerto. Al contrario, el feliz avenimiento en vísperas del centenario de 1819, le sugirió un negocio patriótico. Y con la misma fe y el mismo entusiasmo que el anterior, el tío Petacóvsky lo llevó a término. Tratábase en realidad del mismo negocio, Sólo que ahora en vea de estampas de santos, serían relatos de héroes, y en lugar de escenas shakesperianas, alegorías patrióticas.
Los hermanos Bermúdez, que seguián siendo sus amigos, lo informaron acerca de la historia patria, pero con un criterio de federales que el tío sospechó lleno de parcialidad. No era que él estuviese en contra de nadie, sino que le faltaban pruebas de la gloria de Rosas…
Como bien andariego, el tío Petacóvsky había aprendido su historia nacional en las calles de Buenos Aires. Así juzgaba como héroes de primera fila a todos que daban nombres a todos aquellos que daban nombres a las calles y las plazas principales. Y si bien este curioso entendimiento de aprender había sido ya metodizado por los pedagogistas, él, que allá en Rusia, fuera pedagogo en el original sentido de la palabra, lo ignoraba sabiamente. No por ignorar su denominación científica: visoaudmotor, (perdón), el metido dióle mejor resultado. Respeto de Sarmiento- verbigratia domine– que entonces prestaba su nombre glorioso a una humilde callejuela de la Boca, el tío Petacóvsky habíase formado un concepto pobrísimo. Y no de ser escritor -¿Qué judío no admira a un hombre que escribió libros?- había privado su colección de una figura tribunicia.
Por suerte, esta falla inefable método lo salvó de la corriente pedagógica. Al no dar tampoco, en lugar visible, en el monumento a Rivadavia, resolvió no guiarse por el sentido didáctico… y comprar ejemplos ilustrados de todos los patriotas. Aquellos que conocía y aquellos que no conocía. Y todo quedó resuelto.
[1] Por extension, los judíos llaman así a sus hijos varones.
Antes del primero de mayo- día señalado para inaugura su nuevo comercio, el tío Petacóvsky descargaba en su casa cerca de un millón de láminas entre estampas para cuadros, retratos, alegorías patrióticas, copias de monumentos y tarjetas postales. Varios viajantes se encargaron de las provincias y el tío Petacóvsky de la capital. Durante seis meses las cosas anduvieron a todo trapo. Mas, no obstante, esa actividad y las proporciones que alcanzaban las fiestas de centenario en toda la República, el negocio fracasó.
Cuando a fines de 1910- hechas las liquidaciones en el interior del país- realizó el recuento de la mercadería sobrante, aprendieron más de seiscientas mil cartulinas. En resumen: había perdido en una aventura de seis meses sus ganancias de cinco años.
Naturalmente, este primer fracaso enturbió el humor del tío Petacóvsky . Como en verdad no tenía pasta de comerciante, se sintió derrotado. Y si bien a los pocos meses ya soñaba otro negocio a propósito del Carnaval, sus parientes, entre burlas, negándole crédito para realizarse. ¿Quién no desconfía del hombre que fracasó una vez?
En esa desconfianza, más que en la pérdida de su dinero, sintió el tío Petacóvsky su desgracia. Para ayudarse, sin recurrir a nadie, mudóse a una casa más económica, vendió el piano y aplazó el ingreso de su hija en la Escuela Normal. Pero nada de esto fue remedio. Sólo una nueva desgracio- ¿vendrán por eso seguidas” – le cur del anterior. Fue nada menos que la muerte de Beile, la menor de las hijitas.
Este lamentable suceso hizo también olvidar a sus relaciones el fracaso del centenario. Por una parte, de sus parientes, y por otra los amigos, con esa solidaridad en el dolor tan característicos de los judíos, compitieron en ayudar al infeliz. Y otra vez gracias a ellos el tío Petacóvsky pudo volver a su oficio de corredor. Ahora ya no solo de cuadros, sino también de muebles, telas, joyas, pieles…
Durante cinco nuevos años, el tío Petacóvsky trabajó para rehacer su clientela. Canas costábale ya el maldito oficio, venido a menos por la competencia de las grandes tiendas y alza enorme los precios con motivo de la guerra.
Pero hasta mediar el año 1916 no pudo abandonarlo. Sólo entonces, una circunstancia lo sacó de él. El caso puede resumirse de esta manera:
El menor de los hermanos Bermúdez, Carlos, lo recomendó al gerente de una fábrica de cigarrillos, y éste adquiróle, como objetos de propaganda para el centenario para el centenario de la Independencia, el sobrante de estampas patrióticas.
Mil quinientos pesos recibió el tío Petacóvsky por sus láminas. Con ese dinero en el bolsillo sintióse optimista. En seguida liquidó su clientela- ya padecía el reumatismo- y se puso a la tarea de buscar un negocio en el centro. El quid era un comercio con puerta a la calle. Que los clientes lo fueron a buscar a él. No al revés, como hasta entonces. Ya le asqueaba hacer el marchante.
De nuevo burlándose los parientes de sus proyectos. Mientras uno, aludiendo a su afición por el mate, lo aconsejaban una plantación de yerba en Misiones, otros le sugerían una fábrica de mates…
Mas el tío Petachóvsky, contra el parecer de todos en general, y de Jane Guitel en particular, compró una pequeña librería cerca de Mercado de Abasto.
Con el nuevo negocio, la vida del tío Petacóvsky se transformó por completo. Ya no recorría la ciudad. Vestido a gusto, con amplio guardapolvo de brin, y tocado con oscuro solideo, pasábase las mañanas leyendo y mateando junto al mostrador, a espera de clientes. Elisa, su hija, que ya estaba hecha una simpática criollita de dieciocho años, le cebaba el amargo por intermedio de Daniel; mientras arreglaba la casa antes de que Jane Guitel volviera del mercado.
Después del almuerzo, el tío Petacóvsky hacía su siesta. A las cuatro ya estaba otra vez en su puesto y Elisa volvía a cebarle mate hasta la noche.
Ahora bien: de rendir la venta diaria un poco más dinero que el indispensable para el pan y la yerba, es posible que todos vivieran tranquilos. Pero como después de un año ilusiones, se vio que esto no acaecía, las disputas renovaron.
-De no querer tú – increpábale Jan Guitle- reformar el mundo y hacer que tantos israelitas hacen en Buenos Aires, estaríamos bien.
A lo que el hombre contestaba:
-Es que cuando a uno no le va, todo es inútil.
Y si Jane Guitel lo instaba a vender del tenducho, el reargüía con agrio humor:
-Seguro estoy que de meterme a fabricar mortajas, la gente dejaría de morirse. ¡Es lo mismo!
Tales discusiones reproduciéndose en el mismo tono, casi todos los días. Desde la muerte de su hijita, Jane Guitel estaba enferma y frecuentes crises de nervios le debilitaban. El tío Petacóvsky, al tanto de ella, trataba siempre de calmarla con alguna ocurrencia. Y si doña Guillermina, como la llamaba por broma en esas ocasiones, se resistía, él invocaba los aforismos de Scholem Aleijem, su escritor predilecto: “Reír es saludable, los médicos aconsejan reírse, o “Cuando tengas la olla vacía, llénala de risa”.
Pero lo cierto es que a pesar de Scholem Aleijem, el tío Petacóvsky se había contagiado de la tristeza de su mujer. Ya no era el alegre tío Petaca de la fábrica de cuadros. Nada le quedaba del entusiasmo y del humor de aquella época. Si aún reía, era para esconder sus lágrimas… Porque como él mismo decía: “Cuando los negocios van mal, se puede ser humorista, pero nunca profeta”. Y él ya no trataba en serio de nada.
Había ensayado, al reabrirse las escuelas, la compra y venta de libros viejos, con algún resultado. Pero al llegar las vacaciones- ya conocido como cambalachero- nadie entraba sino para vender libros usados.
En tanto los días pasaban monótonos, aburridos, iguales. El hombre, siembre con su amargo y los libros, y la mujer con su eterna loa del tiempo antiguo y su constante protesta contra el actual.
¡Dios mío! – se quejaba al marido- ¡lo que has llegado a ser en América: un cambalachero! – Y lloraba.
En vano, el tío Petacóvsky intentaba defender la condición intelectual de su oficio y fingir grandes esperanzas para la temporada próxima.
-Y verás- le decía- cuando empiezan las clases, cómo van a salir todos estos grandes sabios y poetas. Entonces hasta es probable que encuentre un comprador de todo el negocio, y me quedo solo con los textos de medicina para que más trade Daniel estudie de doctor.
La mujer no dejaba de mortificarlo. Menos soñadora que él, calculaba el porvenir de su hija. Y en momentos de amargura, los insultos estallaban en su boca: ¡Cambalachero!… ¡Cambalachero!… ¡Dios mío!, quién se casará con la hija de un cambalachero!…
Primero, un chisme en la familia la enteró de que Elisa era festejada por Carlos Bermúdez. No quiso creerlo. Luego, alguien que los vio juntos, le confirmó el chisme. Y vinieron las primeras sospechas. Por último, la misma chica instada por la sinceridad del padre, confesó sus relaciones con el ex-socio… Y aquí fue la ruina de Jerusalem… Jane Guitel puso el grito en el cielo. ¿Cómo una hija suya iba a casarse con un goi? ¿Podría olvidar, acaso, la ingrata, que un bisabuelo de ellos (Dios lo tenga en la gloria) fue gran rabino en Kishinev, y que todos sus parientes fueron santos y puros judíos? ¿Dónde había dejado la vergüenza esa muchacha?…
Y, en su desesperación, acusaba de todo, por milésima vez, a su marido y sus negocios.
Ahí tienes a tus grandes amigos de mate (¡Dios quiera envenenarlos!) Ahí están las consecuencias de tus negocios con ellos (¡Un rayo los fulmine!) Todo por culpa tuya…
Y, vencido por los nervios, se echaba a llorar como en Iom Kipur- el día del perdón.
A todo esto, el tío Petacóvsky, que a pesar del mate no había dejado de ser un buen judío, la calmaba, asegurándole que Dios mediante, el casamiento no llegaría realizarse.
Aunque por otras razones, él también era contrario al matrimonio de Elisa con Bermúdez. Sostenía al respeto a la antigua fórmula de nacionalistas: “No podemos dejar de ser judíos mientras los otros no dejen de ser cristianos…” y como en verdad ni él se creía un hombre libre, ni tenía por tal a Bermúdez, hacía lo posible por inculcar a Elisa su filosofía
Mira – le decía una tarde mientras la muchacha le cebaba mate – Si te
prohíbo el casamiento con Carlos, no es por capricho. Tú sabes cuánto lo aprecio. Pero ustedes son distintos: han nacidos en países opuestos, han recibido diversa educación, han rezado a distintos dioses, tienen desiguales recuerdos. En resumen: ni él ha dejado de ser cristiano, ni tu judía.
Otra vez agregaba:
-Es imposible. No se van a entender. En la primera pelea- y son
inevitables las primeras peleas- te juro que tú le gritarás cabeza de goi, y él, a manera de insulto, te llamará judía… Y puede que hasta se burle de cómo tu padre dice “noive”.
Mas, tan inútiles fueron las sinceras razones del tío Petacóvsky como los desmayos frecuentes de Jane Guitel. La muchacha, ganada por amor, huyó a los pocos meses con su novio a Rosario.
La fuga de Elisa acabó por romper los nervios de la madre. Dos semanas se pasó llorando, casi sin probar alimento. Nada ni nadie pudo tranquilizarla. Al fin, por consejo médico, tuvieron que internarla en el San Roque donde al poco tiempo moría, acrecentando el escándalo que la escapada produjo en la colectividad.
Con la muerte de Jane Guitel, la muchacha volvió al hogar. Y tras de ella vino Bermúdez. Como si los dos fueran los causantes directos de esa muerte, lloraron lágrimas amargas sobre la tumba de la pobre mujer
El mismo Bermúdez, antes tan inflexible, renunciaba a Elisa y consentía que ella se quedara del hermanito. Pero el tío Petacóvsky tuvo la honradez de perdonarlos y autorizar el casamiento a condición de que vivieran felices y para siempre en Rosario.
Después de hacerles notar a qué precio habían conseguido la unión, el tío Petacóvsky, contra el parecer de todos, resolvió seguir en su cambalache solo con su Daniel.
-Yo mismo – dijo, me encargaré de hacerlo hombre. Pierdan cuidado, no nos moriremos de hambre.
Y no hubo manera de disuadirlo.
Abandonado durante tantos meses, el negocio se había convertido del todo en un boliche de viejo, sin otra mercadería que libros y folletos españoles que se ven en todos los cambalaches. Pero Jane Guitel ya no podía manifestar escrúpulos, y Elisa estaba casada y lejos, el tío Petacóvsky se dedicó de lleno a sus librotes, dispuesto a ganarse el pan para su hijo. Ya no vivía sino por él y para él. Todas las mañanas se levantaba temprano y después de preparar el mate, despertaba a Daniel. Ambos desayunábanse y en seguida iban a la sinagoga, donde el chico decía kádish en memoria de la madre. A las ocho, ya estaban las dos en la acera de la escuela, mientras Daniel entraba a su clase, el tío Petacóvsky se volvió a abrir el boliche, que ya no cerraba hasta la noche. Y así lograron mantenerse durante seis largos meses.
Cuando las vacaciones escolares el mismo tenducho dejó de producir para las reducidas necesidades de la casa, el tío Petacvsky reunió uno cuantos muchachos judíos para enseñarles el hebreo. De esa manera, con la vuelta a su primitivo oficio, afrontó la penosa situación. Y a cualquier otro sacrificio estaba dispuesto, con tal de ver algún día hecho hombre a su Daniel.
Corrían los primeros días del año 1919. Una gran huelga de metalúrgicos habíase generalizado en Buenos Aires y las noticias más inverosímiles acerca de una revolución maximalista, propagándose de un extremo a otro de la ciudad. De la ciudad. La tarde del 10 se enero, el tío Petacóvsky estaba como siempre, sentado junto a sus libros, tomando mate. Había despachado a los chicos temprano, por se víspera de sábado, y porque en el barrio reinaba cierta intranquilidad.
La calle Corrientes, tan concurrida siempre, ofrecía un aspecto extraño, debido a la interrupción del tráfico y a la presencia de gendarmes armados a máuser.
A eso de las ocho y media, un grupo de jóvenes bien vestidos hizo interrupción en la acera del boliche, vitoreando a la patria. Atraído por los gritos, el tío Petacóvsky, que seguía tomando mate, asomó la cara detrás de la vidriera, todo temeroso, porque, hacia un momento, Daniel había salido a decir su kádish.
Uno del grupo, que divisó el rostro amedrentado del tío Petacóvsky , llamó la atención de todos sobre el boliche, los mozos detuvironse frente a; escaparate.
-¡Libros maximalistas! – señaló a gritos el más próximo. ¡Libros maximalistas!
Ahí está el ruso detrás – objetó otro.
-¡Qué hipocrata, con mate, para despistar!…
Y un tercero:
-Pero le vamos a dar libros de “chivos”…
Y, adelantándose, disparó su revolver contra las barbas de un Tolstoi que aparecía en la cubierta de un volumen rojo. Los acompañantes, espoleados por el ejemplo, lo imitaron. En un momento cayeron, todos los libros de autores barbudos que había en el escaparate. Y en verdad, la puntera de los jóvenes habría sido cómico, de no faltar una vez y costarle con eso la vida del tío Petacóvsky.
Ahora el buen hombre debe hallarse en el cielo, junto a los santos, héroes y artistas que por su industria hicieron soñar a tanta gente en Buenos Aires. Y es cierto que la divina justicia es menos lenta y más segura que la humana, ella de concederle, como a los elegidos, una gracia a su elección. Entonces. Buen seguro, como aquel Bonchi calla de I. L, Peretz (poetizado en el idioma de Maupassant en Bonchi el silencieux– que en circunstancias idénticas pidiera a los ángeles pan con manteca- el tío Petacóvsky les ha de pedirles mate amargo para la eternidad.
César Tiempo (1906-1980) fue un poeta, escritor, autor teatral, guionista cinematográfico, y periodista. Con el nombre de Israel Zeitlin, nació ucraniana, y como bebé fue llevado a Buenos Aires En 1924 obtuvo la ciudadanía argentina. Formó parte del Grupo de Boedo. En 1930 obtuvo el Premio Municipal de Poesía. Recibió el Premio Nacional de Teatro. En 1945 ganó el Premio Municipal al Mejor Libro Cinematográfico. Entre 1973 y 1975 se desempeñó como director del Teatro Nacional Cervantes. Entre sus obras teatrales destacan Pan criollo y El lustrador de manzanas. Escribió sobre la condición judía y porteña. Libro para la pausa del sábado, Sabatión argentino, y Sabadomingo son algunos de sus poemarios.
César Tiempo (1906-1980) was a poet, writer, playwright, screenwriter, and journalist. Born Israel Zeitlin, in the Ukraine, he was brought to Buenos Aires as an infant. In 1924, he became a citizen of Argentina. He was a member of the Boedo Writers Group. In 1930, he won the Municipal Prize for Poetry. In 1945, he won the Municipal Prize for Best Screenplay. Between 1973 and 1975 he served as director of the Cervantes National Theatre. Among his plays are Pan criollo y El lustrador de manzanas. He wrote sensitively about the Jewish community of Buenos Aires. Libro para la pausa del sábado, Sabatión argentino, and Sabadomingo figure among his books of poetry.
Vilma Faingezecht nace en Costa Rica, hija de inmigrantes judíos oriundos de Polonia. Sus padres llegan a estas tierras en el año 1946, luego de sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial.Cursa la escuela primaria en Alajuela, en la Escuela Bernardo Soto y en San José, en la Escuela Estados Unidos del Brasil. Posteriormente, en el Colegio Superior de Señoritas, realiza sus estudios de secundaria.Vive algunos años en Israel, México y Puerto Rico. Regresa a San José después de conocer y explorar muchos caminos.De nuevo en casa, continúa completando sus diferentes estudios :Historia, Diseño, Decoración y Artes Plásticas .Se dedica por muchos años a presentar exposiciones de pintura , tanto en el país como en el exterior. Es licenciada en filosofía por la Universidad Autónoma de Centroamérica. Es fundadora y directora del Museo de la Comunidad Judía de Costa Rica. La Revista Nacional de Cultura publica y premia uno de sus primeros cuentos en el año 1992.Entre sus publicaciones contamos con tres libros de cuentos :EN TIERRAS AJENAS….EN ESOS CAMINOS, CUENTOS DE LA NIÑA JUDIA.
Adaptado de: Asociación Costarricense de Escritoras
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Viilma Faingezicht was born in Costa Rica, the daughter of Jewish immigrants from Poland. His parents arrived in these lands in 1946, after surviving World War II. He attended primary school in Alajuela, at the Bernardo Soto School, and in San José, at the United States of Brazil School. Later, at the Colegio Superior de Señoritas, he completed his secondary studies. He lived for a few years in Israel, Mexico and Puerto Rico. He returns to San José after knowing and exploring many paths. Back home, he continues to complete his different studies: History, Design, Decoration and Plastic Arts. For many years he has dedicated himself to presenting painting exhibitions, both in the country and abroad. Exterior. She has a degree in philosophy from the Autonomous University of Central America. She is the founder and director of the Museum of the Jewish Community of Costa Rica. The National Magazine of Culture publishes and rewards one of her first stories in 1992. Among her publications we have three story books: EN TIERRAS AJENAS….EN ESOS CAMINOS, TALES OF THE JEWISH GIRL
Las chiquitas escogidas se vestían de jardineras, con delantales de organdí y canastas de flores. Todo era blanco y amarillo, colores sagrados en momentos sublimes.
Las alas de los angelitos sobresalían entre la multitud: angelitos blancos, angelitos bellos; yo también quería tener alas y volar, volar por los aires con mis alas blancas. ¡Ser un angelito! ¡Tener alas y flores!
Los chiquitos buenos eran los escogidos y se convertían en ángeles que irradiaban candor. Las chiquitas vestidas de jardineras iban colmadas de flores, como Diosas rumbo al altar.
Pero yo no podía ser nada.
Si por lo menos hubiera podido ir de jardinera. ¿Qué tenía de malo andar repleta de flores? Las flores son de todos, no sólo de los católicos. Algún día me iba a apoderar de todas esas flores, flores blancas y amarillas. ¡Quería tener mi cabeza cubierta de flores! Y quizá algunas alas también; ¿por qué no?
Los ángeles también son de todos.
¡Angelitos blancos, angelitos lindos! Yo quería ser un ángel.
Y las ollas rebosantes de uvas aguardaban su fermento… Se acercaba la Pascua y ese año el vino tendría que ser casero. Sin vino no hay Pascua.
“…y recordarás la salida de Egipto como si tú mismo hubieras sido esclavo en tierras del faraón…”
Ahora éramos libres; antes fuimos esclavos ¡Había que recordar y celebrar ese acontecimiento! Los niños judíos celebrábamos, estábamos en un mundo libre; pero asimismo católico.
Un mundo colmado de ángeles.
Eran dos pascuas diferentes; una con cuatro copas de vino y otra que se celebraba con ángeles… Pero yo no tomaba vino… Yo quería ser un ángel.
Mayo era el mes de las flores. En mayo brotaban los lirios. Flores para la Virgen pedían siempre en la escuela… Y la maestra quería tanto a las chiquitas que llevaban flores… Flores blancas para la Virgen, lirios blancos, mayo florido.
¡Mayo florido, mes de los lirios!
La tierra regada, olorosa y fresca.
Alegría de pájaros en las arboledas.
Mayo florido, mayo, mayo…
…y yo quería que la maestra me quisiera a mí mucho…
…las niñas judías no le llevan flores a la Virgen.
Las niñas judías hacen otras cosas; las niñas judías no se ponen medallas con santos en la camiseta, las niñas judías no se persignan cuando pasan por las iglesias.
Las niñas judías, las niñas judías…
Las niñas judías no van a la clase de religión, las niñas judías se quedan afuera… y la maestra las manda a limpiar la capilla.
Ahí, ahí es donde está la Virgen, con los lirios, los lirios blancos, los lirios de mayo. Las niñas judías no sabíamos a qué mundo pertenecíamos.
Mayo florido, mes de la Virgen, mayo florido; ¿por qué también viene el Diablo? Palmas benditas, Ave María Purísima, el Diablo los ase a todos. 3 de mayo, todos los años; 3 de mayo, el Diablo los agarra a todos. Las niñas judías necesitan agua bendita, las niñas judías de igual modo quieren sus palmas benditas.
Pero, ¿por qué el Diablo sí era para todos?
Si yo lo que anhelaba era ser un ángel con las alas blancas y flotar por las suaves nubes. Una jardinera con vestido de organdí y cubierto de flores. Un ángel como el de los cromos, con una sonrisa y mejillas rosa.
Las niñas judías queríamos ser todo, pero no éramos nada. Había que rezar en la noche, pero no entendíamos nada… “¡Shma Israel!” Pero por si acaso: “Padre nuestro, que estás en el cielo…”
El año nuevo se celebraba siempre en setiembre, era Rosh Hashana. Los judíos teníamos el año nuevo en setiembre, nadie entendía nada; además, había dos años nuevos. El de los judíos era maravilloso; teníamos siempre vestidos nuevos; nos vestíamos de seda de pies a cabeza, con lazos en el pelo y zapatos nuevos. El hecho de desfilar por las calles con la ropa nueva era casi como ser una de las jardineras. Mas la alegría duraba poco; el tiempo pasaba veloz y de pronto ya era diciembre. “…pastores venid, pastores llegad, a adorar al Niño, a adorar al Niño que ha nacido ya…”
Había nacido un niño y a todos los niños les traía juguetes. Las calles estaban repletas de juguetes y de manzanas rojas; todos los chiquitos estaban felices con ese niño que había nacido. A todos les traía juguetes…
Pero un día alguien me dijo:
—No seas tonta; ¿no ves que a los “polacos” ese niño no les trae nada?
Y entonces todo estaba dicho; los “polacos” no éramos católicos y los católicos no eran “polacos”. ¡Éramos diferentes!
The chosen little girls were dressed as gardeners with smocks of organdy and baskets of flowers. Everything was white and yellow, sacred colors in sublime moments.
The wings of the little angels stood out among the multitude: little white angels, beautiful little and angles: I too wanted to have wings and fly, fly though the air with my white wings. To be a little angel! To have wings and flowers!
The good little boys were the chosen ones, and they became angels that radiated purity. The little girls, dressed as gardeners were filled with flowers, like Goddesses at the altar.
But I couldn’t be anything.
If I could at least have been a gardener. What was wrong with going about full of flowers? The flowers belong to everyone, not only the Catholics. Someday I’m going to take over all those flowers, white and yellow flowers. I wanted to cover my head with flowers! And perhaps some wings too. Why not?
Angels belong to everyone,
Little white angels, pretty little angels! I wanted to be an angel!
And the brimming pots of grapes awaited fermentation… Easter was coming, and this year the wine would have to be homemade. Without wine, there was no Easter.
“…and you will remember the leaving of Egypt as if you had been a slave in Pharoah’s land…”
Now we were free before we were slaves. It was necessary to remember and celebrate this event! The Jewish children celebrated, we were in a free world, but at the same time Catholic.
A world filled with angels.
There were two different holidays, one with four cups of wine and the other celebrated with angels…But I didn’t drink wine… I wanted to be an angel!
May was the month of flowers. In May the lilies bloomed. Flowers for the Virgin were always requested for the school… And the teacher loved so much the little girls who carried flowers… White flowers for the Virgin, white lilies, May in flower.
Flowery May, month of lilies!
The earth irrigated, fragrant and fresh.
The joy of birds in the groves.
Flowery May, May, May…
…and I wanted the teacher to love me a lot…
…the Jewish children don’t bring flowers to the Virgin.
The Jewish girls do other things; the Jewish girls don’t put medal with saints on their undershirts; the Jewish girls don’t cross themselves when they pass by churches.
The Jewish girls, the Jewish girls…
The Jewish girls don’t go to religion class, the Jewish girls stay outside… and the teacher sends them to clean the chapel.
There, there is where the Virgin is, with the lilies, the white lilies, the lilies of May. We, the Jewish girls don’t know to which world we belong.
Flowery May, month of the Virgin, flowery May> Why does the Devil come too? Blessed palms fronds. Hail Mary, the Devil roasts everyone. May 3, every year, May 3, the Devil grabs everyone. The Jewish girls need holy water, the Jewish girls in the same way want their blessed palm fronds.
But, why is the Devil really for everyone!
If I what I wanted was to be an angel with white wings and to float through soft clouds. A gardener with a dress of organdy and covered with flowers. An angel, like the on the stickers, with a smile and red cheeks.
The Jewish girls we want to be everything, but we weren’t anything. It was necessary to pray at night, but we didn’t understand anything. “Shemá Israel! But perhaps: “Our Father who is in Heaven…”
The new year is always celebrated in September, it was Rosch HaShonah. We Jews have our new year in September, nobody understands anything, moreover, there are two new years. The Jewish one was marvelous, we always had new cloths, we dressed in silk from head to toe, with bows on our hair and new shoes. The act of parading on the streets with new cloths was almost like being one of the gardeners. But the joy was short-lived; time passed quickly and soon it was September already… “come shepherds, arrive shepherds, to adore the Child, to adore the Child, who has just been born…”
A child was born, and all the children brought him toys. The streets were full of toys and red apples; all the little kids were happy about this child that had been born. They all got toys…
But one day someone said to me:
“Don’t be silly: don’t you see that this child doesn’t bring anything to the “Polish?”
And then everything was said, we “Polish” weren’t Catholics, and the Catholics weren’t “Polish.” We were different!
El museo de la comunidad judía de Costa Rica– Vilma Faingezicht–Fundadora/ The Museum of the Jewish Community of Costa Rica — Vilma Faingezicht — Founder
“Buena Tierra” — La experiencia judía en Bolivia 1935-1945 — en La Paz y en la colonia “Buena Tierra”
“Buena Tierra”– The Jewish Experience in Bolivia 1935-1945 — in La Paz y in the farm “Tierra Buena”
La finca de Buena Tierra/The Buena Tierra Farm
La experiencia de los refugiados judíos en Bolivia estuvo indeleblemente influenciada por Maurice Hochschild, un acaudalado judío alemán propietario de una mina en Bolivia que tenía una buena relación con el presidente boliviano. Cuando el gobierno boliviano alentó la inmigración a mediados de la década de 1930 para impulsar la economía, Hochschild facilitó visas para que refugiados judíos alemanes y austriacos llegaran a Bolivia. También fundó la Sociedad de Protección a los Inmigrantes Israelitas (SOPRO), o La Sociedad para la Protección de los Migrantes Israelitas. La mayoría de los judíos se establecieron en La Paz, la capital, y JDC* apoyó los hogares infantiles de SOPRO y otras instituciones comunales en La Paz.
En 1940, para contrarrestar la creciente propaganda antisemita de que los inmigrantes judíos no contribuían al bienestar del estado y para asegurar que Bolivia no cerraría sus puertas a la futura inmigración judía, Hochschild se asoció con la Sociedad Colonizadora de Bolivia (SOCOBO) para desarrollar proyectos agrícolas en áreas rurales para demostrar la autosuficiencia de estos refugiados judíos.
Hochschild se puso en contacto con JDC y Agro-Joint para obtener fondos para reubicar a los judíos como campesinos y capacitarlos para cultivar los campos. De 1939 a 1942, JDC, junto con SOCOBO y Hochschild, contribuyeron $160,000 para sostener los asentamientos agrícolas.
Desafortunadamente, los nuevos agricultores enfrentaron una serie de desafíos en sus empresas agrícolas: la topografía montañosa, lo que significaba que no podían usar tractores; la muerte de los caminos a los mercados apropiados para los cultivos como la piña, el café y el cacao; y el clima subtropical. Ninguna de las granjas llega a ser completamente autosuficiente; todos fueron subvencionados por SOCOBO y Hochschild.
The Jewish refugee experience in Bolivia was indelibly influenced by Maurice Hochschild, a wealthy German Jewish mine owner in Bolivia who had a good relationship with the Bolivian president. When the Bolivian government encouraged immigration in the mid-1930s to spur the economy, Hochschild facilitated visas for German and Austrian Jewish refugees to arrive in Bolivia. He also founded the Sociedad de Proteccion a los Immigrantes Israelitas (SOPRO), or The Society for Protection of Jewish Migrants. The majority of Jews settled in La Paz, the capital, and JDC* supported SOPRO Children Homes and other communal institutions in La Paz.
In 1940, to counter rising anti-Semitic propaganda that Jewish immigrants were not contributing to the welfare of the state and to ensure that Bolivia would not close its doors to future Jewish immigration, Hochschild partnered with the Sociedad Colonizadora de Bolivia (SOCOBO) to develop agricultural projects in rural areas to demonstrate these Jewish refugees self-sufficiency.
Hochschild contacted JDC and Agro-Joint for funds to relocate Jews as peasant farmers and train them to cultivate the fields. From 1939-1942, JDC, along with SOCOBO and Hochschild, contributed $160,000 to sustain the agricultural settlements.
Unfortunately, the new farmers encountered a host of challenges in their agricultural enterprises: the mountainous topography, which meant that they could not use tractors; the dearth of roads to appropriate markets for the crops such as pineapple coffee, and cacao; and the sub-tropical climate. None of the farms ever become entirely self-sufficient; they were all subsidized by SOCOBO and Hochschild.
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La organización judía The Joint Distribution Committee (JDC or “The Joint”) ayudaba en la salvación de muchos miles de personas antes, durante y después del Holocaust y luego los refugiados/The Jewish organization The Joint Distribution Committee (JDC or “The Joint”) helped save many thousands people before, during and after the Holocaust
Refugiados transformados en granjeros/Refugees transformed into farmers
Hombres descascarando el maíz/Men shucking corn
Taller de carpintería/Woodworking shop
Una muchacha sobre un burro en Buena Tierra/A girl on a burro en Bella Tierra
Tomando el té/Drinking tea
Competiciones de deportes/Sports competitions local people
Um asilo de JDC para la gente mayor en La Paz/A JDC Home for the Aged in La Paz
Shofar de Rosch HaShona/Shofar for Rosh HaShonah
El museo de Buena Tierra en La Paz/BuenaTierra Museum in La Paz
Nora Weinerth con Nestor . “La gente que tiene una enfermedad mental por ningún culpa suya, como Nestor, no son deshechos. Deben ser queridos”
Nora Weinerth crecía en Caracas, Venezuela, la hija de padres judíos. La familia se mudó a los Estados Unidos. Weinerth obtuvo su Ph.D. en Lenguas Romances de la Universidad de Harvard, con especialidad en literatura española medieval. Después de publicar y traducir una serie de trabajos académicos, cambió la dirección de su carrera. Su trabajo, sacar a los pacientes con enfermedades mentales de las instituciones y devolverlos a la comunidad, la convierte en el tema de un documental de Frontline/PBS/ProPublica. Ahora trabaja como escritora e investigadora independiente.
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Nora Weinerth grew up in Caracas, Venezuela, the child of Jewish parents. The family moved to the United States. Weinerth obtained he Ph.D. in Romance Languages from Harvard University, specializing in medieval Spanish literature. After publishing and translating a number of scholarly works, she changed her career direction. Her work, bringing mental ill patients out of institutions and back into the community make her the subject of a Frontline/PBS/Propublica documentary. She now works as an independent writer writer and researcher.
Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia, todos de los que éramos de por allá recordamos nuestro lugar de nacimiento y se los describíamos al profesor Suárez con gran solemnidad. Estábamos en el primer grado.
Cuando me tocó mi turno, me puse de pie.
–Nora, ¿dónde naciste?
–En Rumania.
El Profesor Suárez era del llano. Un muchacho de huesos finos y mirada soñadora. Había recorrido el mundo en las láminas de nuestros libros de geografía y a través de ojos de los niños extranjeros. Nos hablaba de los españoles y de los indios, del heroico Cacique Gualcaipuro y nos contaba fábulas del llano, de tigritos y morrocoyes.
–Rumania, repitió, saboreando la palabra con una mirada de ensueño. ¿Tú te acuerdas de Rumania?
–Sí, contesté.
En casa existía en el lenguaje empapado de recuerdos de mi mamá y mi papá. Me sabía sus bosques y sus ríos como si los hubiera visto con mis propios ojos.
¿Cómo es Rumania? Debe ser un país muy bello.
Es el país más bello del mundo.
Esa mañana describí el país de mis padres con mucha convicción Y a medida que la describía, mi Rumania iba cobrando realidad. Con la mirada cargada en el árbol de mangos que se veía desde la ventana de nuestra clase, hablé de las frutas de mi país.
–Hay fresas y cerezas, y frambuesas…
Hice un desfile de sílabas preciosas, nombrando las frutas que añoraba mi mamá de las que me hablaba cuando recordaba mi niñez. Exaltada, seguí adelante.
–Y también hay mangos, mamones, cambures, guayabas, guanábanas, y nísperos y níspulas…
El Profesor Suárez me preguntó si recordaba Rumania de verdad, y le dije que sí.
Cuando terminamos las descripciones, el Profesor Suárez nos dijo que hiciéramos un dibujo del lugar donde habíamos nacido. Yo sabía dibujar muy bien, y la hora de dibujo era mi favorita. Hice un paisaje de Rumania con un sol sonriente en un cielo azul celeste, una casita de tejados rojos, y una palmera mecida por la brisa.
Algún día nos vamos de aquí, decía mi mamá, y entonces sabrás lo que es la nieve. Vas a tener unos patines de hielo y una caperuza con un borde blanco de piel de conejo como la que tenía yo cuando era niña.
–¿Igual que Caperucita Roja?
–Si, igual que Caperucita Roja.
Así que le puse nieve al paisaje y a última hora le puse una chimenea al tejado, con un nubarrón de humo gris. Me salió muy bien, con el humo subiendo hacia un lado y la palmera inclinada hacia el otro.
Con su mata de pelo negro y su piel moreno, su paso ligero y su mirada desafiante, mi mamá era una belleza extraordinaria. Se defendía contra el presente más allá de las rejas de nuestra casa con orgullo erguido sobre la soledad.
–Este es un país salvaje, decía en húngaro, cuando Venezuela se imponía con toda su exuberancia. A este país hasta Dios le ha vuelto la espalda.
Era joven, y parecía feliz cuando poníamos la mesita debajo de las acacias y sacábamos los lápices de color y acuarelas. Dibujábamos muñecas y las hacíamos trajes de moda que mi mamá me ayudaba a recortar con su tijerita de uñas. A veces me hablaba de su mamá y una tarde cuando le pregunté dónde estaba, me dijo que se murió durante la guerra.
“Guerra. Brumosa” palabra dicha en húngaro, la guerra marcaba a frontera entre el pasado y el presente, entre lo nuestro y Venezuela. En la casa, el pasado era lo verdadero, y con recuerdos mi mamá le hacía frente al presente que se llevaba a nuestro alrededor con toda su radiante realidad. Me imaginaba la guerra como un camino pedregoso en el lejano por allá, donde la gente hablaba húngaro por un lado y rumano por el otro, y nadie se comprendía.
Esa tarde cuando le enseñé el dibujo a mi mamá, lo miró con una expresión endurecida. El Profesor Suárez se lo había enseñado a toda la clase, así que de momento no comprendía por qué no le gustaba a mi mamá.
–Nori, me dijo, con el dibujo entre las manos.
Enseguida vi el error. El humo flotaba hacia la derecha y la palmera se inclinaba hacia la izquierda. Hacían un lindo arco, pero, ¿cómo iba a pegar la brisa contra sí misma? Era imposible.
–¿Qué busca aquí esta palmera?
No comprendía la pregunta.
–Entre nosotros no existen las palmeras.
–¡Mentira!
–Imbécil! ¿Cuántas veces te he dicho que Rumania no es un país salvaje?
No dije nada.
–¿Cómo se te ocurrió? ¿Por qué? Dime ¿por qué?
Porque tú me dijiste que Rumania es el país más bello del mundo.
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“The Most Beautiful Country in the World”
Romania, Hungary, Czechoslovakia, Yugoslavia, all of us who were from there remember our place of birth, and we were describing then to Professor Suárez with great solemnity. We were in the first grade.
When it was my turn, I stood up.
“Nora, where were you born?”
“In Romania.”
Professor Suárez was from the plains. A young fellow of fine bones and a dreamy look. He had traveled the world through the pictured in our geography books and through the eyes of the foreign children. He spoke to us of the Spanish and the indies, of the heroic Cacique Gualcaipuro, and he told us stories from the plains, of wild cats and turtles.
“Romania, he repeated, enjoying the word with a dreamy look. Do you remember Romania? It must be a very beautiful country.
“It is the most beautiful country in the world.”
That morning, I described the country of my parents with great conviction. And while I described it, my Romania was becoming real. With my gaze fixed on the mango tree that could be seen from our class’ window, I spoke about the fruits of my country.
“There are strawberries, cherries and raspberries…”
I made a parade of precise syllables, naming the fruits that my mother yearned for, of those that she told me about when she remembered my childhood. Exalted, I continued on.
“And there are also mangos, mamones, cambures, guayabas, guayabanas y nísperos y níspulas…”
Professor Suárez asked me if I truly remember Romania, and I said yes.
When we finished the descriptions, Professor Suárez told us to make a drawing of the place where we had been born. I knew how to draw well, and the drawing hour was my favorite. I did a landscape of Romania with a smiling sun in a celeste sky, a little house with red shingles, and a palm tree, swaying in the breeze.
“One day, we will leave here, my mother was saying, and then you will know what snow if. You will have ice skates and a hood with a white border of rabbit skin like that you had as a little girl.”
“Just like Little Red Riding Hood?”
“Yes, just like Little Red Riding Hood.”
So, I put snow on the landscape and at the last moment I put a chimney on the roof, with a large cloud of gray smoke, It came out very well, with the smoke rising toward one side and the palm tree leaning toward the other.
With her mop of black hair and her dark skin, her smooth walk, my mama was an extraordinary beauty. She protected herself against the present beyond the grates of our house with pride covering the solitude.
“This is a savage place,” she said in Hungarian, when Venezuela imposed itself with all its exuberance. “God has turned his back on this country.”
She was young and she seemed happy when we put the small table under the acacias, and we took out the colored pencils and the watercolors. We drew dolls and we, made stylish dresses that my mother helped me cut out with her fingernail scissors. At times, she spoke to me about her mama, and one afternoon, when I asked her where she was, she told me that she died during the war.
Foggy War it was called in Hungarian, the war marked the frontier between the past and the present, between ours and Venezuela. At home, the past was the truth, with her memories, mama faces the present that moved around us with all its radiant reality. I imagined the war as a rocky road in the distance over there, where the people spoke Hungarian on one side and Romanian on the other, and no one understood each other.
That afternoon when I showed the drawing to my mama, she looked it with a hardened expression on her face. Professor Suárez had shown to the whole class, so for a moment, I didn’t understand why my mama didn’t like it.
“Nori,” she said to me with the drawing in her hand.
I saw the error immediately. The smoke floated toward the right and the palm tree was leaning to the left. They made a pretty arch, but how was the breeze going to hit itself? It was impossible.
“What is this palm tree doing here?”
I didn’t understand the question.
“With us, palm trees don’t exist.”
“That’s a lie!”
“Imbecile! How many times have I told you that Romania is not a savage country?
I didn’t say anything.
“How did it occur to you? Why” Tell me why?”
“Because you told me that Romania was the most beautiful country in the world.”
Ethel Krauze es comunicadora, docente, poeta, ensayista y tallerista, con un doctorado en Literatura por la Universidad Nacional Autónoma de México. Conductora de televisión en Canal 11, o en programas como “Descarga Cultura UNAM”, ha dedicado su vida profesional a la difusión de la lectura y la escritura. Algunos de sus libros como Cómo acercase a la poesía (2018), son fundamentales en la enseñanza, así como su taller “Mujer: escribir cambia tu vida” que ha superado fronteras geográficas para difundir la escritura de mujeres. Su temática en narrativa y poesía cubre desde historia de México, la violencia de género, la violencia desatada por la “guerra contra el narcotráfico”, el erotismo, la sensualidad, el amor filial, la soledad, la frivolidad y el vacío proveniente del consumismo y el materialismo. Entre sus muchas obras son: Infinita ( 1992),El secreto de la infidelidad (1998),El instante supremo (2002), El diluvio de un beso (2004),Dulce cuchillo (2010), La otra Ilíada (2016), El país de las mandrágoras (2016), Lo que su cuerpo me provoca (2016) y Poemas para Adelina ( 2020).
Ethel Krauze is a communicator, teacher, poet, essayist and workshop facilitator, with a doctorate in Literature from the National Autonomous University of Mexico. Television host on Channel 11, or on programs such as “Descarga Cultura UNAM”, she has dedicated her professional life to the dissemination of reading and writing. Some of her books, such as How to approach poetry (2018), are fundamental in teaching, as well as her workshop “Woman: writing changes your life” that has crossed geographical borders to spread women’s writing. His themes in narrative and poetry cover from the history of Mexico, gender violence, the violence unleashed by the “war on drugs”, eroticism, sensuality, filial love, loneliness, frivolity and emptiness from consumerism. and materialism. Among his many works are: Infinita ( 1992),El secreto de la infidelidad (1998),El instante supremo (2002), El diluvio de un beso (2004),Dulce cuchillo (2010), La otra Ilíada (2016), El país de las mandrágoras (2016), Lo que su cuerpo me provoca (2016) y Poemas para Adelina ( 2020).
En la nevada Ucrania del zar Nicolai, Ralínkova era un punto en los mapas chicos rodeado de trigales. Los Kolteniuk tuvieron cinco hijos. Piotr siguió el oficio de su padre, que eran dos: rezar y vender telas. Aunque el segundo le dio de comer más mal que bien hasta su apacible muerte en la colonia Condesa de la ciudad de México, el primero lo dotaba de un olor de cera bendecida, a vino del profeta Elías en copa labrada, a cuerno que abre los oídos de Dios de día del perdón, a palio para las bodas del rey David. De estirpe cohen, principesca para judíos, podía hacer las veces del rabino, y en cualquier ceremonia imponía solemnidad y suspiros al cielo.
Lo veo enorme y rubio en la silla del desayunador, envuelto en el talit azul y blanco, murmurando sobre el Libro.
–Sshhh… –decía la abuela–. No hablas hija, zeide enoja.
Y no sabía por qué ese misterioso silencio, cuando los oía en el baño, ella enjabonándolo macizamente el cuerpo regañándole mientras él gemía con dulzura.
Piotr viajaba de pueblo en pueblo ofreciendo sus telas. Un día llegó a Shmérinka.
Se hizo amigo de los Talésnik, dueños de ferretería donde Ana la hija soñaba en las matemáticas. Sus padres le habían dispuesto al hijo del rabino Bogomolny por marido. Pero Ana amaba en secreto.
–Ay hija, si yo contarra… anduvíamos en carreta hasta bosque, scapábamos…Era tan gvapo… pero era casado hija, ni modo.
Los padres presionaron tanto, que por liberarse de aquel al que abominaba, se casó con Piotr.
–Muy decente, sí, pero pior que rabino de tan kosher!
¡Quién iba a decirle que cincuenta años después habrá de darle el sí al abominable Bogolmony, que convertido en millonario la llevó a pasear el mundo a los setenta años!
Piotr y Ana tuvieron dos hijos: Lázar y Mitya. Lázar se robaba el para dárselo a los pobres. El padre lo azotaba, Veinte años después Lázar sería el mejor guard entre los Pumas de la UNAM. Rompía quijadas a diestra y a siniestra, y se gana el temible apodo Ochichornia. Pero entonces, los golpes lo acicateaban para seguir robando una papa, una cebolla, un poroto.
Un día se perdió en los trigales, y ocultó entre las varas vio cómo llovían cabezas: la del herrero, la del sastre, la del vecino…cabezas de verdad, cortadas con la hoz de Pet Lúra, el cosaco que dirigía los pogroms en los poblados de Ucrania. Lázar se desmayó. Lo encontraron de milagro tres días después, y entró con fervor en las juventudes comunistas.
La revolución fue sangre y hambre, fríos de muerte sin carbón y madrugadas en la cola de racionamiento. Para conservar agua la gran casa, los Talésnik metieron en ella a todos los hijos, nueras, yernos y nietos que se apretaron hasta la asfixia. Salas, pasillo y comedores se improvisaron en recámaras, separadas por cortinas. Sólo un soldado se les coló vivir allí. Fueron gentiles con él, y él dio la firma que falta en los documentos que los sacarían de Rusia para siempre. Piotr se despidió de su mujer y sus hijos: iba a “hacer la América”, es decir, a hacer la fortuna en la tierra de la abundancia y oportunidades”, y luego mandaría por ellos para instalarse definitivamente en los Estados Unidos. Pero la frontera estadunidense se había cerrado a los inmigrantes. Así que Piotr llegó en un barco de tercera a Veracruz, y luego en tren con guajalotes y huacales a la ciudad de México. La fortuna no llegaba. Y sí la persecución a los que se habían quedado del otro lado del mar.
No hubo más remedio. Ana empacó su samovar con cubiertas de plata escondidas entre la ropa, y un hijo a cada mano, se lanzó. Llegaron a Vínnitza, donde el río Bug, Y ese acaso fue el primer lazo entre Lázar y Réizel, porque del otro del Bug, en el poblado de Vískof, en Polonia, Réizel oía a sus padres hablar en secreto; una palabra que no conocía se le quedó grabado: América. Pero ese encuentro no se daría sino años después, en un camión Roma-Mérida, hacia Chapultepec.
De Vínnitsa se fueron a Odesa. Ana coechaba con la plata a los aduaneros, se escondía en los baños de los andenes, de frontera a frontera. Sólo le quedó el samovar, y los hijos, cuando su hermano David la recibió en París. Era médico eminente, había salido tiempo antes de Rusia. La llevó al Moulin Rouge y le compró un sombrero. La mandó en primera clase a rumbo a Veracruz. Pero le pidió que le dejara a Lázar, porque él y su mujer no podían tener hijos. Ana lo consideró largamente.
–Pero hija, ¿ya vez? no pudía quitar hijo a tu zeide ¡y primer hijo! No, veis míer, hubiera matado a mí y tu hija, no hubieras nacido… O quién sabe, a lo mejor foiras hoy francesita.
Lázar vivía un gran acontecimiento: pelear con las pieles rojas le parecía lo más divertido del mundo, según había leído en Fenimore Cooper. En el barco, se hizo amigo del capitán, que le enseño maniobras navieras. Mitya lo seguía entusiasmada. Ana meditaba en su camarote: “indios con plumas en cabeza, Dios, Dios”. Y de pronto: ¡Nash parajod potonít!, ¡el barco empezó a naufragar! Entre gritos y marejadas Ana vio cómo a sus niños se los llevaba el bote salvavidas, y ella, aferrada a su samovar—todo el equipaje fue a dar a la caldera para tratar para tratar de sostener el barco–, maldecía a los tripulantes que querían quitárselo.
–Pesa mucho, deje eso señora, ¡no sea necia, parece loca! ¡Con una chingada, se va a hundir esta porquería!
–“Si va samovar, voy yo, si no aquí quedo”. … Ay hija, llegó verde de óxido de mar. Pero vino.
Cuando veinte años después se lo robaron en la colonia Álamos, lloró todo no había llorado por dejar su tierra para siempre.
Su madre Bela, fue enterrada viva en la fosa común de los nazis. Sus hermanos Rosa y Yosik desaparecieron en campos de concentración. Mark se hizo comunista del partido en Jarkov, se cambió su nombre y no quiso recibir cuarenta años después a una embajada—amistades de Piotr y Ana—que fue a buscar rastros de la familia a la Unión Soviética. Sólo murió Faña de vieja y en paz, a los 93 años, cuando iba a abandonar su querido México para hacerse ciudadana estadunidense en pos de su anciana hija en Boston. La víspera del viaje, con pasaporte y permisos especiales, en una suave tarde de septiembre, suavemente cerró los ojos y logró lo que quería: quedarse en este suelo.
Dos años después de haberse despedido de Rusia, Piotr y Ana se abrazaron en Veracruz. Fue el 13 de diciembre de 1930. Ana cumplía ese día 35 años. Lázar estaba vivamente decepcionado: no había pieles rojas ni plumas en la cabeza, sólo pantalones blancos y “sarapes” en un color endemoniado y verdísimo.
Llegando a las calles de El Salvador, en pleno centro merolico, la tierra dio un vuelco al revés. De pronto la gente se arrodillaba en la calle gritando hacia el cielo con las manos extendidas.
–¡Nie krichai! ¡Nie biegní! ¡Ani moshiet ubit nas! –mumuró casi a gritos el papá: “no griten, no se mueven, porque nos matan, nos matan”, y los detuvo jalándose a un rincón del modesto edificio.
Lázar sintió que se moría. Pero se quedó callado, porque lo matarían.
Y así recibió México a mi padre, con un Mercali 5.9. Cincuenta y cinco años después volvió a mirar las frondas de los abedules que hacían pared a los lados de Lenin-grado. Volvía a Rusia por primera vez, ahora con pasaporte mexicano. Llegaba de un recorrido en Europa, por Helsinki. Desde que vio los abedules se le aguaron los ojos. En la frontera el oficial soviético le pidió sus papeles. Y mi padre contestó con un titubeo: “Dóbroye utro, ya ruskii, ya radilsia vrasiye, ¡ya semú scazal shto ya ischóras ruskoi zimlet!”. ¡Ya estoy otra vez en en el suelo ruso! El oficial sonrió, y el resto de los viajeros mexicanos se le quedaron mirando con asombro y admiración; en esos cuatro días en la Unión Soviética mi padre habló ruso hasta por los codos, y probablemente dijo más palabras de las que había dicho hasta entonces, en setenta años de vida. Volvió a México, a la colonia Condesas y México lo recibió de nuevo como la primera vez: terremoto del 19 de septiembre de 1985. 8.1 grados Richter.
In the snow-covered Ukraine of Tzar Nickolas, Railincova was a spot on the small maps, surrounded by wheat fields. The Kolteniuk family had five children. Piotr followed in the trade of his father, that were two: to pray and to sell cloth. Although the second fed him more often poorly than wee until his peaseful death en the Colonia Condesa in Mexico City, the first gave an odor of blessed wax, of the wine of the prophet Elijah in an adorned metal cup, of the ram’s horn that opens God’s ears on Yom Kippur, to the canopy for the marriage of King David. Of Cohen lineage, a princess for the Jews, he could play the role of a rabbi, and in any ceremony, he brought on solemnity and sighs toward heaven.
I see him enormous and blond in the breakfast chair wrapped up in his blue tallit, murmuring over the Book.
“Shsss…” grandmother would say. Don’t speak daughter, zeide gets angry.
I didn’t know why this mysterious silence, when I heard the two in the bathroom, she soaping his body robustly, while he sighed sweetly.
Piotr traveled from town to town offering his cloths. One day, he arrived at Shmérinka.
He became friends with the Talésniks, owners of a dry goods store where their daughter Ana dreamt with precision. Here parents had promised her in marriage to the son of Rabbi Bogolmony. But Ana loved secretly.
Piotr and Ana had two children: Lazar and Mitya. Lazar stole potatoes to give them to the poor. His father whipped him. Twenty years later, Lazar would be the best guard for the Pumas of UNAM. He broke jays from left to right, he won the terrible nickname of Ochichornia. But back then, the blows spurred him on to continue stealing a potato, an onion, a bean.
One day, he got lost in the wheat fields, and hidden among the stalks, he saw how it was raining heads: that of the blacksmith, that of the tailor, that of the neighbor… real heads, cut down with the sickle of Pet Lúra, the Cossack who directed the pogroms in the towns of Ukraine. Lazar fainted. They miraculously found him three days later, and, with fervor, he joined the Communist Youth.
The revolution was blood and hunger, deadly cold with- out without coal and mornings in the rationing lines. To save water in the huge house, the Talesnik put into it all the children, daughters-in-law, sones-in-law and grandchildren that were squeezed to asphyxia. Living rooms, and dining rooms were cobbled together into bedrooms, separated by curtains. Only a soldier let them live there. There were gentiles with him, and he signed what was necessary in the documents that would them take them out of Russia forever. Piotr said goodbye to his wife and his children; he was going to “make it in America,” that is, to make a fortune in the land of abundance and opportunities,” and then would send for them to settle permanently in the United States. But the American border had been closed to immigrants. So, Piotr arrived in a third-class ship to the port of Veracruz and then in train with the turkeys and squashes to Mexico City. Good fortune didn’t come. But, persecution of those who had stayed at the other side of the ocean did.
There was no choice. Ana packed up he samovar with settings of silver hidden in the clothing, and a child in each hand, she set off. They arrived at Vínnitza, by the Bug River. And that might be the first encounter between Lazar and Reizel, because on the other side of the Bug, in the town of Viskif, in Poland, Reizel heard her parents talking in secret; a word she didn’t know was printed in her mind: America. But that meeting wouldn’t happen until years later, in a bus, Roma-Mérida, to Chapultepec.
From Vínnitza, they went to Odessa. Ana bribed customs officers with the silver; she hid in the bathrooms of the platforms, from border to border. Only her samovar and her children were left, when her brother David received her in Paris. He was an eminent physician he had left Russia some time before. He took her to the Moulin Rouge, and he bought her a hat, He sent her to Veracruz in first class. But he asked her to leave Lazar behind, because he and his wife could not have children. Ana considered it at length.
“ But, daughter, don’t you see? You couldn’t take a son from your zeide! And his only son! No veis mir, woman, he might have killed me and your daughter, you wouldn’t have been born… Or, who knows, you might have turned out a little French girl.”
Lazar had a great time: fighting with the red skins seemed to him to be the most enjoyable thing in the world, according to what he read in Fenimore Cooper. On the ship, he became friends with the captain, who taught him navalmaneuvers. Motya followed him, excited. Ana meditated in her stateroom: “Indians with feathers on their heads, God, God! And suddenly, Nash parajod potonít! The ship is starting to sink! Among shouts and heavy seas, Ana saw how her children were carried to the life boat, and she, holding tight to her samovar—all her luggage was thrown into the caldron to try to keep the ship afloat–. She swore at the crew members who tried to take it from her.
“It weighs a lot! Let that go, madam, don’t’ be stupid! Because of this piece of shit, that piece of junk, the ship will sink!
“If the samovar goes, I go, if not, if stay here…” Ay, daughter, it arrived rusted green from the sea. But it came.
When twenty years later it was stolen in the colonia Alamos, she cried all that she had not cried about leaving her homeland for good.
Her mother Bela was buried alive in a Nazi common grave. Her sister Rosa and her brother Yosik disappeared in concentration camps. Mark became a member of the communist party in Jarkov; he changed his name and forty years later, at an embassy, he didn’t want to restore friendships with Piotr and Ana, who were looking for what was left of the family in the Soviet Union. Only Faña died old and in peace at 93 years old, when s to become an American citizen, she was about to leave her beloved Mexico after her aged daughter in Boston. The evening before the trip, with passport and special permissions, in a soft September afternoon, softly closed her eyes and succeeded in what she wanted, to stay on this soil.
Two years after saying goodbye to Russia. Piotr and Ana hugged each other in Veracruz. It was December 13, 1930. An had her 35th birthday. Lazar was enormously disappointed; there were no red skins with feathers on their heads, only white pants and “serapes” in an hell of a color and very, very green.
Arriving at the streets of El Salvador, in in the center of street hawkers, the earth turned backward. Immediately, the people went down on their knees, shouting at the sky with their hands extended.
“¡Nie krichai! ¡Nie biegní! ¡Ani moshiet ubit nas!” Papa murmured almost out loud, “don’t yell, don’t move, because they are killing us, they are killing us.” And he stopped them, while rushing to a corner of a modest building.
Lazar felt that he would die. But he stayed quiet, because they would kill him.
And so, Mexico received my father with a Mercali 5.9. Fifty-five years later, he again looked at the birch trees that made walls in the sides of Leningrad. He was returning to Russia for the first time, now with a Mexican passport. He arrived as part of a tour of Europe, starting in Helsinki. From the time he saw the birches, his eyes watered. At the border, the Soviet official asked for his papers. And my father answered with a stammer, Dóbroye utro, ya ruskii, ya radilsia vrasiye, ¡ya semú scazal shto ya ischóras ruskoi zimlet!” “¡I’m once again on Russian soil! The official smiled, and the rest of the Mexican travelers, stayed looking at him with amazement and admiration; in those four days in the Soviet Union, my father spoke Russian incessantly; he probably said more words than he had spoken before, in seventy years of life. He her returned to Mexico, to the colonia Condesa, and Mexico received him again like the first time: the earthquake of September, 19, 1985. 8.1 points Richter.
Moico Yaker nació en Arequipa, Perú in 1949. Estudió Arquitectura en la University of Miami (EEUU), También estudió literatura, filosofía e historia en la Universidad Hebrea de Jerusalem, Israel. Asistió a la Escuela de Dibujo y Pintura Byam Shaw, Londres, Inglaterra y a la Ecole Nationale Supérieure des Beaux-Arts, París, Francia. En 1982 vuelve a Perú con treinta y tres años de edad y un largo y accidentado periplo por Estados Unidos, Europa, Israel y Venezuela. Empieza entonces a definirse como «una curiosa mezcla», un artífice «sudamericano-oriental-arequipeño y judío», en busca siempre de «ese enganche astral entre los Andes y Jerusalén». Cuenta en su haber numerosas exposiciones individuales y colectivas, tanto en el Perú como en México, Brasil, Argentina, USA. Ha participado en las bienales de La Habana, Cuenca, Lima, Panamá, Sao Paulo y Venecia. Moico Yaker vive y trabaja en Lima. Adaptado de https:/cosas.pe
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Moico Yaker was born in Arequipa, Peru in 1949. He studied Architecture at the University of Miami (USA), He also studied literature, philosophy and history at the Hebrew University of Jerusalem, Israel. He attended the Byam Shaw School of Drawing and Painting, London, England and the Ecole Nationale Supérieure des Beaux-Arts, Paris, France. In 1982 he returned to Peru at the age of thirty-three and after a long and eventful journey through the United States, Europe, Israel and Venezuela. Then he begins to define himself as “a curious mix”, a “South American-Eastern-Arequipa and Jewish” architect, always looking for “that astral connection between the Andes and Jerusalem.” Account to his credit numerous individual and collective exhibitions, both in Peru and in Mexico, Brazil, Argentina, USA. He has participated in the biennials of Havana, Cuenca, Lima, Panama, Sao Paulo and Venice. Moico Yaker lives and works in Lima. Adapted from de https:/cosas.pe
Moico Yaker busca <<Ese enganche entre los Andes y Jerusalén>>
Moico Yaker searches for “That union between the Andes and Jerusalem.”
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Pinturas/Paintings
Judaica
Judíos/Jews
Se trata del “árbol sefirótico”, considerado el principal símbolo metafísico de los cabalistas./The “Tree of life” with the ten Sefirot and the 22 Hebrew letters de los cabalistas
Detalle de Santiago Matamoros con escudo cabalita/Detail of Santiago Matamoros with a Kabbalist shield (St. James)
Santiago Matamoros a lo judío/A Jewish Version of Santiago (St. James)
Archángel Miguel/Archangel Michael
Peruano/Peruvian
Algo muere como historia pero renace como mito en estos cuadros.
Inkas y Conquistadores
Yaker le prodiga al pelo y a sus peinados.
Aborígenes/Aborigines
Fetiches/Fetishes
Moico Yaker habla en un español que es fácil entender/Moico Yaker speaks in a Spanish that is easy to follow.
Costa Rica es el hogar de aproximadamente 4000 judíos, la mayoría de ellos descendientes de los más de 300 inmigrantes de Zelechow, Polonia, que llegaron a principios de la década de 1930 en busca de oportunidades económicas y huyendo de las primeras señales de advertencia del gobierno nazi. El Museo de la Comunidad Judía de Costa Rica de San José presenta la historia de esa inmigración, así como los primeros años de los hombres como vendedores de puerta en puerta, cuando se ganaron el apodo yiddish de “clappers” por el sonido que hacían tocando puertas—se desarrolla a través de una serie de fotografías de archivo, paneles informativos y artefactos rituales. Valiosos shofars, tallits e instrumentos de brit milah atestiguan la adhesión de los primeros pobladores a la vida religiosa. El museo es parte del Centro Israelita Sionista de Costa Rica, un extenso campus inaugurado en 2004. Con 2.500 miembros, esta es la dirección principal ortodoxo para gran parte de lo judío en el país: servicios de adoración diarios, certificación de kashrut, mikvehs, educación escolar diurna, programas para personas mayores y sociedad funeraria. Hay una sinagoga reformista. Los judíos ocupan un lugar elevado y enrarecido en la sociedad costarricense. Operadores turísticos usan misma palabra: “elegante”, utilizada con reverencia en lugar de como un insulto—cuando lucha en inglés para describir a los judíos locales, muchos de los cuales son dueños de importantes concesionarios de automóviles, franquicias de comida rápida y otros negocios exitosos.
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Costa Rica is home to approximately 4,000 Jews, most of them descendants of the 300-plus immigrants from Zelechow, Poland, who arrived in the early 1930s looking for economic opportunity and fleeing the early warning signs of Nazi rule. In San José’s Museo de la Comunidad Judía de Costa Rica, the story of that immigration as well as the men’s early years as door-to-door salesmen—when they earned the Yiddish sobriquet “klappers” for the sound they made knocking on doors—unfolds through a series of archival photographs, informational panels and ritual artifacts. Treasured shofars, tallits and brit milah instruments testify to the earliest settlers’ adherence to religious life. The museum is housed in the Centro Israelita Sionista de Costa Rica, a sprawling multi-acre campus opened in 2004. With 2,500 members, this is the main address for most things Jewish in the country—daily Orthodox worship services, kashrut certification, mikvehs, day school education, senior programs and burial society. There is one Reform congregation. Jews inhabit a lofty, rarified place in Costa Rican society. Tour leaders use the word “fancy,” with reverence rather than as a slur—when struggling in English to describe local Jews, many of whom own prominent car dealerships, fast-food franchises and other successful businesses.
“Paz y amor” celebra no solamente la sobrevivencia de Sarita y su familia, sino la recepción que recibieron de los judío costarricenses y la solidaridad de esa comunidad. Trata de la adaptación de Sarita a su vida nueva en Costa Rica. También, es una historia de amor entre Samuel Rovinski que llegará a ser un escritor importante y su querida Sarita.
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“The Mountain of Saw Dust”
“Peace and Love’”celebrates not only the survival of Sarita and her family, but also the reception they received by the Costa Rican Jews and the solidarity of that community. It deals with Sarita’s adaptation to her new life en Costa Rica. Also, it is adolescent love story between Samuel Rovinski, who would become an important writer, and his beloved Sarita.
Parque de la Vida – en honor de los 190 sobrevivientes del Holocausto que hicieron sus vida en Costa Rica/ Life Park – in honor of the 190 Holocaust survivors who made their lives in Costa Rica — Velma Faingerziedt, directora
Edna Aizenberg inició su carrera académica en la Universidad Central de Venezuela en Caracas y fue fundadora de la Escuela de Lenguas Modernas de la U.C.V. Comenzó a enseñar en Marymount Manhattan College a mediados de la década de 1970 hasta su retiro hace solo unos años. Un estudioso de Borges de renombre mundial, su libro The Aleph Weaver (1984), inició el estudio de la Shoah, la política y la “realidad” en la obra de Borges. La traducción al español del libro, El tejedor del Aleph: biblia, kábala y judaísmo en Borges (1986) ganó el Premio Fernando Jeno (México, 1997). Entre sus numerosas publicaciones y ensayos, la Dra. Aizenberg también fue miembro de los consejos editoriales de Variaciones Borges y EIAL, y se desempeñó como evaluador y consultor de Modern Language Association, MacArthur Foundation; Fondo Nacional de las Humanidades; la Fundación para la Cultura Judía y la Fundación de Ciencias de Israel.
Edna Aizenberg began her academic career at the Universidad Central de Venezuela in Caracas, and was a founder of the U.C.V’s School of Modern Languages. She began teaching at Marymount Manhattan College in the mid-1970s until her retirement only a few years ago. A world-renowned scholar of Borges, her book The Aleph Weaver (1984), initiated the study of the Shoah, politics and “reality” in Borges’s work. The book’s Spanish translation, El tejedor del Aleph: biblia, kábala y judaísmo en Borges(1986) won the Fernando Jeno Prize (Mexico, 1997). Among her numerous publications and essays, Dr. Aizenberg was also a member of the editorial boards of Variaciones Borges and EIAL, and served as an evaluator and consultant for the Modern Language Association, MacArthur Foundation; National Endowment for the Humanities; the Foundation for Jewish Culture, and the Israel Science Foundation.
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Nota: Este ensayo fue escrito en inglés y es una versión anterior de un capítulo de Aizenberg’s Books and Bombs in Buenos Aires. Por eso el inglés aparece primero, en contraste con las otras entradas en el blog.
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Note: This essay first appeared in English and is an earlier version of a chapter in Aizenberg’s Books and Bombs in Argentina. For that reason, the English appears first, in contrast with the other posts in the blog.
I would like to look at Sephardim in Latin American Literature. I begin with Sephardic reality and Sephardic mythology. I use the phrase “Sephardic Reality to refer to the fact that since colonial times and down to our days there have been Sephardim in Latin America producing literature in Spanish. The earliest Jewish settlers and the earliest Jewish writers were Sephardim: in the period between discovery and independence, they were members of the Marrano Diaspora who emigrated to Spain’s New World dependencies; immediately after independence, they were there were Sephardim of Caribbean, usually Curaçaoan stock, who were among the founders of Latin American Jewry. Their numbers were small—and for reasons that newness in the environment to lack of talent, their production was not necessarily of the first order. But they were there, part of the literary fabric of Latin America.
In sixteenth-century Mexico we have the figure of Luis de Carvajal, a Spanish-born crypto-Jew, who was martyred by the Inquisition. Carvajal, the author of prayers, religious poetry, a memoir and other works, was probably the earliest of the Sephardic writers. He was followed, three centuries later when the independent South American republics abolished the Inquisition and made it possible for Jews to openly, by such authors of as Abraham Zacaria López-Penha (Colombia) and Elías David Curiel (Venezuela.) Both were poets of Sephardic Curaçaoan descent who were likely the first aboveboard Jews to make a contribution to Hispanic American literature (See Rotbaum, 174-5; Aizenberg, “Elías David Curiel”).
In their wake came other writers of Judeo-Hispanic literature, for example in the Dominican Republic, another López Penha, a novelist active in the 1930s and 1040s; and, again in Venezuela, SephardiIsaac Chocrón (see Younoszai and Irouquin-Johnson). Chocrón, a product of the newest wave of Sephardic immigration to Latin America—from North Africa and the Middle East—was a leading contemporary dramatist, having achieved stature both in his country and abroad. Talents such as Ricardo Halac and Marcos Ricardo Barnatán, Reina Roffé and Ana María Shua in Argentina, Teresa Porzecanski in Uruguay, Miriam Moscona and Rosa Nissán in Mexico, and again in Venezuela, Sonia Chocrón have added their names to the roster of Latin American Sephardic authors of Asian and African origin.
There are other contemporary names—the Argentine Humberto Costantini, from an Italian Sephardic family, and the Mexican Angelina Muñiz-Huberman–, whose return to their ancestral roots brings us back to the Iberian and Crypto-Jewish sources of Sephardim.
Like all realities, Sephardic literary reality in Latin America is multi-faceted and contradictory. It includes a Carvajal, who makes his beleaguered Jewish faith the very core of his writing and Curiel, whose poems in their then fashionable modernista style deal mainly with the pleasures of the flesh and the bottle as an escape from the angst of provincial life. It likewise includes a Haim Horacio López Penha, a free-thinking Mason, coming out of the small inter-married Dominican Sephardic community, who defends Jews and Judaism during the Nazi period in novel Senda de Revelación (1936); Path of Revelation, and an author with a much stronger Sephardic background, who paints a scathing portrait of Sephardic family life in his play Animales feroces (1963; Ferocious Animals). It embraces Rosa Nissán, whose autobiographical “bildungsroman” Novia que te vea (1992); May I See You a Bride), by a sequel “Hisho que te nasca (1996): May You Give Birth to a Son), so rings with the sounds of the spoken and sung Ladino, of the author’s childhood in Mexico City Sephardic immigrant committee that she provides a glossary, and Marcos Ricardo Barnatán, for whom the legacy of Sepharad is bookish and Borgesian in the epistolary novel, gesturing toward the intellectual, mystical traditions of Kabbalah and the midrash. (On Nissán, see Lockhart, “Growing Up”: I devote a chapter to Barnatán in Books and Bombs in Buenos Aires).
Writings by Latin American Sephardim are as varied as the authors’ divergent inclinations, life experiences and historical circumstances. There is even a variation within the same writer, with Chocrón, for instance, taking a more positive attitude toward his Sephardic inheritance in the epistolary novel Rómpese en caso de incendio (1976: Break in Case of Fire). The book chronicles the journey of self-discovery of a Venezuelan Sephardi named Daniel Benabel, a journey that takes him back to Sephardic sources—Spain and North Africa. In the work, Chocrón touches on a particularly significant aspect of Sephardic reality in Latin America: the phenomenon of resefardización, or the renewed integration of Sephardism into a wider Hispanic context (See León Pérez, Actas, 141-148).
We might expect Jews marked by Hispanic culture and character to find that their Jewish and general cultures complement each other, and even mesh, despite religious and other differences. This seems to be true in Chocrón’s case. Speaking through his protagonist, Benabel, Chocrón indicates that his Sephardic identity forms part of the same Spanish-Moorish complex in his Venezuelan identity. ”You’re forgetting that I’m a Sephardic Jew,” Benabel writes to an American friend, “So African, so Spanish, so Venezuelan that the Yiddish from Brooklyn would consider me a heretic.” “[Olvidas que soy judío sefaradita: tan africano, tan español y tan venezolano que los Yiddish de Brooklyn me considerarían un hereje.] (229-230)
Chacrón’s forerunners also found their at homeness in Latin America facilitated by the Sephadism. Abraham Z. López Penha was born in Curaçao and only settles in Barranquilla as an adult. Yet the fact that, like most of the Sephardim on the Dutch island, he was fluent in Spanish and familiar with the Hispanic ethos, undoubtedly smoothed the way for his smooth entry into the literary circles of fin de siècle South America. As for the Dominican Haim Horacio López Penha and the Venezuelan Curiel, they were members of communities where Sephardism had been such an effective took of assimilation that there very survival as Jews was threatened. López Penha’s Judaism, through a meritorious social ancestral heritage, blends easily with his Dominican identity. (His novel, set in Germany, where he studied, tells of a love between Gretchen, a German girl of Jewish descent, and Enrique, a Dominican student.) Curiel’s alienation is as much, if not more, than that of an artist from an uncomprehending milieu than rather than that of a Jew from his Hispano-Catholic surroundings—although that dimension is not absent.
So despite their diversity, Sephardic authors in Latin America share the benefits of a Hispanic patrimony on which to draw in the process of acculturation to Spanish-America.
BIBLIOGRAPHY
Aizenberg, Edna. Books and Bombs in Buenos Aires.
Hanover, NH: University Press of New England,
2002.
Aizenberg, Edna. “David Curiel: Influencias y temas.”
Revista Nacional de Cultura (Caracas) 32(1971):
94-103.
Lockhart, Darrell B. “Growing Up Jewish in Mexico:
Sabina Berman’s La bobe and Rosa Nissán’s Novia
que no te vea.” In The Other Mirror: Women’s Narrative
in Mexico. Ed. Kristine L. Ibsen. Westport, Conn.:
Greenwood, 159-74.
Lockhart, Darrell B. Ed. Jewish Writers of Latin America:
A Dictionary. New York: Garland, 1997.
Pérez, León. “El área de sefardización secundaria:
América Latina.” Actos del Primer Simposio de
Estudios Sefardíes. Madrid: Instituto Arías-Montano,
1970, 141-148.
Rotbaum, Itic Croitoru. De sefarad a neosefardismo.
Vol. I. Bogotá: Editorial Kelly, 1967.
Younoszai, Barbara and Rossi Irauquin-Johnson. Eds.
Three Plays by Isaac Chocrón. New York: Peter Lang,
1995.
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Se encuentran estos autores y artistas sefardíes en este blog hasta ahora. Vea la Lista completa A-Z para ver su obra./Sephardic authors and artists found in this blog up to now: See the Complete List A-Z to see their works.
Livio Abramo, Jenny Asse Chayo, Isaac Chacrón, Sonia Chacrón, Humberto Costantini, Victoria Dana, Rafael Eli, José Luis Fariñas, Juana García Abás, Linda Kohen, Luis León, Angelina Muñiz-Huberman, Rosa Nissán, Ferruccio Polacco, Ivonne Saed, Fanny Sarfati, Carlos Szwarcer, Bella Clara Ventura
Me gustaría mirar a los sefardíes en la literatura latinoamericana. Comienzo con la realidad sefardí y la mitología sefardí. Utilizo la frase “Realidad Sefardí” para referirme al hecho de que desde la época colonial y hasta nuestros días ha habido sefardíes en América Latina produciendo literatura en español. Los primeros colonos judíos y los primeros escritores judíos fueron sefardíes: en el período entre el descubrimiento y la independencia, eran miembros de la diáspora marrana que emigraron a las dependencias españolas del Nuevo Mundo; Inmediatamente después de la independencia, había sefardíes del Caribe, generalmente de origen curazao, que se encontraban entre los fundadores de la judería latinoamericana. Su número era pequeño y por razones que iban desde la novedad en el ambiente hasta la falta de talento, su producción no era necesariamente de primer orden. Pero estaban allí, formaban parte del tejido literario de América Latina.
En el México del siglo XVI tenemos la figura de Luis de Carvajal, un criptojudío de origen español, que fue martirizado por la Inquisición. Carvajal, autor de oraciones, poesía religiosa, memorias y otras obras, fue probablemente el primero de los escritores sefardíes. Le siguieron, tres siglos después, cuando las repúblicas sudamericanas independientes abolieron la Inquisición e hicieron posible que los judíos hablaran abiertamente, de autores como Abraham Zacaria López-Penha (Colombia) y Elías David Curiel (Venezuela). Ambos fueron poetas de Descendientes sefardíes de Curazao que probablemente fueron los primeros judíos honestos en hacer una contribución a la literatura hispanoamericana (Ver Rotbaum, 174-5; Aizenberg, “Elías David Curiel”).
Tras ellos llegaron otros escritores de la literatura judeo-hispánica, por ejemplo en República Dominicana, otro López Penha, novelista activo en las décadas de 1930 y 1040; y, nuevamente en Venezuela, SephardiIsaac Chocrón (ver Younoszai e Irouquin-Johnson). Chocrón, producto de la nueva ola de inmigración sefardí a América Latina —desde el norte de África y el Medio Oriente— fue un destacado dramaturgo contemporáneo, habiendo alcanzado estatura tanto en su país como en el extranjero. Talentos como Ricardo Halac y Marcos Ricardo Barnatán, Reina Roffé y Ana María Shua en Argentina, Teresa Porzecanski en Uruguay, Miriam Moscona y Rosa Nissán en México, y nuevamente en Venezuela, Sonia Chocrón han sumado sus nombres a la nómina de sefardíes latinoamericanos. autores de origen asiático y africano.
Hay otros nombres contemporáneos —el argentino Humberto Costantini, de familia sefardí italiana, y la mexicana Angelina Muñiz-Huberman—, cuyo retorno a sus raíces ancestrales nos remite a las fuentes ibéricas y cripto-judías de los sefardíes.
Como todas las realidades, la realidad literaria sefardí en América Latina es multifacética y contradictoria. Incluye a un Carvajal, que hace de su fe judía asediada el núcleo mismo de su escritura y Curiel, cuyos poemas en su estilo modernista entonces de moda tratan principalmente de los placeres de la carne y la botella como un escape de la angustia de la vida provinciana. También incluye a Haim Horacio López Penha, un masón de pensamiento libre, proveniente de la pequeña comunidad sefardí dominicana de matrimonios mixtos, que defiende a los judíos y al judaísmo durante el período nazi en la novela Senda de Revelación (1936); Path of Revelation, y un autor con un trasfondo sefardí mucho más fuerte, que pinta un retrato mordaz de la vida familiar sefardí en su obra Animales feroces (1963; Ferocious Animals). Abarca a Rosa Nissán, cuya “bildungsroman” autobiográfica Novia que te vea (1992); May I See You a Bride), de una secuela “Hisho que te nasca (1996): Que des a luz a un hijo), así suena con los sones del ladino hablado y cantado, de la infancia del autor en la Ciudad de México inmigrante sefardí comité que proporciona un glosario, y Marcos Ricardo Barnatán, para quien el legado de Sefarad es libresco y borgiano en la novela epistolar, apuntando hacia las tradiciones intelectuales y místicas de la Cábala y el midrash. (Sobre Nissán, véase Lockhart, “Growing Up”: a Barnatán le dedico un capítulo en Books and Bombs in Buenos Aires).
Los escritos de los sefardíes latinoamericanos son tan variados como las inclinaciones divergentes, las experiencias de vida y las circunstancias históricas de los autores. Incluso hay una variación dentro del mismo escritor, con Chocrón, por ejemplo, adoptando una actitud más positiva hacia su herencia sefardí en la novela epistolar Rómpese en caso de incendio (1976: Break in Case of Fire). El libro narra el viaje de autodescubrimiento de un sefardí venezolano llamado Daniel Benabel, un viaje que lo lleva de vuelta a las fuentes sefardíes: España y el norte de África. En la obra, Chocrón toca un aspecto particularmente significativo de la realidad sefardí en América Latina: el fenómeno de la resefardización, o la renovada integración del sefardí en un contexto hispánico más amplio (Ver León Pérez, Actas, 141-148).
Podríamos esperar que los judíos marcados por la cultura y el carácter hispanos descubran que sus culturas judía y general se complementan entre sí, e incluso encajan, a pesar de las diferencias religiosas y de otro tipo. Esto parece ser cierto en el caso de Chocrón. Hablando a través de su protagonista, Benabel, Chocrón indica que su identidad sefardí forma parte del mismo complejo hispano-morisco de su identidad venezolana. “Estás olvidando que soy un judío sefardí”, escribe Benabel a un amigo estadounidense, “tan africano, tan español, tan venezolano que los yiddish de Brooklyn me considerarían un hereje”. “[Olvidas que soy judío sefaradita: tan africano, tan español y tan venezolano que los yiddish de Brooklyn me considerarían un hereje.] (229-230)
Los precursores de Chacrón también encontraron su hogar en América Latina facilitado por el sefadismo. Abraham Z. López Penha nació en Curaçao y solo se radica en Barranquilla de adulto. Sin embargo, el hecho de que, como la mayoría de los sefardíes en la isla holandesa, dominara el español y estuviera familiarizado con el ethos hispano, indudablemente allanó el camino para su fácil entrada en los círculos literarios de la América del Sur de fin de siglo. En cuanto al dominicano Haim Horacio López Penha y al venezolano Curiel, eran miembros de comunidades donde el sefardí había tenido un efecto de asimilación tan efectivo que su propia supervivencia como judíos estaba amenazada. El judaísmo de López Penha, a través de una meritoria herencia social ancestral, se confunde fácilmente con su identidad dominicana. (Su novela, ambientada en Alemania, donde estudió, habla del amor entre Gretchen, una chica alemana de ascendencia judía, y Enrique, un estudiante dominicano.) La alienación de Curiel es tanto, si no más, que la de un artista de un medio incomprensible que más que el de un judío de su entorno hispano-católico, aunque esa dimensión no está ausente.
Así, a pesar de su diversidad, los autores sefardíes de América Latina comparten los beneficios de un patrimonio hispánico al que acudir en el proceso de aculturación hacia Hispanoamérica.
Translation by Stephen A. Sadow
BIBLIOGRAFÍA
Aizenberg, Edna. Books and Bombs in Buenos Aires.
Hanover, NH: University Press of New England,
2002.
Aizenberg, Edna. “David Curiel: Influencias y temas.”
Revista Nacional de Cultura (Caracas) 32(1971):
94-103.
Lockhart, Darrell B. “Growing Up Jewish in Mexico:
Sabina Berman’s La bobe and Rosa Nissán’s Novia
que no te vea.” In The Other Mirror: Women’s Narrative
in Mexico. Ed. Kristine L. Ibsen. Westport, Conn.:
Greenwood, 159-74.
Lockhart, Darrell B. Ed. Jewish Writers of Latin America:
A Dictionary. New York: Garland, 1997.
Pérez, León. “El área de sefardización secundaria:
América Latina.” Actos del Primer Simposio de
Estudios Sefardíes. Madrid: Instituto Arías-Montano,
1970, 141-148.
Rotbaum, Itic Croitoru. De sefarad a neosefardismo.
Vol. I. Bogotá: Editorial Kelly, 1967.
Younoszai, Barbara and Rossi Irauquin-Johnson. Eds.
Three Plays by Isaac Chocrón. New York: Peter Lang,
Adina Darvasi nació en Buenos Aires en 1927. A los dos años de edad la familia se trasladó a Santiago de Chile. Los primeros años de la escuela primaria los cursó en el colegio Manuel de Salas.A raíz del divorcio de sus padres, en 1937 viajó con su padre a Hotín, (entonces Rumania) poco antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Durante la guerra fue deportada junto con su padre y el resto de los habitantes judíos de Hotín, al gueto Moguilev, Transnistria-Ucrania, donde padeció horribles persecuciones raciales, por parte de soldados alemanes y rumanos. Adina permaneció en el gueto dos años y medio. Debido a intensas gestiones realizadas por su madre, quien residía en Santiago, un diplomático argentino logró rescatar a la niña del gueto, gracias a su nacionalidad argentina. Enseguida fue aceptada a un colegio de monjas francesas, Notre Dame de Zión en Bucarest, en cuyo internado permaneció hasta mediados del año 1944 – cuando partió a Palestina (bajo mandato británico) En Jerusalén ingresó al liceo ‘Haguimnasia Haivrit’ en el cual terminó sus estudios secundarios. En 1947 volvió a Santiago, reuniéndose con su madre. Realizó sus estudios universitarios en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile, recibiéndose de arquitecta en el año 1962. En 1972 se radicó en Israel, con su esposo y tres hijos, lugar de su residencia permanente. Junto con ejercer su profesión, Adina ha dedicó varios años al estudio de literatura iberoamericana en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Adina Darvasi was born in Buenos Aires in 1927. When she was two, the family moved to Santiago de Chile. Following the divorce of his parents, in 1937 she traveled with her father to Hotín, (then Romania) shortly before the start of the Second World War. During the war she was deported along with her father and the rest of the Jewish inhabitants of Hotín, to the Moguilev ghetto, Transnistria-Ukraine, where she suffered horrible racial persecution by German and Romanian soldiers. Adina remained in the ghetto for two and a half years. Due to intense efforts by her mother, who lived in Santiago, an Argentine diplomat managed to rescue the girl from the ghetto, thanks to her Argentine nationality. She was immediately accepted to a French nuns’ school, Notre Dame de Zión in Bucharest, in whose boarding school she remained until mid-1944 – when she left for Palestine (under British mandate). In Jerusalem, she studied at ‘Haguimnasia Haivrit’ where she completed her high school studies. In 1947 she returned to Santiago, meeting with her mother. She completed her university studies at the Faculty of Architecture of the University of Chile, graduating as an architect in 1962. In 1972, she settled in Israel, with her husband and three children, the place of her permanent residence. Along with practicing her profession, Adina devoted several years to the study of Ibero-American literature at the Hebrew University of Jerusalem. She died in 2014.
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“El viaje”
Primera parte:
Embarque, agosto 1937
¿Cómo así de repente, un viaje en barco? –se admiró Dana mientras probaba el vestido de seda celeste con aplicaciones blancas. Papá aceptaba comprarle lo que quería, pedir no más. ¡Qué buenos! Probar y probar. Porque de la casa partieron con un bolso de mano, sin más equipaje.
–Le queda linda—sonrió la vendedora—es el color de sus ojos. ¿Un abriguito tal vez? Azul con botones dorados.
–Sí, claro, las tardes son frescas y estaremos un mes en el mar [. . .]
El barco inglés le parecía enorme, con sus múltiples cubiertas a distintos niveles; todo flamante, por la pintura flamante. Oropresa, qué nombre raro. Dana imaginó lingotes y más lingotes de oro en sus profundas bodegas, alineadas e fila como los soldaditos de plomo del hermano de Chepa.
–Papá, déjame a mí en la cama de arriba, así, estaré justo frente a la ventana redonda mirando al mar. Mira, mira como los pájaros están rodando al barco. ¿Nos acompañarán todo el viaje?
–Todavía no sabe. [. . .]
Golda no tenía hijos; hace pocos meses Fani había muerto. Todo en la enorme casa-quinta de Hotin emanaba olor a mortajas; se podía decir, sin errar, que la muerte vivía en cada rincón, mueble y adorno. Se la mencionaba sin cesar, en las comidas, al levantarse; de noche, se escuchaban gritos de angustia: Fani, Fani.
Dana veía las fotografías de Fani dispersas por todos los cuartos, enmarcada y colgadas en los muros; sueltas, de diversos tamaños, sobre los muebles. La mirada penetrante de ultratumba la perseguía; trataba de cruzar las manos como la muerta, de sonreír con la comisura de los labios hacia abajo; no lo lograba; el peinado tampoco podía copiarlo. [. . .]
Fani, brillante, buena y hermosa, era inigualable e inalcanzable. Dana lo odiaba, un odio estéril; lo peor que se le puede es desear a un enemigo–la muerte—no venía al caso. . . por el contrario, sólo si resucitara, llegaría la salvación; pero Dana sabía que, aparte de Jesucristo, nadie había resucitado. Nunca, aun tratando mucho, podrá, ni siquiera remotamente, parecerse a la difunta. [. . ]
Por Golda quien propuso a Hanán venir de América a vivir con ellos, el tío opinó distinto: ¿Para qué liquidar todo? Que se divorcie allá y rehaga su vida en sin volver a Hotín. El tío no estaba demasiado dolorido, le molestaba el timbre de una voz infantil, el correr; no quería encariñarse con la policía de nuevo, no podía. [. . .]
¡Vienen los rusos! Ocuparon la zona, Hotín y Chernovitz también: Se repartieron con los alemanes hasta territorios polacos – exclamó el primo Aquiba, al escuchar el último noticiero radial. [. . .]
La inseguridad comenzó a reinar, las dudas, el susurro, que
no escuchen. . .: ! Hasta las paredes escuchan—[. . . ] ¿Estaremos en la lista negra?
No, no alcanzarían a deportarlos; en todo caso, no los rusos. [. . .]
Seconda parte
Tempesdad, June, 1941
Hija mía, me espantan las noticias de los diarios: la guerra aproximándose a vuestra zona; tu papá, ¿llevaría al frente? ¡Qué temor! Tú, por lo menos, te quedarás a salvo con los tíos [. . .]
El ensordecedor ruido de los motores despertaron a Dana; corrió a la ventana: –Me parecía distinguir a los pilotos con sus anteojos y gorros negros–. Escuchó estampidos, descargan las bombas [. . .] La guerra lejana, cosa de diarios y noticiarios radiales, había llegado, se escuchaba y se palpaba.[. . .]
Llegado el día señalado, acorralaron a los judíos de Hotín en la explanada frente al mercado, donde estacionaban los campesinos en días de feria, con sus ovejunos y vacunos. Había miles de deportados. mujeres, niños y hombres envueltos por un nube de misterio: –¿Por qué nos echan, cuál es nuestro pecado? ¿Esta noche, dónde dormiremos? ¿Saldremos vivos? ¿Se volvieron locos los soldados? –Confundieron delito con locura. [. . .]
Los deportados avanzaban lentamente, acongojados, escoltados por militares romanos armados, con plenos poderes de abusar, herir y matar.[. . .]
Los niños no cesaban su llanto desgarrador; el murmullo de los adultos perplejos seguía: ¿a dónde? ¿por qué? Polvo levantado por el viento, pegado a los narices, al pelo, a la ropa, al cuerpo sudorosa. Comenzó a oscurecer; la luna apareció, llena, desconcertada.
Primera noche de su vida en la inhóspita intemperie; la fatiga no permitía razonar, sólo imperaban las necesidades primarias, sensoriales: calor, frío, hambre, dolor. [. . .] Luego, muy luego, a Dana se le irían acabando las fuerzas.
Con el alba, los soldados renovaron la marcha forzada, arriando como a un ganado, gritando, a latigazos. –¡Ahora no puedo más! Tengo ampollas reventados en el otro pie, me duele tanto. [. . .]
Soldados del Ejército Rumano 1943
Se vio rodeada de extraños, oprimidos, amenazados; sintió escalofrío ante el desamparo y soledad infinita. Sobre el lecho de hojas y ramas secas, inició el juego: morirse como liberación de tormento.[. . .]
Ahora es noche allá, mientras estás durmiendo sobre su almohada, ¿te acordarás de mí en tus sueños? ¡Cuánto te quisiera! [. . .]
La primera víctima, una criatura de meses, murió asfixiada entre bártulos. La madre: –Quizá Dios me la quitó antes de sufriera más; en vez de llorar debería agradecer. [. . .]
–Algo me camina por la cabeza—se admiró Dana–¿serán hormigas?
Ojalá hubiesen sido hormiguitas: ¡eran piojos! Invasión de piojos, grandes amarillentos, asquerosos, con huevos adheridos porfiadamente a los pelos; no había manera de librarse de ellos. Asco de sí misma: arrancarse, huir, sin tener a dónde ni cómo. [. . .]
Divisaron el río Dniester; cerca del embarcadero se distinguía un puente destruido, dinamitado por los rusos al retirarse; faltarían meses, hasta que los alemanes comenzaron a construir uno nuevo con el trabajo forzado de los deportados. [. . .]
Llegó la hora de seguir hasta el otro lado del río Dniester, y no pasarían desaparecidos con el tumulto de antes. La balsa se deslizó lentamente, suavemente, hacia el nuevo desvío caótico de sus vidas. [. . .]
Hija mía, tu odio, lo palpo; traspasa continentes, mares y océanos, penetra en todos mis poros. [. . .]
Simultáneamente les dio tifus exantemático; padre e hija yacían en el cuarto grande. Katia atendiéndolos. Fiebre altísima. Dana sentía palpitaciones en la cabeza, perdido en los sentidos por el delirio. Compresas de agua fría, era lo único disponible. [. . .]
Comenzó una larga convalecencia. Hanán se recuperó pronto; Dana, de ojos hundidos y piel transparente, le costó volver a caminar.
–Conseguí miel. Pan negro con miel te dará vigor. Hay que raptarte la cabeza, todos lo hacen después del tifus; así crece el pelo más sano y tupido.
–¡No, no quiero! Papá, por favor, ¡no! – se defendió Dana.
El tacto espinoso del cráneo, le quedaría eternamente pegado a las yemas de los dedos; el pelo demoró siglos en crecer. El hecho de que muchos anduviesen rapados en el guetto de Moguilev, no aliviaba en absoluto la angustia ni la humillación. Era como estar marcada, fuera de la estrella amarilla obligatoria, los rapados, los salvados de tifus.
El minúsculo espejo de la dentista muerta mostraba una imagen fea; irremediablemente fea. [. . .]
Me gustaría tanto saber lo que pasa en tu pequeño cerebro. Qué de pensamientos, qué de reproches, qué de juzgar tan severo. Sí, tú eres mi tribunal implacable y más despiadado. Mi bella hija, para el deleite de otros ojos .[. . .]
Escapar: que termine; vislumbrar un fin tan utópico como desprenderse de la propia sombra. No, no había indicios, apoyos, signos, la nada absoluta invadía el horizonte. Muros insalvables de incertidumbre acorralado y oprimiendo, aumentando la angustia. En el impecable cielo azul. En cuyo espesor Dios se había desintegrado, quedaban estrellas y sueños bordados con hilos de polvo dorado.[. . .]
–Ha llegado a Moguilev el delegado de la Cruz Roja Internacional, el señor Charles Kolb—informó Hanan, entrando en la calle—pretende prestar ayuda a los deportados. Ofreció a quienes tienen parientes en las Américas, transmitir misivas muy cortas: cuatro, cinco palabras, no más.
NOUS MOURONS DE FAIM, DANA. La dirección (de su madre), la recordaba muy bien: Plaza Ñuñoa 19, Santiago de Chile. [. . .]
Hacia fines de 1943, los sobrevivientes de esta deplorable migración eran 78.000 de los 200.000 deportados a Ucrania en 1941. Conferencia XVII del Comité Internacional de la Cruz Roja. “Stockholm, agosto de 1948.
Tercera Parte
RETORNO octubre 1943
Una orden al comandante de la guarnición: Preparar las formalidades para el traslado de Dana I., ciudadana argentina, hacia Bucarest. El permiso de salida del guetto Moguilev, firmado por el mismo General Atonescu, había llegado anoche.[. . .]
Como un terremoto en día claro. Dana no pensó, invadida de emoción, todo se desplazó, se volcó, sí, alegría, futuro. . . Peligros, sí, salir, correr y obliterar el pasado; pronto, ahora, al instante. El horizonte por fin se deslumbró, desconocido, confuso, pero existente. [. . .]
De madrugada, en la calle desierta, quedó recortada y grabada la silueta de su padre, cuyos ojos brillosos rehusaban admitir la separación; acaso el último adiós, mientras el vehículo militar avanzaba pesadamente hacia el reconstruido puente sobre el río Dniester.[. . .]
Vértigos, superarlos y controlarlos; idiomas en desuso, rescatarlos, aplicarlos; códigos nuevos, adaptarlos, asumirlos. . . Dana terminaba el día agobiada, con migrena persistente.[. . .]
El Nuncio hizo las gestiones pertinentes: las monjas francesas de Notre Dame de Sion (en Bucarest) se harán cargo de su educación. Es un colegio particular de niñas, con muy buen internado. Allí permanecerá hasta nuevas instrucciones.[. . .]
¡La euforia me invade! ¡Vives! [. . .}
Noviembre 1947
Aeropuerto, Santiago de Chile, 1948
Distingo la silueta, ahí estás, lejos, con tu maleta en el suelo. Sí, eres tú, buscándome en la mirada, aún no me ves, a pesar de mis señas, porque todos hacen señas. Vinieron en busca de alguien, con rostros sonrientes. Yo, aquí parada, once años, con mejillas húmedas, aunque prometí no llorar; mi mente turbada. Se diluyen los recuerdos: estás tú y tu rostro, tu cuerpo del mío, tus lágrimas, se funden en las mías, empañan la vista, siento los latidos, el pestañear y los sollozos ahogados. . .El ayer sellado junto al hoy cambiante, mirándonos; buscaremos juntas, respuestas que no siempre hallaremos.
November 1947
Going down the steps from the plane, he didn’t hurry her pace; gain five minutes, eternity. . .not seeing her yet, the first word, perhaps the hug.
She made out her at customs, behind the glassed-in parameter, tall, grayed hair, smoked up eyeglasses, shaking her am toward the public. Then would come the tears, the furtive kisses. A tangle of emotions, mute, tactile; the two, perhaps, intertwined, dissipating accumulated rancor. [. . .]
How can it be that suddenly, a voyage in a ship? Dana was amazed while she tried on the silk dress, sky-blue with white appliqué. Papa agreed to buying her the dress, no more asking. Who nice! To try on and try on. For they left the house with a hand bang, without any luggage.
“It looks pretty on your,” smiled the saleslady, “It’s the color of your eyes. A small coat, perhaps, blue with golden buttons.
Yes, of course, the afternoons are cool and we will be at sea for a month.[…]
The English ship seemed enormous to her, with multiple decks at different levels, all brand new, brand new in the picture. Orapesa, what a strange name. Dana imagined lingotes and more lingotes of gold in it deepest holds, lined up like her brother Chepa’s little lead soldiers.
Papa, let me have the top bed, so, I will be just in front of the round window. Look, look how the birds are flying around the ship. Will they accompany us for the entire trip?”
“We don’t know yet. […]
–Ana ven, ha ocurrido algo terrible. Recibí un telegrama. Estánen un barco, fuera de las aguas territoriales. ¡Ana, se robó a la niña!
Lo recuerdo todo, porque el tiempo no borra, acaso ni mitiga ,ni eso. Quiero que tú sepas mi verdad, aunque no sé si algún día te mostraré porque el daño está hecho y vidas no se hacen como los tejidos a palillos. . .[. . .]
Traté explicarle: –No se me atreví a confesártelo por cobarde, por temores. . . procura comprenderme, no puedo mentirte más.
¿Tratar de comprenderte? ¿De qué está hablando? Me destrozas con un cuchillo filoso, hundido sin piedad en lo vivo. ¿Tania, por qué? ¡Cinco años compartidos!
Yo no abarcaba todavía la magnitud del desastre. Habló de dejar la casa. En ningún momento sospeché la venganza que preparaba[. . .]
–Jamás se debe reconocer infidelidades; un amante es pasajero por definición Se habría acabado en unos años más, sin ocurrencias, Tania, hay cosas, que un marido no tiene para qué saberlas [. . .]
Le engañé largo tiempo; fue inevitable, porque hubiese sido como querer detener una cascada: mi pasión era la vida misma, el fuego y el mar, ¿Cómo hubiese podido renunciar? Tania, ¡Una simple mortal![. . .]
I remember everything. Because time doesn’t erase, perhaps not even mitigate, not that. OI want you to know my truth, although I don’t know if some day I will show you because the damage is done and lives aren’t made like a weaving of toothpicks.[. . .]
“I tried to explain it to her. . .”I didn’t try everything to you, as a coward, for fears…try to understand me, I can’t lie to you anymore.“
“Try to understand you?” What are you talking about? You destroy me with a sharp knife, plunged, without remorse in the living. Tania, why” Five years shared.
“I can’t get my arms around the magnitude of the disaster. He spoke of leaving home. At no time did I suspect the vengeance that was prepared.”.[. . .]
“You should never pay attention to infidelities; a lover is a passerby by definition. It would have ended in a few more years, without trouble, Tania, there are some things, that a husband doesn’t need to know.[. . .]“
“I deceived him for a long time, it was inevitable, because it would have been like wanting to stop a waterfall: my passion was like itself, the fire and the sea, how could I have stopped? Tania, a simple mortal!”
Septiembre 1937
Golda didn’t have children; Fani had died a few months before. Everything in the entire house-estate gave off the odor of shrouds; it could be said, correctly, that death lived in every corner, piece of furniture and adornment. She was spoken of endlessly, at the meals, on awakening; at night shouts of anguish were heard: Fani, Fani.
Dana saw the photographs of Fani, spread around the all the rooms, framed and hung on the walls, separate, of different sizes, on the furniture. The penetrating face from beyond the grave pursued her, she tried to cross her hands like the dead woman, to smile with the ends of lips pointing down; she didn’t do it[ she couldn’t copy the hairstyle either. [. . .] on the contrary, only if she were brought back to life, would there be salvation; but Dana knew that, apart from Jesus Christ, nobody had come back
Fani, brilliant, good and beautiful was better than all and unreachable. Dania hated her, a sterile hate; the worst she could do is wish for an enemy—death—didn’t fit that description. . .on the contrary, only if she were to come back to like, could there be salvation, but Dana knew that, apart from Jesus Christ, no one had come back. Never, even trying hard, will she, not even remotely, look like the dead woman.[. . .]
For Golda, who proposed to Hanán the idea of going to America to live with them, the uncle disagreed. Why sell off everything? Get divorced here and remake your life without returning to Hotín. The uncle wasn’t in too much pain, the timbre of a child’s voice bothered him, the running, he didn’t want to be of interest to the police once more, he couldn’t [. . .]
Segunda parte
Storm June 1941
My daughter, the news in the papers shocks me: the wa ris coming close to your zone, your father, will they bring him to the front” What fear. You, at least, will stay safe with your aunts and uncles.
The deafening noise of the motors woke Dana; she ran to the window: “I could distinguish the pilots with their glasses and their black caps.” She heard shots and bombs drop[. . .]The distant war, thing of the newspapers and radio reports, had arrived, it was heard, touched.[. . .]
The appointed day having arrived, the rounded up the Jews of Hotín in the esplanade in front of the market, where the peasants parked on holidays, with their sheep and cattle. There were thousands of deportees, women, children, children, surrounded in a cloud of mystery: “Why are they throwing us out, what is our sin? Tonight, where will we sleep? Will we get out of this alive? Have the soldiers gone crazy.” They confused crime with madness.
The deportees were advancing slowly, distressed, listening for the armed Rumanian soldiers, with full powers to abuse, wound, kill. [. . .]
The first victim, a nine-month-old little girl, died, suffocated by the gear. The mother: “Perhaps God took her away from me before she suffered more; instead of crying, I should be thankful. [. . .]
“Something walked over my head,” Dana wondered. “Ants?”
If only they had been ants: they were lice. An invasion of lice, yellowed, disgusting, with eggs adhering perfidiously to the hairs; there was no way to get free from then. Disgust with herself: to pull herself out, to flee, without having a where or a how.[. . .]
They could spot the Dniester River; near to the pier, could be seen a destroyed bridge, dynamited by the Russians as they retreated; it would be months until the Germans began to construct a new one with the forced labor of the deportees.{. . .]
The hour came for continuing toward the other side of the Dienster River, and they would pass hidden by the earlier tumult. The raft slid slowly, softly, toward the new chaotic detour of their lives [. . .]
The children didn’t cease their heartrending crying, the murmuring of the perplexed adults followed: “to where? Why?” Dust, lifted by the wind, stuck to their noses, skin, clothing, sweating bodies.[. . .] It began to get dark, the moon appeared, distressed.
The first night of her life in the inhospitable outdoors; fatigue didn’t allow for reasoning, only the primary sensorial necessities were important: heat, cold, hunger, pain.[. . .] Later, much later, Dana’s strength was failing.
With the dawn, the soldiers renewed the forced march, led, like a herd of cattle, yelling, whiplashes. “I can’t go anymore! I have broken blisters on the other foot, it hurts so much.[. .. .]
Soldiers of the Romanian Army, 1944
Now it is night there, while you are sleeping on your pillow. Do you remember me in your dreams? How much I would love you![. . .]
My daughter, your hatred, I feel it; it crosses continents, seas and oceans, it penetrates in all my pores.[. . .]
Simultaneously, they caught tick-born typhus : father and daughter lay in the large room. Katia, taking care of them. Very high fever. Dana felt palpitations in her head, lost in the feelings of delirium. Compresses of cold water, it was the only thing available.[. . .]
The long convalescence began. Hanán quickly recovered; Dana, with sunken eyes and transparent skin, it was hard for her to walk again.
“I got hold of some honey. Black bread with honey will give you strength; it’s necessary to shave your head; so that the hair grows back health and thick.
“No, I don’t want to! Papa, no, please! ” Dana defended herself.
The spiny touch of the skull would be eternally be stuck to her finger tips; the hair took centuries to grow back. The fac that many walked with shaved heads in the Moquilev ghetto, didn’t alleviate in the slightest the anguish and the pain. I was like being marked, beyond the obligatory yellow star, the shaved ones, those saved from typhus.
The miniscule mirror from the dead dentist showed an ugly image, irremediably ugly. [. . . ]
“I would so much like to know what is happening in your little head. What thoughts, what reproaches, what of judging so severely. If you are my implacable and most dismissive tribunal. My beautiful daughter, for the delight of other eyes. [. . .]
To escape: let it end: to glimpse an end so utopic as detaching her won shadow. No, there were no signs, hints, supports, signs, the absolutely nothing on the horizon. insolvable walls of uncertainty, locked up and oppressed, augmenting the anguish. In the impeccable blue sky. In whose thickness, God had disintegrated; there were dreams embroidered with threads of golden dust.
“The delegate of the International Red cross, Mr. Charles Kolb has arrived at Moguilev,” Hanán imformed them, entering the street—He intends to give help to the deportees. He offered to those who have relatives in the Americas, to transmit very short missives: four, five words, no more.
NOUS MOURINS DE FAIM, DANA, the address of her mother, she remembered it quite well: Plaza Ñunu, Santiago de chile. [.. .]
Toward the ends of 1943, the survivors of this deplorable migration were 79,000 of the 200.000 deported to th Ukraine in 1941, Conference of XVII of the International Red Cross. Stockholm, August, 1948.
The “delegate of the International Red cross, Mr. Charles Kolb has arrived at Moguilev,” Hanán imformed them, entering the street—He intends to give help to the deportees. He offered to those who have relatives in the Americas, to transmit very short missives: four, five words, no more.
NOUS MOURINS DE FAIM, DANA, the address of her mother, she remembered it quite well: Plaza Ñunu, Santiago de chile. [.. .]
Toward the ends of 1943, the survivors of this deplorable migration were 79,000 of the 200.000 deported to the Ukraine in 1941, Conference of XVII of the International Red Cross. Stockholm, August, 1948.
Vertigos, overcome them and control them: languages in disuse, save them, apply them: new codes of behavior, adapt them, assume them. . .Dana ended the day exhausted, with a persistent migraine.{. . .]
The Nuncio took care of the necessary details: the French nuns of Notre Dame of Sion (Bucharest) will take charge of her education. It is a private school for girls, with a very good boarding school. She will stay there until new instructions.[. . .]
¡The euphoria invades me! ¡You are alive!
Airport of Santiago de Chile, 1948
Al bajar las escalinatas del avión, no apresuró el paso; ganara otros minutos, la eternidad. . .no verla todavía, la primera palabra, acaso el abrazo.
La divisó desde la aduana, detrás del parámetro vidriado; alta, canosa, anteojos ahumados, agitando un brazo entre el público. Luego vendrían las lágrimas, los besos furtivos. Una maraña de emociones, mudas, táctiles; las dos, tal vez, entrelazadas, disipando rencores acumulados.[. . .]
I distinguish the silouette, there you are, far away, with your suitcase on the floor. Yes, it is you, looking for my face, you still don’t see me, in spite of my signals. The come looking for someone. Wit smiling faces. I, standing here, eleven years, with damp cheeks, although I promised not to cry, my mind disturbed. The memories become diluted: you are here and your face, your body from mine, your tears, they merge into mine, mist up sight, I feel the heartbeats, the blinking and the stifled sighs. . .The yesterday closed together with the changing today, looking at each other, we sill search together, answers that we won’t always find.
Davld Keidar, alias “El indio”, nació como David Kaplan en Concordia, Entre Ríos, Argentina, en 1939. Pasó su infancia en la Colonia Vila hasta los 12 años de edad. Emigró a Israel en 1960, como integrante del movimiento juvenil Ijud Hanoar Hahaluzi. Desde entonces, vive en el kibutz Nir Am en el sur de Israel. Casado y con cuatro hijos, ha trabajado la mayor parte de su vida en el campo. Durante su juventud escribió en español cuentos y poemas. A los 48 años, después de estudiar Geografía e Historia en Israel, comenzó a escribir en hebreo y publicó dos libros en la editorial Sifriat Poalim, de Israel, señalado éxito de crítica. El primero de ellos, Colonia Vila, apareció en español en 1990. Entre otras distinciones, ganó Concurso Internacional de Cuentos, organizado por Casa Argentina en Israel–Tierra Santa con su relato “Tambores en el valle calchaqui.
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Davld Keidar, alias “El Indio”, was born as David Kaplan in Concordia, Entre Ríos, Argentina, in 1939. He spent his childhood in Colonia Vila until he was 12 years old. He immigrated to Israel in 1960 as a member of the Ijud Hanoar Hahaluzi youth movement. Since then, he has lived in Kibbutz Nir Am in southern Israel. Married with four children, he has worked most of his life in the fields. During his youth he wrote stories and poems in Spanish. At the age of 48, after studying Geography and History in Israel, he began to write in Hebrew and published two books in Israel’s Sifriat Poalim publishing house, a noted critical success. The first of them, Colonia Vila, appeared in Spanish in 1990. Among other distinctions, it won the International Short Story Contest, organized by Casa Argentina in Israel – Tierra Santa with its story “Drums in the Calchaqui Valley.
De:/From: David Keidar. Relatos de Pago Chico. Buenos Aires: Acervo Cultural, 1999. pp. 65-70.
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“Hecha la ley, hecha la trampa”
Estamos sitiados por unas de esas tormentas de arena que construye médanos en los lentes. Los rosales, las claves y las enredaderas están uniformados por el desierto,” . . .ese fantasma que marchita de golpe cualquier cosa”.
Voy a lo de Árnon, alias “el Berenjena”. A propósito de apodo: en la época del Baño Colectivo—pues no había casa con baño en Pago Chico en los comienzos—le vieron unos testículos desmesurados de Arnón. . .
El Berenjena contesta a mi pregunta, de cómo pasaron todas esas horribles dificultades del principio, en Pago Chico. Cómo fue que llevaron a cabo cualquier tarea con tanta ilusión.
“Porque aprovechamos esa libertad de hacer de todo. Sin pedir indulgencia. Sí, superamos todo tabú porque mamá y papá no estaban; porque dejamos los mandamientos en la buhardilla. Y porque creamos nuevos valores. Nuestros valores”
Le dije, que a mi parecer, esos valores uno los adapta cuando es inmigrante, pero cuando ya se es ciudadano, como cualquier nativo, no los precisa.
“El error es pensar así—nosotros no venimos sólo a ser ciudadanos, sino a crear nuevos ciudadanos, para eso estábamos armados de ideología. Bueno, hoy la ideología pasa por una mala racha. . .
‘ “Tenés razón, pero a las ocasiones no hay que dejarlas pasar. A pesar que nos enfrentamos con los años difíciles de la guerra mundial, con la opresión británica y con el odio de los árabes, venimos decididos y armados de fe. . .(cosa que hoy hay sólo en las sinagogas). La fe laica es, a veces, más peligrosa que la religiosa”.
“Cierto por eso triunfamos”—me contesta El Berenjena.
“Los religiosos creen en la vida mágica del más allá, nosotros en la de aquí. . .¡y peleamos por ella!”
En la quebradiza primavera del ‘40 que nos tendió la trampa, Rebeca me miró con sus grandes ojos—me dice El Berenjena—y ni me vio. Pasó de largo, posada como un maniquí de vidriera, patinando sobre el lago helado de Odesa. La guerra ya se olía en cualquier parte, y advertíamos que iba s ser difícil zafarse.
“No hay nada que hacer: todos mis pensamientos eran un tormento que llevaba al infierno. Sí, sin Rebeca, todo era un infierno. . .”
El Berenjena calla, cabizbajo—yo trato de crear conversación—y le pregunto por Rebeca, por la guerra. El Berenjena sale de su ausencia, y dice:
“La gente joven, que se podía desprender de los prejuicios y de la familia, aprovechó cualquier oportunidad.
Nuestro Movimiento Juvenil recibió, por esos caminos llenos de vericuetos burocráticos (con su coima de rigor. . .) uno de esos codiciados permisos para emigra a Palestina (Certificado del Mandato Británico para controlar la inmigración). La autorización era personal o para una pareja. No lo vas a creer, pero la fe puse en el metejón con Rebeca, más la desesperación de ella de encontrar a su amado de su adolesencia, que estaba ya a salvo en Palestina, se fusionaron por orden del Movimiento en un Certificado. . .Para aumentar la cuota de inmigrantes, se organizaban casamientos ficticios. Hecha la ley, hecha la trampa.
Un rabino especial efectuaba allí el rito, y otro aquí, se legalizaba el divorcio. Ella se me esfumó entre los dedos y yo cerré la angustia en mi puño.
Fue una cruel bofetada, de esas que no dejan marca en la mejilla, pero deja una cicatriz en la memoria.
Las grandes ideas, las grandes decisiones nacen, por ahí en la época veinteañera, antes de la madurez, antes del miedo a la consecuencias. . .
Practicábamos el amor platónico, la limpieza moral y sexual y la austeridad. Vivíamos en puro contraste con la sociedad judía de los barrios residenciales, esos de avenidas y jardines, Corría la época de la inseguridad. Había tantas ideas en boga para salvar al mundo como para reventarlo, y todos solucionaban la humanidad con regularidad y certeza casi matemática.
Ahí fue que nació nuestra rebelión.
En medio de la selva, nadie cede, y opta por el todo o nada.
Ahí fue creamos un nuevo mundo de valores sensibles.
Bueno, el asunto no es sólo crearlo, sino vivirlo en actitudes diarias. . .
Nuestro mundo era válido sin ambiciones personales, era un mundo de sacrificio, estoico por propia decisión. Era, como el mundo de las Cruzados, para salvar la Tierra Santa de los Herejes. . .un mundo de todo o nada”.
El Berenjena—aún hoy—está asido a la creación del Nuevo Hombre, y no le molesta la falta maloliente de libre albedrío. Hasta hoy, pluraliza su “yo”. . .sólo el dolor lo singulariza, a veces.
“Todo descendiente de inmigrantes”—me dice El Berenjena–;lo primero que busca es mejorar su situación. . .como soldado de línea que busca la mejor trinchera frente al fuego enemigo”>
Escribí bien estas líneas: La nueva generación cortó su cordón umbilical—me dice El Berenjena–. Hay que evitar que esa gente nueva aniquile lo que hicimos. . .por que lo menos sobreviva en el papel.
Y yo pienso: estos viejos se nos rebelan, aferrados a sus ideas de antaño. . .creo que la idea los alejó de la vida, esa gran idea que los obligó a abdicar, a mezquinar y sufrir (aunque no saben que sufrieron. . .) porque así lo decidieron.
El Berenjena se me enfurece y dice: “ Nadie nos obligó a decidir, las experiencias fueron nuestras, y no fuimos las hojas muertas que contemplan la tormenta. Cierto, las dificultades estorban la vida, pero a su vez, son necesarias para vivir, en especial cuando la violencia y la ambición están ausentes”.
“Bueno, eso es como hacer un círculo en el aire con el dedo y decir “esto soy yo”, le digo. . .y se ofende, creo.
“Bueno, bueno, también con el dedo se hace un círculo para sacar la nata de la olla,” me dice burlándose.
Mientras estamos apoltronados frente a la televisión, con el aire acondicionado, suena el campanita de la microondas y las masitas están listas para el café.
“Para ustedes—me dice El Berenjena—todo esto tiene valor, para nosotros, apenas es corteza de algún valor. . .se puede comprar en cualquier parte. Nuestras igualdad y ayuda mutua, no”.
Se irrita y me dice: “ustedes han tirado todo al cesto de paja, como se tiran viejos utensilios domésticos. Sin los utensilios nuevos, ustedes apenas son una sequía, volverán a ser desarraigados. . .si les desenchufamos los artefactos eléctricas. . .¿qué será de ustedes?”
Se irrita y se sofoca.
Se irrita más cuando le insinuó la foto de su Rebeca. Esa es la zona más árida de la memoria que no quiere recordar. Su calor humano se ve esfumando, y entiendo que lo mejor es este momento, es beber el café que me ofrece. Estoy esperando que tome contacto y perspectiva con el pasado. Estoy esperando que se desprenda del sacrificio de los ídolos. Después de unos sorbos, se repliega, y veo en sus ojos como Rebeca se va despertando de un letargo: y El Berenjena la mira, como si saliese en este momento en traje de baño, y se la imagina, desperezándo delante de él.
La Rebeca está ahí, con un poco de sombra debajo de los ojos, decidida, agarrando con firmeza el marco de su foto, mirando lejos a la costa imaginaria, Se ve en la foto la cola negra de un nube de hollín, tan negra que parece una nube fangosa.
Ella insinúa una sonrisa: no era nada divertido navegar sin rumbo, pero era sí divertido aventurarse en yunta con El Berenjena.
Quiero preguntar, pero El Berenjena me hace callar con su voz remilgada, lucha con su memoria, y, como para satisfacer mi necesidad dice: “La amé más que nunca, como a nadie la amé, tres semanas. . . y llegamos a la culminación del amor. Cuando pisamos tierra firme lo supe: mi amor naufragó, se esfumó por orden a las reglas y los compromisos “patrióticos”.
“Nunca pude perdonar a esa patria. Yo creía en lo que estaba haciendo”.
“Espero que me entiendas”, dijo Rebeca. Él asintió con lágrimas.
“Esa es la maldita verdad”.
Hace una pausa y quiere mirar el cielorraso. “No era no soy testarudo, sé y sabía cuál era mi rol; esa es la desgracia, saber el papel”.
“Era la fachada patriótica que presentamos al mundo, y adentro el dolor nos devoraba las tripas. . Sí, la idea nos abrumó la cabeza.”
En el 48, en el 49, en el 56, después de las acciones bélicas leía ávido en los distintos idiomas de los distintos periódicos. . .albergando la negra esperanza de que la Rebeca enviudase.
Pero no, Rebeca nunca entró en ese castillo lúgubre que El Berenjena erigió. Noche a noche él recibía ese castigo de pesadillas noche a noche. Así fue que el destino le negó los deseos. . .y los fantasmas lo acechaban en los espejos deformados de sus anhelos.
Pero no hay nada que hacer, los que se sacrificaron por la patria, fueron “la patria”. y brillaron como astros; que se quemaron y reventaron como chispas alimentadas por las brasas.
Fue así que después de cuatro guerras y más de medio siglo, El Berenjena rodeado por las arenas del desierto, levantó su castillito de esperanza.
Así pasó medio siglo de altibajos, de aciertos y de fracasos. Correteando tras espejismos, atrapando efímeros momentos que llamó “felicidad”. A veces el cariño por la Rebeca caía en el letargo, a veces se hundía en la nostalgia melancólica. . .pero él sabía que en algún rincón estaba todo latente.
La cicatriz lo delataba, esa cicatriz que fue corriendo por la ondulada monotonía diaria,
Se despertó con la viudez. Se despertó como un manantial inagotable en el desierto, que un viento recio libera de la esclavitud de los arenales.
“Antaño, cuando era hombre maduro y fuerte, podía correr todos los riesgos”—me decía El Berenjena—“ahora apenas tengo fuerzas para rescatarme a mí mismo. . “.
Después de más de medio siglo, después de cuatro guerras, y antes que el Pago Chico se le borre, El Berenjena que ya es viudo, la encuentra a la Rebeca que también es viuda.
Ahora los veo.
El va tan agachado, detrás de la silla de ruedas de su Rebeca, como cuando quería corretear tras ella hace medio siglo atrás. . .en la quebrada primavera del ’40.
Hasta se pone contento como un niño que goza el premio pretendido hace tantos años.
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David Keidar
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“Every Law has a Loophole”
We are being besieged by one of those sandstorms that build dunes on your glasses. The rose bushes, the carnations and the morning-glories are uniformed by the desert. . . “that ghost that suddenly dries up anything.”
I am going to see Arnón, alias The Eggplant.” The nickname: in the times of the Collective Bath—as there was no house with a bathroom in the early days—they saw Árnon’s enormous testicles. . .
The Eggplant answers my question, of how they got through the horrible difficulties at the beginning, in Pago Chico. How was it that they were able to accomplish whatever task with so much hope.
“Because we took advantage of that freedom to do everything. Without asking permission. Yes, we broke every taboo because mama and papa were not around; because we left the commandments in the in the closet. And because we created new values. Our values.”
I told him, that in my opinion, you adopt those values when you are an immigrant, but when you are a citizen, like any other native, you don’t need them. “The mistake is to think like that—we didn’t come to be citizens only, but to create new citizens, for that we were armed with ideology. Well, now the ideology is passing through a bad spell. . .”
“You are right, but there are times when you don’t have to let them PASAR. Even though we faced the difficult years of the World War, with the British oppression and the hatred of Arabs, we came determined and armed with faith. . .(something that today is only in the synagogue). The secular faith, is at times, more dangerous than the religious.”
“Surely for that reason, we triumphed,”The Eggplant answered me. The religious believe in the magical life in the nest world, we in that which is here. . .and we fought for it!
In the fragile Spring of 1940, that set the trap for us, Rebeca looked at me with her large eyes—The Eggplant told me—and didn’t even see me. She passed at some distance, posed like a glass manaquin, ice-skating on the frozen lake in Odessa. The war could already be smelled everywhere, and we feared it was going to be difficult to escape.
Nothing can be done: all my thoughts were like a storm that led to an inferno. Yes, without Rebeca, everything was an inferno. . .
The Eggplant became quiet, head down—I tried to make conversation—and I ask him about Rebeca, about the war. The Eggplant comes out of his distraction and says:
‘The young people, who could shed the prejudices and the family, took advantage of any opportunity.
Our Youth Movement received, through those paths full of bureaucratic twists and turns (with its required bribes. . ) one of those coveted permits for immigration to Palestine (Certificate of the British Mandate to control immigration.) The authorization was for one person or for a married couple. You won’t believe it, but the faith I put in the intense love for Rebeca, plus her desperation to a find her adolescent lover, who was already safe in Palestine, were fused by order of the Movement in one Certificate. . .To raise the quota of immigrants, they organized fictitious marriages. HECHA LA LEY, HECHA LA TRAMPA.
“A special rabbi carried out the rite, an another, here, legalized the divorce. She slipped through my fingers sand I clenched my anguish in my fist.”
“It was a cruel blow, of those that don’t leave a mark on the cheek, but leaves a scar in the memory.”
“The great ideas, the great decisions are born, in the twenties, before maturity, before the fear of the consequences.” .
“We practiced platonic love, moral and sexual cleanliness and austerity. We lived in complete contrast to the Jewish society of the residential neighborhoods, those of avenues and gardens. The period of insecurity was moving quickly. There were so many ideas in vogue to save the world in order to blow it up, and everyone solved humanity with the regularity and certainty almost mathematical.”
“There it was that our rebellion was born.
In the middle of the jungle, nobody gives in and opts for everything or nothing.
There it was that we created a new world of sensible values.
Well, the issue is not only to create it, but to live it with constant attitudes.”
Our world was valid without personal ambitions, it was a life of sacrifice, stoic by one’s on decision. It was, like the world of the Crusades, to save the Holy Land from the Heretics. . .a world of everything or nothing.”
The Eggplant—even now is attached to the idea of the creation of the New Man, and the ill-smelling lack of free will. Even now, he pluralizes the “I”. . . he only, speaks of pain in the singular, one in a while.
“Every descendent of immigrant”—The Eggplant tells me—”the first thing that he seeks is to improve his situation. . .like a frontline soldier who seeks the best trench against enemy fire.”
I write these lines down carefully: the new generation cut its umbilical cord—The Eggplant says to me–. “It is necessary to keep those new people from completely destroying what we did, at least that it remains on paper.”
And I think: these old folk rebel against us, clinging to their ideas from yesterday. . .I believe that the idea distances them from life, that great idea the obliged them to abdicate, to skimp and suffer (although they didn’t know they were suffering) because the decided to do so.
The Eggplant became furious with me and je said: no one obliged us to decide, the experiences were ours, and we weren’t dry leaves that that contemplate the storm. For sure, the difficulties hindered life, but at the same time, they are necessary for life, especially when violence and ambition are absent.
” Well, this is like making a circle in in the air with your finger and saying ‘I am this,'” I told him, and he was offended, I think.
“Sure, sure, with your finger you can make a circle to take the cream from the pot”—he said jokingly.
While we are lounging around in front of the television, with air conditioning, the little bell of the microwave and the pastries are ready for the coffee.
“For all of you”—The Eggplant says to me—”all this has value, for us, it is hardly the crust of some value, , ,you can buy anywhere. For us, equality and mutual aid.”
He is irritated and he says to me: “you have thrown away the entire straw basket, like you throw out old domestic utensils. Without the new utensils, you are hardly are a drought, you become disorganized. . .if we unplug the electric artefacts. . what will become of you.”
He is irritated and he annoyed.
He is more irritated when I mention to him the photograph of Rebeca. That is the most arid zone of his memory that he doesn’t want to remember. His human warmth faded from him, and I understand that this is the best thing to do in this moment is to drink the coffee that he offers me. I am waiting for him to make contact and give a perspective of the past. I am waiting for him to detach himself from the sacrifices of his idols. After a few sips, he becomes withdrawn, and I see in his eyes how Rebeca is awaking from a lethargy: and The Eggplant looks at her, as if, in this moment, she was wearing a bathing suit, stretching in front of him.
He is more irritated when I mention to him the photograph of Rebeca. That is the most arid zone of his memory that he doesn’t want to remember. His human warmth faded from him, and I understand that this is the best thing to do in this moment is to drink the coffee that he offers me. I am waiting for him to make contact and give a perspective of the past. I am waiting for him to detach himself from the sacrifices of his idols. After a few sips, he becomes withdrawn, and I see in his eyes how Rebeca is awaking from a lethargy: and The Eggplant looks at her, as if, in this moment, she was wearing a bathing suit, stretching in front of him.
The Rebeca is there, with a bit of shade below her eyes, determined, holding firmly to the frame if her photo looking far away at an imaginary coastline. You see in the photo the black tail of a cloud of soot, so black that it looks like a muddy cloud. She hints a smile: it wasn’t any fun at all to navigate without direction but is was fun to go forward yoked to The Eggplant.
I want to ask, but The Eggplant, with his finicky voice, made me keep quiet, he fights with his memory, and as if to satisfy my needs, he says: I loved more than ever, I loved her more than anyone, three weeks. . .and we reached the culmination of our love. When we stepped on tierra firma , I knew: my love was shipwrecked, it blew away because of the “patriotic” rules and agreements. I could never pardon that homeland. I believed in what I was doing.
“I hope you understand me,” said Rebeca. He agreed in tears.
“That is the damn truth.”
He pauses and then wants to look at the ceiling. “I wasn’t nor am I stubborn, I know and I knew what my role was; that is the misfortune, to know your role.”
“It was the patriotic façade that we presented to the word, and inside the pain devoured our guts. . .Yes, the idea overwhelmed our heads,”
In the ’48, in the ’49, in the ’56, after the wars, I avidly read, in the different languages in different newspapers. . . harboring the black hope that Rebeca had become a widow.
But no, Rebeca never entered that melancholy castle that The Eggplant erected. Night after night, he received that punishment night after night. There it was that destiny denied his desires. . .and the ghosts punished him with the deformed mirrors of his desires.
But there is nothing that can be done, those that sacrificed themselves for the homeland, were “the homeland” and shined like stars, and burnt themselves up and exploded like sparks fed by the coals.
It was so, that after four wars and more than half a century, The Eggplant, surrounded by the sands of the desert, built his little castle of hope.
And so passed half a century of ups and downs, of successes and failures. Courting mirages, trapping fleeting moments that he called “happiness.” At times his affection for The Rebeca fell into lethargy, at times it sunk into melancholy nostalgia. . .but he knew that in some corner everything was latent.
The scar betrayed him, that scar that was running through the undulating daily boredom.
He awoke as a widower. He woke up like an inexhaustible fountain, that a fierce wind free him from the slavery of the sands.
Much earlier, when he was a mature and strong man, he could take on all risks, The Eggplant told me—”now I scarcely have the strength to rescue myself. . .”
After half a century, after four wars, and before Pago Chico faded away from him, The Eggplant is already a widower; he finds Rebeca who also is a widow.
Now I see them.
He goes on so stooped, behind the wheelchair of his Rebeca, just like he wanted to court her a half a century ago. . .in the broken Spring of ’40.
He even became as happy as a child who enjoys the prize sought after so many years.
Gertrud Herta Sojková Baum nació en 1909 en Berlín de padres judíos checos. Su padre, Rudolf Sojka, era ingeniero y tenía tratos comerciales con el presidente ecuatoriano Eloy Alfaro relacionados con el sistema ferroviario ecuatoriano. Pronto la familia se mudó a Praga, Checoslovaquia. Se matriculó en la Academia de las Artes de Prusia en Berlín. Su talento como pintora la llevó a exponer en Berlín; Con el ascenso al poder de Hitler y la invasión de Checoslovaquia por el Tercer Reich, la familia judía de Sojka se vio amenazada. En 1938, Sojka se casó con Dezider Schwartz. En 1942, la pareja fue transportada al campo de concentración de Majdanek, luego al campo de trabajo de Sered y luego, en 1944, al campo de concentración de Auschwitz. Trude es trasladado al campo de concentración de Gross-Rosen, liberado por los rusos. Nunca volvería a encontrar a Dezider Schwartz. Pero encontró en la Cruz Roja un periódico de su hermano mayor, Waltre, que buscaba a su familia. Vivía en Ecuador desde 1938. Waltre había sido invitado a Ecuador para dar conferencias de química en la Universidad Central del Ecuador y, decidió quedarse allí. Trude decidió unirse a ellos. “Cuando llegué al puerto de Guayaquil , mi hermano me esperaba con los brazos abiertos.” “Solo que cuando salí del barco, fui corriendo directo a abrazar un racimo de plátanos”, solía bromear Sojka. Sojka estaba fascinado por la cultura, los pueblos indígenas y el paisaje. Ella descubre es el arte autóctono y aborigen , que comienza a estudiar cuanto antes: una fuente de inspiración para sus propias obras. Sojka comienza a trabajar para su hermano y su esposa, tanto en su fábrica como en su tienda de artesanías, llamada AKIOS, (Sojka escrito al revés), en el Centro Histórico de Quito. Cuando Sojka llegó a Guayaquil, conoció a un buen amigo de su hermano Hans Steinitz, también sobreviviente del Holocausto, quien logró huir del campo de concentración de Sachsenhausen. Se casaron. Luego, la artista se dedica casi por completo a su arte. Por estos tiempos conoce a grandes artistas ecuatorianos como Gilberto Almeida, Víctor Mideros, Manuel Rendón o, durante los 90, o Pilar Bustos. Incluso llega a enseñar escultura a Oswaldo Guayasamín. Sus primeras pinturas en Ecuador, creadas en 1950, representan sus experiencias en Auschwitz. También trabajó mucho en torno al significado de su apellido: Sojka, un pájaro que deambula por los bosques del este de Europa. Posteriormente, volvió a estudiar, pero esta vez profundamente, el arte precolombino, especialmente el arte indígena tradicional ecuatoriano y sus diferentes divinidades. Por eso, introdujo a muchas de sus figuras en su forma de pintar expresionista europea, que es única. Mientras tanto, sus pinturas se volvieron más alegres: la naturaleza, el universo, las oraciones, los recuerdos nostálgicos de su amada Checoslovaquia se convirtieron en sus temas principales. A finales del siglo XX pintó muchas más figuras tiernas. Las obras de Trude Sojka también se consideran muy especiales debido a su técnica. La artista utilizó cemento, un material muy duro y de secado rápido, para realizar sus pinturas, al igual que haría sus esculturas, dando una segunda dimensión a la superficie generalmente plana. Se le ocurrió la idea porque le encantaba trabajar con arcilla, pero el cemento era más barato y desafiante. Para fijar el cemento a la superficie de madera o cartón, utilizó un pegamento que su hermano Walter Sojka, un químico, inventó solo para ella. Además, fue pionera en Ecuador, y probablemente también en América Latina, en utilizar materiales reciclados dentro de sus obras de arte, como vidrios rotos, piezas de metal, estructuras de ruedas, tejas, tapas de cubos de basura. Con motivo del 90 cumpleaños de Sojka, la Casa de la Cultura Ecuatoriana ” Benjamín Carrión ” le rindió homenaje, nombrándola “Artista emérita” y se realizó una exposición retrospectiva de sus obras. En 2001, Sojka sufrió un derrame cerebral. Logró superarlo con un mínimo de pérdida de memoria. Continuó haciendo pinturas y esculturas pesadas con cemento y materiales reciclados hasta los noventa y cinco años. Cuando sus manos se volvieron demasiado frágiles, dejó de trabajar con cemento. Sin embargo, nunca dejó de pintar y dibujar. Se murió en 2007.
Gertrud Herta Sojková Baum was born in 1909 in Berlin to Czech Jewish parents. His father, Rudolf Sojka, was an engineer and had business dealings with Ecuadorian President Eloy Alfaro related to the Ecuadorian rail system. Soon the family moved to Prague, Czechoslovakia. He enrolled at the Prussian Academy of Arts in Berlin. Her talent as a painter led her to exhibit in Berlin; With Hitler’s rise to power and the Third Reich’s invasion of Czechoslovakia, Sojka’s Jewish family was threatened. In 1938, Sojka married Dezider Schwartz. In 1942, the couple were transported to the Majdanek concentration camp, then to the Sered labor camp, and then, in 1944, to the Auschwitz concentration camp. Trude is transferred to the Gross-Rosen concentration camp, liberated by the Russians. She would never see Dezider Schwartz again. But he found in the Red Cross a newspaper of his older brother, Waltre, who was looking for his family. He had lived in Ecuador since 1938. Walter had been invited to Ecuador to give chemistry lectures at the Central University of Ecuador and decided to stay there. Trude decided to join them. “When I arrived at the port of Guayaquil, my brother was waiting for me with open arms.” “Only when I got off the boat, I ran straight to hug a bunch of bananas,” Sojka used to joke. Sojka was fascinated by culture, indigenous peoples and the landscape. She discovers indigenous and aboriginal art, which she begins to study as soon as possible: a source of inspiration for his own works. Sojka begins to work for his brother and his wife, both in their factory and in their handicraft store, called AKIOS, (Sojka written backwards), in the Historic Center of Quito When Sojka arrived in Guayaquil, she met a good friend of her brother Hans Steinitz, also a Holocaust survivor, who managed to escape from the Sachsenhausen concentration camp. They married. Later, the artist devotes herself almost entirely to her art. During these times he met great Ecuadorian artists such as Gilberto Almeida, Víctor Mideros, Manuel Rendón or, during the 90s, or Pilar Bustos. He even taught sculpture to Oswaldo Guayasamín. His first paintings in Ecuador, created in 1950, depict his experiences at Auschwitz. He also worked hard around the meaning of his last name: Sojka, a bird that roams the forests of eastern Europe. Later, he returned to study, but this time deeply, pre-Columbian art, especially Ecuadorian traditional indigenous art and its different divinities. For this reason, he introduced many of his figures in his European Expressionist way of painting, which is unique. Meanwhile, his paintings became more joyful: nature, the universe, prayers, nostalgic memories of his beloved Czechoslovakia became his main themes. At the end of the 20th century he painted many more cute figures. Trude Sojka’s works are also considered very special due to their technique. The artist used cement, a very hard and fast drying material, to make her paintings, as she would her sculptures, giving a second dimension to the generally flat surface. She came up with the idea because he loved working with clay, but cement was cheaper and more challenging. To fix the cement to the wooden or cardboard surface, she used a glue that her brother Walter Sojka, a chemist, invented just for her. In addition, it was a pioneer in Ecuador, and probably also in Latin America, in using recycled materials within its works of art, such as broken glass, metal pieces, wheel frames, roof tiles, and garbage can lids. On the occasion of Sojka’s 90th birthday, the Ecuadorian House of Culture “Benjamín Carrión” paid tribute to her, naming her “Emeritus Artist” and a retrospective exhibition of her works was held. In 2001, Sojka suffered a stroke. She managed to get through it with minimal memory loss. She continued to make heavy paintings and sculptures with cement and recycled materials until he was ninety-five years old. When his hands became too fragile, she stopped working with cement. However, he never stopped painting and drawing. He died in 2007.
Paula Varsavsky es una escritora de ficción y periodista argentina. Vive en Buenos Aires. Sus publicaciones incluyen la novela Nadie alzaba la voz (Emecé, 1994), también publicada en los Estados Unidos en traducción al inglés por Anne McLean como No One Said a Word (Ontario Review Press, 2000, Wings Press, 2013), una segunda novela El resto de su vida (Mondadori, 2007), una colección de cuentos; La libertad de los huérfanos y otros cuentos y una colección de conversaciones con escritores británicos y estadounidenses que incluye a Joyce Carol Oates, Richard Ford, David Lodge, Hanif Kureishi, Edmund White, David Leavitt, Siri Hustvedt, Ali Smith, Esther Freud y William Boyd titulado Las mil caras del autor (EDUVIM, 2015; RIL Editores, Chile 2016 RIL Editores España 2018).
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Paula Varsavsky is an Argentine fiction writer and journalist. She lives in Buenos Aires. Her publications include the novel Nadie alzaba la voz (Emecé, 1994), also published in the U.S. in English translation by Anne McLean as No One Said a Word (Ontario Review Press, 2000, Wings Press, 2013), a second novel El resto de su vida (Mondadori, 2007), a collection of short stories La libertad de los huérfanos y otros cuentos and a collection of conversations with British and American Writers that includes Joyce Carol Oates, Richard Ford, David Lodge, Hanif Kureishi, Edmund White, David Leavitt, Siri Hustvedt, Ali Smith, Esther Freud and William Boyd entitled Las mil caras del autor (EDUVIM, 2015; RIL Editores Chile 2016; RIL Editores Spain 2018).
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Annette Prekker Levine es profesora asociada de literatura española y latinoamericana en Ithaca College. Ha escrito extensamente sobre literatura del período de la dictadura argentina, ha traducido para el archivo argentino de derechos humanos, Memoria Abierta, y también traduce ficción y poesía. Sus traducciones de cuentos de Paula Varsavsky y Aída Bortnik han aparecido en World Literature TodayLatin American Literature Today.
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Annette Prekker Levine is associate professor of Spanish and Latin American literature at Ithaca College. She has written extensively on literature of the Argentine dictatorship period, has translated for the Argentine human rights archive, Memoria Abierta, and also translates fiction and poetry. Her translations of short stories by Paula Varsavsky and Aída Bortnik have been featured in World Literature Today and Latin American Literature Today.
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El bautismo de los radiotelescopios
Por Paula Varsavsky
El 9 de agosto de 2019 recibí un email de un remitente desconocido, me llamaron la atención las palabras “invitación” y “bautismo” en el asunto. Volví a leer: Invitación a la ceremonia de bautismo de los radiotelescopios del IAR. Abrí el archivo adjunto: “El director del Instituto Argentino de Radioastronomía Prof. Dr. Gustavo E. Romero, tiene el honor de invitar a la Srta. Paula Varsavsky al acto de puesta en funcionamiento y bautismo de los radiotelescopios de la Institución. Se llevará a cabo el día 30 de septiembre de 2019 a las 11hs en el Instituto Argentino de Radioastronomía”. Tuve la imagen de un cura en este evento científico en una institución estatal, la deseché, no podía ser. ¿Entonces, de qué se trataba?, me pregunté.
Me invitaban por ser la hija del astrofísico Carlos M. Varsavsky, judío y argentino. Él murió en 1983, yo tenía diecinueve años. Treinta y seis años más tarde tenía la oportunidad de ejercer de hija por unas horas.
Una semana después de que me llegara esa invitación, cuando ya había contestado que asistiría recibí un email de mi hermano que vive en Madrid, donde me reenviaba su invitación. Decía que él no podía ir y me preguntaba si yo podría hacerlo. Pensé que quizá no imaginaba que, siendo hijos los dos, nos debían haber invitado a ambos. Respondí que ya había confirmado mi asistencia.
En 1962 por iniciativa del Dr. Bernardo Houssay, entonces Presidente del CONICET, junto con la UBA y la UNLP se creó el Instituto Argentino de Radioastronomía, al cual se le asignó un predio descampado dentro del Parque Pereyra Iraola y un director, el Dr. Carlos M. Varsavsky. Entiendo que se trató de un desafío ideal para mi padre: estaba todo por construir. Pronto armó un equipo de científicos, técnicos y cuidadores del instituto. Para mí, eran una gran familia y Clotilde, la cocinera, la madre de todos. Algunos de los recuerdos más felices de mi infancia sucedieron allí.
En aquella época, fines de la década del sesenta y principios de los setenta no existía la autopista, ir y volver desde la Capital todos los días se asemejaba a una aventura a la pampa húmeda donde parte del camino era de tierra.
Durante las vacaciones de verano, papá solía llevarnos a mi hermano y a mí a pasar el día allí, a veces invitaba a nuestro primo David. Había una pileta de lona, bicicletas y ese inmenso parque donde jugar. Guardo una hermosa foto en blanco y negro de mi primo, mi hermano y yo en la pileta de lona del IAR. Teníamos once, nueve y cinco años respectivamente. Todavía puedo oír la voz de papá que les decía: “Cuiden a Paulita”.
Nuestro primo desapareció en febrero de 1977, así está descripto por José Luis D´Andrea Mohr en un artículo publicado en el diario Página 12 el 26/06/2000: “David Horacio Varsavsky, técnico electrónico, tenía 19 años y preparaba el ingreso a la Facultad de Ingeniería. El 17 de febrero de 1977 debía presentarse en el Distrito Militar Buenos Aires para comenzar con el servicio militar. Vivía en la Capital Federal, dentro de la Zona 1, bajo la autoridad del general Carlos G. Suárez Mason y del general José Montes como comandante de Subzona. La noche anterior cuatro civiles armados y un uniformado como Policía Federal allanaron la casa familiar y se llevaron a David en presencia de su madre. Dijeron a la señora que era un procedimiento rutinario, que se quedara tranquila. Tras un calvario de siete años, el 8 de mayo de 1984, el Estado Mayor del Ejército respondió al Ministerio de Defensa que ´David Horacio Varsavsky, al no presentarse para su incorporación, fue acusado como infractor a la Ley de Servicio militar obligatorio el 18 de febrero de 1977. David continúa desaparecido junto a 128 soldados conscriptos de la época procesista”. Supe que, por ser judío, habría recibido torturas más intensas.
El radiotelescopio, una estructura de metal con forma de paraguas puesto hacia arriba que ocupaba alrededor de media manzana estaba situado cerca del edificio principal. En esa construcción de dos platas de ladrillo a la vista estaban las oficinas, el área de fotografía, las computadoras y unos muebles de madera con estantes de donde saqué sin permiso un cuaderno de tapas duras color gris para dibujar. Sin embargo, mientras iba a preescolar, lo que más deseaba era aprender a escribir.
El del 30 de septiembre, a las diez de la mañana me pasa a buscar un remis (incluido en la invitación). Mientras bajo lamento no haberle dicho a mi hijo que viniera y advierto que no hubiera sabido explicarle de qué se trataba, aún no tengo claro qué es eso del bautismo.
Ya en el auto veo que pasamos Plaza San Martín, giramos hacia la izquierda y tomamos la avenida Eduardo Madero. Recuerdo que el 29 de julio pasado, en el aniversario de la Noche de los bastones largos, alguien me envió un mensaje por facebook pidiéndome que escribiera algo al respecto. “Tu padre se lo merece”. Hija obediente, googleé aquel nefasto evento. Encontré, entre tantos otros, un artículo titulado Aquí termina una etapa del Dr. Rodolfo H. Busch publicado en la Biblioteca Virtual de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA en 2016, del cual cito un párrafo: “Carlos Varsavsky está delante de mío. La sangre le gotea por las orejas, forma un mapa sobre su espalda. Tiene el impermeable empapado en sangre y un paraguas en la mano. Parece que está mareado. Un estudiante se acerca al cordón de la vereda y vomita”. A raíz de la publicación que hice donde incluía esta información, mamá me contó, por primera vez, que ella también había estado en Exactas la noche del 29 de julio de 1966. Mis padres habían quedado en ir a cenar afuera después de que él terminara de dar clase. Por ese motivo ella estaba en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires cuando llegó la policía para intervenir, bajo órdenes del General Onganía. En cierto momento, papá le dijo que se fuera, que volviera a casa. “Cuando salí, la calle Perú estaba desierta. Un policía, rodeado de tantos otros, con un altoparlante en la mano, les decía a las autoridades, profesores y estudiantes de la facultad que era el último aviso, si no salían, ellos entraban”. A eso de las tres de la mañana, alguien la llamó para avisarle que papá estaba en el Hospital Militar, la policía lo había llevado, luego de golpearle fuertemente la cabeza y dejarlo horas sangrando. Mamá me contó que él volvió a casa a la madrugada con la cabeza completamente vendada.
Escucho que el Waze indica que debemos salir de la utopista, damos una vuelta y pasamos debajo del arco de entrada al Parque Pereyra Iraola, una construcción que se asemeja a la de un castillo de hadas con toques medievales. Ingresamos a la zona de mayor biodiversidad de la Provincia de Buenos Aires. Metros antes de un camino estrecho veo el primer cartel que indica la existencia del IAR, una señal modesta, quizá solo para entendidos. El paisaje luce igual al que recuerdo de mi infancia y de las pocas veces que fui desde entonces en las que me invitaron a otros homenajes.
Entramos a ese lugar bucólico en una mañana húmeda del inicio de la primavera con un cielo gris tormentoso. Estacionamos bajo unos árboles altos y añosos que deben haber pertenecido a aquella estancia de diez mil hectáreas convertida en el Parque Pereyra Iraola en el año 1948. En cuanto bajo del auto quedo envuelta en una brisa y en el sonido de los pájaros que parecen trinar más fuerte que de costumbre, como si anunciaran lluvias intensas.
Camino con rapidez, apenas miro de reojo el edificio principal donde estaba la oficina de papá. Llego a la zona donde se encuentran los dos imponentes radiotelescopios de unos treinta metros de altura cada uno. Voy ubicando algunas caras conocidas de científicos que conocí en otras oportunidades en que fui al IAR o entregué el Premio Carlos Varsavsky a la mejor tesis doctoral en Astronomía que se da cada dos años durante la reunión de la Asociación Argentina de Astronomía en distintos lugares del país. Estuve por ese motivo en Salta, Mar del Plata, Córdoba y San Juan.
Saludo al Dr. Gustavo Romero, actual director del Instituto Argentino de Radioastronomía. Me comenta que la ceremonia está por empezar, mientras señala unas sillas blancas acomodadas en filas. Como al pasar, agrega que los nombres de los radiotelescopios serán Carlos M. Varsavsky y Esteban Bajaja. Recién entonces me entero de cuáles serán los nombres de los radiotelescopios que serán bautizados. Me da pena que mi hermano se pierda este homenaje.
Encuentro una silla con un cartelito que dice mi nombre y, al lado, una con el nombre Amalia Bajaja, hija de Esteban Bajaja, el astrofísico que había sido alumno de papá, cuyo apellido oí de chica. Otras sillas tienen los nombres de Fernando Tauber (Presidente de la Universidad Nacional de La Plata), Raúl Kulichevsky (Director ejecutivo de la Comisión Nacional de actividades espaciales), Raúl Pardomo (Decano de la Facultad de Astronomía y Geofísica de la UNLP). Además, veo tres sillas destinadas a autoridades de la Comisión de Medioambiente, Ciencia y Tecnología de la Embajada de Estados Unidos en Argentina. Décadas atrás la Carnegie Institution dio una generosa ayuda económica para la construcción de la Antena Uno. En otras sillas están sentados astrónomos jóvenes: chicos y chicas recién recibidos. Le pido a una de ellas (que siguen siendo minoría respecto de los varones en este área) que me saque unas fotos con la gran antena.
La Antena Uno se inauguró en marzo de 1966. Yo tenía dos años y papá, entonces director del instituto, profesor titular de física en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y uno de los creadores de la licenciatura en Astronomía de la Universidad Nacional de La Plata, tenía treinta y dos. Me contaron que estuve en la inauguración y que, mientras daba el discurso de apertura del acto, en brazos de mi mamá yo gritaba “¡Ese es papá, ese es papá!”.
Recorro mentalmente proyectos que él realizó: IAR, Fate electrónica, la construcción y puesta en marcha de la fábrica de aluminio ALUAR. Voy hacia atrás en su vida, su secundario en el Nacional Buenos Aires, la beca que obtuvo para estudiar ingeniería física en University of Colorado, el doctorado en Astrofísica en la Universidad de Harvard, el post doctorado en California, el regreso a la Argentina después de residir nueve años en Estados Unidos. La estadía en Londres como investigador y docente en University of London, a donde fue con mamá y mi hermano. En Inglaterra mamá quedó embarazada de mí.
Sentada frente al radiotelescopio que desde hace cincuenta y tres años se llama Antena Uno y que en pocos minutos pasará a llamarse Carlos M. Varsavsky, escucho las palabras del Dr. Gustavo Romero que, en tono coloquial, narra brevemente la historia del instituto y llega al evento que nos convoca: “Luego de muchos años en los que nuestras antenas no han tenido nombre, hemos decidido bautizar a los primeros radiotelescopios latinoamericanos. Se trata de un gesto de reconocimiento a los hombres que con enorme perseverancia y realizando una tarea titánica lograron sacar adelante estos proyectos. Es por eso que hemos decidido bautizar al radiotelescopio uno con el nombre de Carlos Varsavsky, en honor al primer director del Instituto Argentino de Radioastronomía y al radiotelescopio dos con el nombre de Esteban Bajaja en honor al científico bajo cuya dirección se logró poner en funcionamiento el segundo radiotelescopio”
Luego de que terminan las palabras de las autoridades, nos llaman a Amalia Bajaja y a mí al escenario. Descubren las placas con los respectivos nombres de nuestros padres y nos dan, a cada una, un diploma y una réplica en 3D de los radiotelescopios elaborada por el personal técnico del instituto.
Me acerco al micrófono, contengo las lágrimas y agradezco, agradezco por papá, sé cuánto amó al IAR, a su gente, al universo que se dejó ver y estudiar desde el hemisferio sur. Las investigaciones que lograron realizar le dieron la posibilidad de escribir los libros Astronomía elemental y Vida en el universo que, además de sus especulaciones sobre la posibilidad de vida en otros planetas y galaxias, contiene una dedicatoria inolvidable: “A Martín y Paula, dos seres de otro mundo”.
La tormenta supo esperar a que terminara el acto, mientras caen gotas inmensas sobre nosotros, nos acercamos a una de las construcciones de una planta, ahora nos toca comer, brindar, conversar y distendernos.
Cuando deja de llover, camino hacia el auto que me está esperando para llevarme de vuelta a casa. Paso por el edificio principal, entro, ya no me parece gigantesco como cuando era chica. Recuerdo las palabras que papá me anotaba en el cuaderno gris de tapas duras para que copiara: TIERRA, LUNA, SOL, SATURNO, MARTE, JÚPITER, MERCURIO, PLUTÓN, NEPTUNO, URANO, VENUS, MAMÁ, PAPÁ, MARTÍN, PAULA. Sé que le debo al IAR el hecho de haber aprendido a escribir allí, siendo escritora y periodista, quedo eternamente agradecida.
On August 9th, 2019, I received an email from a name I didn’t recognize. The words “invitation” and “baptism” in the subject line caught my attention. I reread it: Invitation to the baptism of the IAR radio telescopes. I opened the attachment: “The director of The Argentine Radio Astronomy Institute, Professor Dr. Gustavo E. Romero, is honored to invite Ms. Paula Varsavsky to the inauguration and baptism of the institution’s radio telescopes. The event will take place on September 30th, 2019 at 11am at the Argentine Radio Astronomy Institute.” I imagined a priest participating in this scientific event being held at a government run institution. Rejecting the notion, I wondered what the baptism could mean.
They invited me for being the daughter of Astrophysicist Carlos M. Varsavsky who was Argentine and Jewish. He died in 1983, when I was nineteen years old. Some thirty-six years later, I was being given the opportunity to fulfill the role of daughter once again for a few hours.
About a week after having already replied that I would attend, my brother Martin emailed me from Madrid, forwarding me his invitation. He told me he couldn’t make it and asked if I could go in his stead. I guess he didn’t realize that they’d invite the two of us seeing as how we are both Carlos Varsavsky’s children. I wrote back letting him know that I had already confirmed my attendance.
In 1962, Dr. Bernardo Houssay, then president of the National Scientific and Technical Research Council, joined forces with the University of Buenos Aires and the National University of La Plata to create the Argentine Radio Astronomy Institute (IAR). A vacant parcel of land in Pereyra Iraola Park was allotted and Dr. Carlos M. Varsavsky was named director. I know it was the perfect challenge for my father – everything was yet to be built. He quickly gathered a team of scientists, engineers, and caretakers for the institute. To me, they seemed like one big family. And the cook, Clotilde, was like a mother to everyone. Some of my happiest childhood memories took place there.
At that time, the late sixties and early seventies, there wasn’t yet a highway, so going to and from Buenos Aires every day was like an adventure to the humid Pampas, complete with dirt roads.
In the summers, Dad would sometimes bring my brother and I along for the day, occasionally taking our cousin David too. We’d swim in the above ground pool, ride bicycles, and play in that enormous park. I have a precious black and white photo of David, Martin, and I at that pool. We were 11, 9, and 5 years old respectively. I can still hear my father calling out: “Take care of Paulita.”
Our cousin David disappeared in February, 1977. In an article published in the Argentine daily, Página 12,on June 26, 2000, José Luis D’Andrea Mohr writes: “David Horacio Varsavsky, aspiring electronics engineer, was 19 years old and preparing to study in the School of Engineering. On February 17, 1977, he was due at the Military District of Buenos Aires to begin his military service. He lived in the capital, in Zone 1, under the authority of General Carlos G. Suárez Mason and General José Montes, Sector Commander. On the eve of his scheduled enlistment, armed men in civilian clothes and one dressed in Federal Police uniform broke into the family’s home and abducted David in his mother’s presence. They told her it was a routine procedure, that she should remain calm and not worry. After a seven-year ordeal, on May 8, 1984, the Army Chief of Staff responded to the Ministry of Defense stating: ‘David Horacio Varsavsky, upon not arriving for his enlistment date, was accused of violating the Mandatory Military Service Law on February 18, 1977.’ David continues disappeared along with 128 conscripted soldiers from the years of the Argentine dictatorship.” I learned that he probably endured more intense torture for being Jewish.
The radio telescope, a metal structure shaped like an inverted umbrella occupying half a city block, was located near the main building. That two-story brick building housed the offices,the photography center, the computers, and some wooden furniture and shelves where I once found a hardcover grey sketchbook that I kept for myself without asking permission. Though I was only a preschooler, what I most desired was to learn to write.
As stated in the invitation, a driver picks me up at my home at 10 am on September 30th. I make my way to the car regretting not having invited my son, and then I realize that I wouldn’t even have known how to explain the purpose of the invitation to him. I still don’t know what this baptism is all about.
I study the route as we drive past Plaza San Martin and turn left onto Eduardo Madero Ave. I recall a Facebook message I received last July 29th, on the anniversary of The Night of the Billy Clubs, from someone urging me to write about the topic. Their words lingered: “Your father deserves it.” Being the obedient daughter I am, I googled the nefariousevent. Among the many articles, there was one entitled “The End of an Era” by Dr. Rodolfo H. Busch published in the virtual library of the School of Exact Sciences of the University of Buenos Aires in 2016. I posted the following excerpt from the article on Facebook: “Carlos Varsavsky is right in front of me. Blood is dripping from his ears, forming a map on his back. His coat is blood-soaked and he’s holding an umbrella. He seems faint. A student comes out to the curb and vomits.” Mom saw the post and, for the first time ever, she told me she had also been there the night of July 29th, 1966. My parents were planning to go out for dinner after my father was done teaching, which is why my mother was at the School of Exact and Natural Sciences when General Onganía ordered the police to intervene. At a certain point, Dad urged her to leave, that she should return home. Mom recounted “Peru Street was completely deserted when I left. An officer, among a sea of other policemen, spoke into a bullhorn and gave the university administrators, faculty, and students their final warning. They had to leave or the police would storm the building.” Around three in the morning, someone called to let her know Dad was at the Hospital Militar. The police had taken him there after beating him and leaving him to bleed for hours. Mom told me his head was completely wrapped in bandages when he came home just before daybreak.
I hear Waze instructing us to exit the highway. We turn and pass under the Pereyra Iraola Park arch, an entryway resembling a fairytale castle with a touch of the medieval. We enter the most biodiverse area in the Province of Buenos Aires. Several feet ahead of a narrow road, I see the first marker, a modest sign that’s easy to miss, announcing our arrival at the IAR. The landscape is just as I remember it from my childhood and the few times I have been invited to attend other commemorative events.
We arrive at that bucolic setting on a muggy morning at the beginning of spring under an ominous grey sky. We park beneath some large, age-old trees that were surely part of the original 25,000-acre ranch that became Pereyra Iraola Park in 1948. I step out of the car and find myself enveloped by a breeze and the sound of birds calling louder than usual, as if warning of heavy rain.
Walking briskly, I glance only briefly at the main building where my father’s office had been. I reach the area of the two towering radio telescopes, each standing about 100 feet tall. I recognize some scientists I’ve met on other occasions at the IAR or when presenting the biannual Carlos Varsavsky Prize for the best doctoral thesis in Astronomy, an award given at the Argentine Astronomy Association Meeting held around the country, bringing me to Salta, Mar del Plata, Córdoba, and San Juan.
I greet Dr. Gustavo Romero and he tells me the ceremony is about to start as he gestures to a few rows of white chairs. In passing, he mentions that the two radio telescopes will be named Carlos M. Varsavsky and Esteban Bajaja. The true significance of the baptism of the radio telescopes sinks in just then and I’m saddened that my brother is missing this tribute.
I find a seat with my name on a notecard and, beside it, one with the name of Amalia Bajaja, Esteban’s daughter. Esteban Bajaja was my father’s student. I heard his last name when I was a little girl. Other chairs are tagged with the names of Fernando Tauber (President of the National University of La Plata), Raúl Kulichevsky (Executive Director of the National Commission on Space Activities), Raúl Pardomo (Dean of the School of Astronomy and Geophysics of the National University of La Plata). I also see three chairs reserved for administrators of the United States Embassy’s Commission on the Environment, Science and Technology in Argentina. Decades ago, the Carnegie Institute gave generous financial assistance to build Antenna One. Other seats are occupied by young astronomers, recent graduates. I ask one of the women (who remain a minority among the men in this field) to take a few photos of me with the big antenna.
Antenna One was inaugurated in March, 1966. I was two years old at the time and Dad, then director of the institute, full professor of Physics in the School of Exact and Natural Sciences of the University of Buenos Aires and co-founder of the Astronomy program at the National University of La Plata, was thirty-two years old. I’ve been told that during my father’s keynote address at the opening ceremony, I could be heard shouting from my mother’s arms “That’s Daddy, that’s Daddy!”
His various endeavors fill my mind… IAR, Fate Electronics, the construction and operation of the aluminum factory ALUAR… I think back to earlier parts of his life, his high school years at the Nacional Buenos Aires, the scholarship he received to study Physical Engineering at the University of Colorado, his doctoral studies in Astrophysics at Harvard University, his postdoc in California, and his return to Argentina after living in the US for nine years… I recall his appointment as a researcher and instructor at the University of London, where he was with my mother and my brother. I was conceived in England.
Seated facing the radio telescope that has been dubbed “Antenna One” for fifty-three years and would soon be named Carlos M. Varsavsky, I hear Dr. Gustavo Romero’s words. He gives an informal overview of the institute’s history and contextualizes the event that has brought us together. “After many years during which our antennas haven’t had names, we’ve decided to baptize Latin America’s first radio telescopes. This is an act of recognition of the men who took on a titanic task and whose immense perseverance brought it to completion. We have decided to baptize radio telescope one with the name Carlos Varsavsky in honor of the first director of the Argentine Radio Astronomy Institute, and radio telescope two with the name Esteban Bajaja to honor the scientist responsible for getting the second telescope up and running.”
After the institute’s administrators wrap up their speeches, they call Amalia Bajaja and me up to the stage. They uncover the plaques with the respective names of our fathers and they hand each of us a certificate and a 3D replica of the radio telescopes made by the institute’s personal engineer.
I approach the microphone, holding back tears as I express my gratitude, gratitude on behalf of Dad. I know how much he loved IAR, it’s people, and the universe that could be seen and studied from the Southern Hemisphere. The research conducted made it possible for him to write the books Basics of Astronomy and Life in the Universe, which, in addition to his deliberations about the possibility of life on other planets and galaxies, has an unforgettable dedication: “To Martin and Paula, two beings of another world.”
The storm knew to hold off until the ceremony had concluded. We make our way to one of the cottages at the onset of the downpour. Time to eat, toast, talk, and relax. When the rain stops, I head toward the car awaiting to drive me home. I pass the main building and this time I decide to go inside. It’s not as huge as it seemed when I was a girl. I remember the words that Dad jotted down for me to copy into the grey sketchbook: EARTH, MOON, SUN, SATURN, MARS, JUPITER, MERCURY, PLUTO, NEPTUNE, MOM, DAD, MARTIN, PAULA. I know I owe the IAR a debt of gratitude for being the place where I learned to write. As an author and journalist, I am eternally grateful.
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Libros de Paula Varsavsky/Books by Paula Varsavsky
Fotos de Lene Schneider-Keiner como actriz, pintora,fotógrafa y viajera/ Photos of Lene Schneider-Keiner as a actrice, painter, photographer and traveler
Lene Schneider-Keiner nació en 1885, en Viena, Austria, en una familia judía. Estudió pintura en Viena y en Munich. La suya es la historia de una mujer judía creativa, independiente y rompedora de fronteras que se adelantó a su tiempo. Lene Schneider-Keiner fue una pintora y diseñadora de moda en Berlín en la década de 1920 que navegó por el escándalo, se vistió de hombre para dedicarse a su arte, se divorció de su marido y viajó por partes poco visitadas de Asia y Oriente Medio en el camino de Marco Polo. De 1926 a 1928, participó en una expedición a Asia, que la llevó a ella y al autor Bernhard Kellermann a Irán, Ladakh (Klein-Tibet), India, Tailandia y China. Luego se trasladó a Berlín, donde fue apoyada por la Academia de Bellas Artes de Prusia y la Villa Másimo en Roma. Tras una estancia en España en la década de 1930, se instaló en Nueva York y más tarde en Berlín. Ella escapó y se mantuvo unos pasos por delante de los nazis, y finalmente se dirigió a la ciudad de Nueva York, luego a Cochabamba, Bolivia, donde en 1954 se había mudado para encontrarse con familiares que se establecieron allí después de huir de los nazis. En Cochabamba, Bolivia, donde se hizo conocida como Elena Eleska, murió en 1971. ___________________________________________________
Lene Schneider-Keiner was born in 1885, in Vienna, Austria, to a Jewish family. She studied painting in Vienna and Munich. Her’s is the story of a creative, independent and border-breaking Jewish woman who was ahead of her time. Lene Schneider-Kainer was a painter and fashion designer in Berlin in the 1920s who navigated scandal, dressed as a man to pursue her art, divorced her husband, and traveled through little-visited parts of Asia and the Middle East. on the road to Marco Polo. From 1926 to 1928, she participated in an expedition to Asia, which took her and author Bernhard Kellermann to Iran, Ladakh (Klein-Tibet), India, Thailand, and China. She then moved to Berlin, where she was supported by the Prussian Academy of Fine Arts and the Villa Másimo in Rome. After a stay in Spain in the 1930s, she settled in New York and later in Berlin. She escaped and stayed a few steps ahead of the Nazis, eventually making her way to New York City, then Cochabamba, Bolivia, where in 1954, she moved to meet relatives who settled there after fleeing the Nazis. In Cochabamba, Bolivia, where she became known as Elena Eleska, she died in 1971.
Pinturas de sus viajes inmensos sobre la ruta de Marco Polo y más visitas del mundo/Paintings from her enormous journeys following the Route of Marco Polo and other visits around the world
Una mujer ladok de la Himalayas/A Laddock woman from the Himalayas
Un lama de las Himalayas/A lama from the Himalayas
Mujer china con bebé/Chinese Woman with Baby
Una mujer del Golfo de Persia/A Woman of the Persian Gulf
Attork
Bailarina de Siam/Siamese Dancing Girl
Una madre jóven de Persia/A Young Mother from Persia
Una mendiga en Persio/A Woman Beggar in Persia
Dos hombres de la India con frutas/Two men from India with fruit __________________________
El mercado de Peking/The Pekin market
Pueblo en las montañas Altas de Moroco/A Village in the Atlas Mountains of Morocco
Manuela Fingueret fue una escritora y periodista argentina, especialista en gestión cultural. Era hija de inmigrantes lituanos. En sus escritos se refleja una fuerte connotación porteña y judía. Colaboró con diversos medios gráficos, nacionales y latinoamericanos. En 1993 fue directora artística y de programación cultural de la emisora FM Jai (Buenos Aires), la primera radio judía de América Latina.En 1995 dirigió la revista cultural Arca del Sur. Entre 2000 y 2004 fue directora general de la Red de Bibliotecas Públicas de la Ciudad de Buenos Aires. En 2000 asumió como titular de la Dirección del Libro y el Fomento de la Lectura, dependiente de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Entre 2005 y 2006 fue coordinadora general de Programas Culturales de Buenos Aires. Entre 2004 y 2006 fue directora de la Casa del Escritor y directora de la revista de literatura Gúlliver. Durante muchos años integró la Comisión de Cultura de la Fundación del Libro, que anualmente organiza la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires. Fue creadora de la Noche de las Librerías, y columnista de Caras y Caretas. Entre 2000 y 2010 publicó en varias editoriales sus reflexiones sobre la memoria y la barbarie, sus investigaciones educativas para transmitir el Holocausto judío y sobre la cuestión de las dictaduras en América Latina.
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Manuela Fingueret was an Argentine writer and journalist, specialist in cultural management. She was the daughter of Lithuanian immigrants. In her writings a strong Buenos Aires and Jewish connection is reflected. She collaborated with various national and Latin American graphic media. In 1993, she was the artistic and cultural programming director of the FM Jai radio station (Buenos Aires), the most important Jewish radio station in Latin America, and in 1995, she directed the cultural magazine Arca del Sur. Between 2000 and 2004 she was general director of the Public Libraries Network of the City of Buenos Aires. In 2000 he assumed as head of the Directorate of Books and the Promotion of Reading, dependent on the Secretariat of Culture of the City of Buenos Aires. Between 2005 and 2006 she was general coordinator of Cultural Programs of Buenos Aires. Between 2004 and 2006, she was director of the Casa del Escritor and director of the literature magazine Gúlliver. For many years, she was a member of the Culture Commission of the Book Foundation, which annually organizes the International Book Fair in Buenos Aires. She was the creator of the Night of the Libraries, and a columnist for Caras y Caretas. Between 2000 and 2010, she published in various editorials his reflections on memory and barbarism, her educational research in order to transmit the Jewish Holocaust and on the question of dictatorships in Latin America.
MI PADRE
No fue sabio
No fue justo
No fue valiente
Sólo un pobre carpintero judío
recorriendo el verano
en bicicleta
Detenido en Tolstoi
entre los cielos de Chagall
hacia la tierra prometida
Jerusalem fue un sueño
que terminó en abandono
No fue músico
No fue rabino
Ni fue maestro
Solo un padre carpintero judío
remontando la guerra
y el origin
para vivir a tiempo
en la palabra de la hija
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MY FATHER
He was not a wise man
He was not a righteous man
He was not a valiant man
Only a poor Jewish carpenter
traveling through summer
on a bicycle
Tarrying over Tolstoy
among the heavens of Chagall
towards the promised land
Jerusalem was a dream
that ended in abandonment
He was not a musician
He was not a rabbi
He was not a teacher
Only a poor Jewish carpenter
overcoming the war
and his origin
to live for eternity
through his daughter's words
Translation by Celeste Kostupolos-Cooperman
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SEGUNDO RETRATO
Soy el silbido de la noche
que huye ante el ave cazadora
en una barca encallada
Una espera que descansa
en un árbol de Magritte
y acude salvaje
al llamado de su amo
cuando huele la lluvia en las axilas.
Un movimiento fugaz
antes de la siesta
cuando la telaraña
teje las miradas del piel
Soy una pirata de abordajes continuos
que huele el pan casero
y los profana con un alarido
hasta devorar los pecados
--manzana quieta con los colores en el cuerpo—
Un frágil cordón
que flota sin sobresaltos
o una pantera que asusta al desprevenido
y los devora en pequeñas vibraciones
para gozar del ritual
cada vez que su sangre es sacrificio
Soy la sobreviviente de alabanzas y exterminios
en una aldea en Lituania
que aún arde en la memorias
Una maga púrpura
a la que recitan salmos
y no desea despertarse
porque es tan blanca la mañana
y breve el encantamiento
que un resplandor la agita
Soy una flecha en el universo
que tiembla cuando un hijo crece
y cuyo destino
es un manto dorado de hojas secas
en un punto ascendiente de la vida láctea.
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SECOND PORTRAIT
I am the whistling of the night
that flees before the bird of prey
in a boat run aground
A sphere that rests
in a tree by Magritte
and savagely rushes in
at the call of the master
when he smells rain in his armpits.
A fleeting movement
before the siesta
when the cobweb
weaves glances into the skin.
I am a pirate of constant boardings
who smells homemade bread
and profanes it with a scream
until the skins are devoured
--peaceful apple with colors on its body—
A fragile cord
that floats without fright
or a panther that frightens the unprepared
and devours him in small vibrations
to enjoy the ritual
each time his blood is a sacrifice
I am the survivor of prayers and exterminations
in a Lithuanian village
that still burns in memory
A purple enchantress
to whom they recite psalms
and who does not wish to awaken
because morning is so white
and enchantment so brief
that a flash of light can stir her
I am an arrow in the universe
that trembles when a child grows
and whose destiny
is a golden mantle of dry leaves
in an ascendent point of the Milky Way.
Translation by Roberta Gordenstein
Soy una flecha en el universo
que tiembla cuando un hijo crece
y cuyo destino
es un manto dorado de hojas secas
en un punto ascendiente de la vida láctea.
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TOU-VABOU
A Eliahu Toker, A Héctor Yánover
Jehová evoca los signos prometidos
para evitar a los vivos
su espanto cotidiano
únicos espectadores
anónimos y perversos
de un pueblo
que arrastra
el milagro y la duda
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TOVU-VAVOHU
To Eliahu Toker, to Héctor Yánover
Jehovah evokes the promised signs
to avoid the quotidian fright
of the living
the only witnesses
anonymous people
who carry with them
miracles and doubt
Translation by Roberta Gordenstern
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GÉNESIS (CAP. VII. VERS. 5)
Vinieron, pues, con Noé al arca
De dos en dos de toda carne
Que había espíritu de vida.
Se sentaron uno al frente del otro
Y por primera vez se reconocieron
Comenzaban a caer las primeras gotas
Talladas y precisas
Las semientes hervían con el contacto
Y se colmaron los surcos de maravillas anegadas
Las manadas
Sobre los árboles que cubrían sus lamentos
Y todo fue otra vez como el comienzo
Una línea verde continúa y trasparente
Donde el silencio era sonido perecedero.
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GENESIS (CAP. VII. VERS. 5)
They came, then, with Noah
two by two all flesh in
which there was the spirit of life.
They sat down one in front of the other
And for the first time they recognized each other.
the first drops began to fall
carved and precise.
Semen boiled with the contact
And furrows were filled to the brim with flooded marvels.
I sweep the sidewalk, over and over again, in the summer
Afternoons
barefoot like the shikses* I the neighborhood.
My mother curses, because she fears an
early assimilation.
*Yiddish, young non-Jewish girls.
Translation by Roberta Gordenstein
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Estos poemas son de/These poems are from: Marjorie Agosín, ed. Miriam’s Daughters: Jewish Latin American Jewish Poets. Santa Fe, NM: Sherman Asher, 2001.
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Manuela Fingueret–Poesía/Poetry: 1975: Tumultos contenidos./ 1977: Heredarás Babel. / 1980: La piedra es una llaga en el tiempo. / 1984: Ciudad en fuga y otros infiernos. / 1988: Eva y las máscaras. / 1992: Los huecos de tu cuerpo. / 1998: Uva y racimo. / 2001: Esquina./ 2009: Fábulas con moraleja/ 2010: La vida espuma, muestra con la artista visual Mirta Kupferminc.
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Algunos libros de Manuela Fingueret/Some of Manuela Fingueret’s Books
En marzo de 1938, el presidente de los Estados Unidos, Franklin Roosevelt, convocó una conferencia de 32 naciones en Evian-les-Bains, Francia, para discutir el reasentamiento de refugiados judíos alemanes y austriacos en otras tierras. En ese momento, el régimen nazi todavía estaba de acuerdo en permitir que los judíos emigraran si transfirieron sus activos al gobierno alemán. Las naciones reunidas respaldaron la idea del reasentamiento, pero acordaron que a ninguna nación se “esperaría o se pediría que recibiera un número mayor de emigrantes de lo que permite la legislación vigente”. Dados los estados de ánimo xenófobos y antisemitas de la era de la Depresión, esto significaba que, de hecho, no se esperaba que ninguna nación, ni siquiera Estados Unidos, aceptara más de unos pocos miles de refugiados.
Solo la República Dominicana, dirigida por el dictador Rafael Trujillo, expresó su disposición a aceptar un número significativo, entre 50.000 y 100.000 judíos, una oferta que el Comité de Distribución Conjunta Judía Estadounidense (JDC) aceptó rápidamente. La generosidad de Trujillo probablemente se debió principalmente a su afán por que las naciones occidentales pasasen por alto su brutal masacre de 25.000 haitianos en 1937 y su deseo de “blanquear” a la gente de su país, creyendo que los jóvenes europeos se casarían con mujeres dominicanas y producirían personas de piel clara. descendencia.
El JDC decidió que la oferta dominicana era demasiado buena para rechazarla, tanto por motivos humanitarios como porque un proyecto de reasentamiento dominicano podría proporcionar un modelo para reubicar a los judíos de Europa después de la guerra. (En este momento, había poca o ninguna comprensión del exterminio masivo que los nazis desatarían contra los judíos europeos). La voluntad de considerar el reasentamiento en América Latina suponía que los británicos nunca permitirían que Palestina se convirtiera en una patria judía.
El gobierno dominicano dio la bienvenida a los judíos con la condición de que se convirtieran en trabajadores agrícolas en lugar de “comisionados”. La JCS creó una organización especial, la Asociación de Asentamientos de la República Dominicana (DORSA) y compró 26,000 acres, anteriormente una plantación de banano de la United Fruit Company.
El 30 de enero de 1940. Funcionarios de la DORSA firmaron un contrato con el régimen de Trujillo: “La República … por la presente garantiza a los colonos y sus descendientes, plena oportunidad de continuar su vida y ocupaciones libres de abuso, discriminación o persecución, con plena libertad de religión … derechos civiles, legales y económicos, así como otros derechos inherentes al ser humano ”.
Los refugiados se establecieron en la pequeña ciudad costera de Sosua. A su llegada, cada nuevo colono judío recibió 80 acres de tierra, 10 vacas, una mula y un caballo. El experimento de Sosúa tuvo problemas. La guerra submarina en el Atlántico y la necesidad de utilizar barcos aliados para tropas y suministros hicieron posible reubicar solo a unos 50 refugiados durante el primer año. La mayoría de los que vinieron inicialmente tenían cincuenta años o más, típico de los judíos alemanes en ese momento. Algunos refugiados deseaban comenzar de nuevo su vida como agricultores dominicanos, pero un número igual ve a Sosúa solo como un lugar para esperar hasta que pudieran obtener una visa para ingresar a los Estados Unidos. La tierra no era muy fértil y su drenaje era deficiente. Los colonos necesitaban un período de adaptación al clima semitropical de la isla. Los tomates, el primer cultivo elegido para la explotación comercial, resultaron poco atractivos para la población local dominicana. La colonia parecía encaminada a la desintegración.
James N. Rosenberg, director de DORSA, se negó a dejar morir el experimento: “La mitad del mundo vive ahora bajo la sombra de la guerra, la persecución, el horror y la muerte. … Ahora una puerta abierta de esperanza llama. … Debemos llevar este esfuerzo a la realización. … No nos atrevamos a vacilar “. DORSA importó expertos de kibutzim en Palestina para enseñar a los colonos la agricultura comunal. Ayudaron a diseñar y construir una planta común de procesamiento de carne y una fábrica de mantequilla y queso y recomendaron cultivar limoncillo por su aceite, que se usa comercialmente en perfumes. En octubre de 1941, los nazis cortaron la emigración judía de los territorios que ocupaban en Europa. La población judía de Sosúa alcanzó su punto máximo en alrededor de 500. En este punto, DORSA había invertido alrededor de $ 1 millón en el proyecto. Después del final de la guerra, la mayoría de los judíos se fueron a Estados Unidos o Israel. Otros se quedaron, desarrollando la zona por muchos años.
Adapted from: Lauren Levy: Dominican Republic Provides Sosua as a Haven for Jewish Refugees. Jewish Virtual Library.
In March 1938, the President of the United States, Franklin Roosevelt, convened a conference of 32 nations in Evian-les-Bains, France, to discuss the resettlement of German and Austrian Jewish refugees in other lands. At the time, the Nazi regime still agreed to allow Jews to emigrate if they transferred their assets to the German government. The assembled nations supported the idea of resettlement, but agreed that no nation would “be expected or asked to receive a larger number of emigrants than current legislation allows.” Given the xenophobic and anti-Semitic moods of the Depression era, this meant that, in fact, no nation, not even the United States, was expected to accept more than a few thousand refugees.
Only the Dominican Republic, led by dictator Rafael Trujillo, expressed its willingness to accept a significant number, between 50,000 and 100,000 Jews, an offer that the American Jewish Joint Distribution Committee (JDC) quickly accepted. Trujillo’s generosity was probably mainly due to his eagerness to get Western nations to overlook his brutal massacre of 25,000 Haitians in 1937 and his desire to “whitewash” the people of his country, believing that young Europeans would marry women. Dominicans and would produce fair-skinned people. offspring.
The JDC decided that the Dominican offer was too good to turn down, both on humanitarian grounds and because a Dominican resettlement project might provide a model for relocating Europe’s Jews after the war. (At this time, there was little if any comprehension of the mass extermination the Nazis would unleash on European Jewry). The willingness to consider resettlement in Latin America assumed that the British might never permit Palestine to become a Jewish homeland.
The Dominican government welcomed the Jews on the condition that they become agricultural workers rather than “commission agents.” The JCS created a special organization, the Dominican Republic Settlement Association (DORSA) and purchased 26,000 acres, previously a banana plantation of the United Fruit Company.
On January 30, 1940. DORSA officials signed a contract with the Trujillo regime : “The Republic … hereby guarantees to the settlers and their descendants, full opportunity to continue their lives and occupations free from molestation, discrimination or persecution, with full freedom of religion … civil, legal and economic rights, as well as other rights inherent to human beings. “
The refugees were settled in the tiny seacoast town of Sosua. Upon arrival, every new Jewish settler was given 80 acres of land, 10 cows, a mule and a horse. The Sosua experiment struggled. Submarine warfare in the Atlantic and the need to use Allied ships for troops and supplies made it possible to relocate only 50 or so refugees in the first year. Most of those who came initially were aged fifty or older, typical of German Jewry at this time. Some refugees wished to begin life again as Dominican farmers, but an equal number saw Sosua only as a place to wait until they could get a visa to enter the United States .. The land was not highly fertile and its drainage poor. The settlers needed a period of adjustment to the semi-tropical climate of the island. Tomatoes, the first crop chosen for commercial exploitation, proved unattractive to the local Dominican population. The colony appeared headed for disintegration.
James N. Rosenberg, head of DORSA, refused to let the experiment die: “Half the world lives now under the shadow of war, persecution, horror and death. … Now an open door of hope beckons. … We must carry this endeavor to accomplishment. … We dare not falter.” DORSA imported experts from kibbutzim in Palestine to teach the settlers communal agriculture. They helped design and build a communal meat processing plant and butter and cheese factory and recommended raising lemongrass for its oil, which is commercially used in perfume.. In October 1941, the Nazis cut off Jewish emigration from the territories they occupied in Europe. Sosua’s Jewish population peaked at about 500. By this point, DORSA had invested about $1 million in the project. After the war’s end, many Jews left for the U.S. or Israel. But many remained, developing the area for many years.
Adapted from: Lauren Levy: Dominican Republic Provides Sosua as a Haven for Jewish Refugees. Jewish Virtual Library.
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Inmigrantes a Sosúa/Immigrants to Sosúa
Van a Sosúa/They are going to Sosúa
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La Sosúa judía: vivienda, trabajo agrícola, escuela, clínica/ Jewish Sosúa: housing, agricultural work, school, clinic
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“Sosúa, a community born of pain and nurtured in love must, in the final analysis, represent the ultimate triumph of life.””Sosúa, una comunidad nacida del dolor y alimentada en el amor debe, en última instancia, representar el triunfo definitivo de la vida”.
Marcos Aguinis es un autor con amplia formación internacional en literatura, neurocirugía, psicoanálisis, artes e historia. “He viajado por el mundo, pero también he viajado por diferentes profesiones”. Aguinis nació en Córdoba, Argentina en 1935, hijo de inmigrantes judíos. Tenía siete años cuando llegó la noticia de que los nazis habían matado a su abuelo y al resto de su familia que se había quedado en Europa. Él describe esto como el momento fundamental de su vida, y uno que finalmente lo llevó a escribir en un esfuerzo por cerrar esa herida, para reparar el “mecanismo roto de la humanidad”. Publicó su primer libro en 1963 y desde entonces ha escrito trece novelas, catorce colecciones de ensayos, cuatro colecciones de cuentos y dos biografías. La mayoría de ellos se han convertido en bestsellers y han generado entusiasmo y controversia. El Sr. Aguinis fue el primer autor fuera de España en recibir el prestigioso Premio Planeta por su libro “La Cruz Invertida” y su novela superventas “Contra la Inquisición” ha sido traducida a varios idiomas y elogiada por el Premio Nobel Mario Vargas Llosa como “Conmovedor canto de libertad” ….
del sitio web de Marcos Aguinis
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Marcos Aguinis is an author with extensive international training in literature, neurosurgery, psychoanalysis, the arts, and history. “I have traveled the world, but I have also traveled by different professions.” Aguinis was born in Córdoba, Argentina in 1935, the son of Jewish immigrants. He was seven years old when the news came that the Nazis had killed his grandfather and the rest of his family who had remained in Europe. He describes this as the pivotal moment in his life, and one that ultimately led him to write in an effort to close that wound, to repair the “broken mechanism of humanity.” He published his first book in 1963 and since then he has written thirteen novels, fourteen essay collections, four short story collections, and two biographies. Most of them have become bestsellers and have generated excitement and controversy. Mr. Aguinis was the first author outside of Spain to receive the prestigious Planeta Prize for his book “The Inverted Cross” and his best-selling novel “Against the Inquisition” has been translated into several languages and praised by Nobel Prize winner Mario Vargas Llosa as a “moving song of freedom” ….
Mugre, piel y huesos, con los tobillos y las muñecas ulceradas, por los grilletes, Francisco es una braza que arde bajo los escombros. Los jueces miran con fastidio a ese esperpento: un incordio decididamente intolerable.
Hace diez año que lo han enterrado en las cárceles secretos. Lo sometieron a interrogatorios y privaciones. Lo enfrentaron con eruditos en sonoras controversias. Lo humillaron y amenazaron, pero Francisco Maldonado da Silva no cedió. Ni a los dolores físicos ni a las presiones espirituales. Los tenaces inquisidores sudan rabia porque no quieren enviarlo a la hoguera sin arrepentimiento ni temor.
Cuando seis años atrás el reo afectó un ayuno rebelde que casi lo disolvió en cadáver, los inquisidores ordenaron hacerle comer a la fuerza, darle vino y pasteles; no toleraban que ese gusano les arrebatarse la decisión de su fin. Francisco Maldonado da Silva tardó en recuperarse, pero logró demonstrar a sus verdugos que podía sufrir no menos que un santo.
En su maloliente mazmorra el estragado prisionero suele evocar su odisea, Nació en 1592, exactamente un siglo después de que los judíos fueron expulsados de España y Colón descubriera las Indias Occidentales. Vio la luz en el remoto oasis de Ibatín, en su casa predominaba el color pastel con manchones de azul. Luego se trasladó a Córdoba precipitadamente. Huían de una persecución que pronto les daría alcance. Navegó por tierras amenazadas: indios, pumas, ladrones, alucinantes salinas. Cuando cumplió nueve años, arrestaron a su padre en un desgarrador operativo. Un año después del hogar a su hermano mayor. Llegó a las once, y ya no quedaban en su vivienda bienes que no hubieran sido investigados y malvendidos por las implacables autoridades. Su madre, vencida, casi loca, se entregó a la muerte.
El llagado adolescente completó su educación en un convento: leía la Biblia y soñaba con una reparación aún inconfesable. Salvó a un apopléjico, cabalgó por los portentosas serranías de Córdoba y conoció las flagelaciones más absurdas.
Antes de cumplir dieciocho años decidió partir para Lima para graduarse de médico en la Universidad de San Marcos. Allí anhelaba re-encontrarse con su padre, todavía vivo ver baldado por las torturas de la Inquisición. Su viaje de miles de kilómetros en carretera y en mula lo llevó desde las infinitas pampas del Sur a la helada puna del Norte. Alternó con inesperadas acompañantes e hizo descubrimientos que le cambiaron la visión de su identidad. Descendió a la deslumbrante Lima, llamada Ciudad de los Reyes, para recibir la revelación final. Allí, además del encuentro dramático con su padre, conoció a Martín Porres, el primer santo negro de América, participó en las defensas de Callao contra el pirata holandés Spilpergen y se graduó en una brillante ceremonia.
La persecución, que había empezado en Ibatín y siguió en Córdoba, volvió a enardecerse en Lima. Decidió entonces embarcar hacia Chile: era un eterno fugitivo. Allí logró ser contratado como cirujano mayor del hospital de Santiago, porque era el primer profesional con títulos legítimos que llegaba al país. Su biblioteca personal superaba todas las colecciones existentes en conventos o reparticiones públicas. Visitó salones y palacios, alternó con autoridades civiles y religiosas, recibió halagos por su cultura. Y se casó con una hermosa mujer. Llegó a ser exitoso y apreciado; su bienestar reparaba la cadena de padecimientos anteriores.
Un hombre común no habría alterado esta situación. Pero en su espíritu llameaba un tizón inextinguible, un rebelión que ascendía desde los abismos. Sabía que otra gente, como él, deambulaba por el mundo sosteniendo sus creencias en secreto. Era difícil, conflictivo, indigno. Contra la lógica de la conveniencia, optó por quitarse la máscara y defender sus derechos de manera frontal. Hasta entonces había sido un hipócrita, un marrano.
Filthy, skin and bones, with his ankles and wrists ulcerated by the shackles. Francisco is a hot coal the burns under the rubble. The judges look with annoyance at that grotesque sight: a decidedly intolerable nuisance.
Ten years have passed since they have buried gun in the secret prisons. They submitted him to interrogations and privations. The confronted him with scholars in sonorous arguments. They humiliated and threatened him, but Francisco Maldonado da Silva did not give in. Neither the physical pains nor the spiritual pressures. The persistent inquisitors sweated rage because they didn’t want to send him to the stake without repentance or fear.
When, six years back, the prisoner affected a rebellious fast that almost dissolved him into a cadaver, the Inquisitors ordered that he be forcefully, giving him wine and cakes; they couldn’t tolerate that this worm snatch from them the decision of when he would die. Fernando Maldonado da Silva was slow to recuperate, but he was successful in demonstrating to executioners that could suffer no less than a saint.
In his ill-smelling dungeon, the ravaged prisoner continued to think about his odyssey, He was born in 1692, exactly a century after the Jews were expelled from Spain and Columbus discovered the West Indies. He was born in the remote oasis of Ibatín. In his house, pastel colors predominated with large blotches of blue. Then then the family hastily moved to Córdoba. They fled a persecution that quickly caught up with them. They navigated through threatening territories: Indians, pumas, thieves, saline hallucinations. When he turned nine, the arrested his father in a heartbreaking operation. A year later they removed his older brother by force from their home. They arrived at home at eleven, and in their dwelling, no longer remained things that had not been investigated and sold cheaply by the implacable authorities.
The suffering adolescent complete his education in a convent. He read the Bible and dreamed of a reparation not yet mentionable. He saved an apoplectic, he rode his horse through the marvelous mountains of Córdoba, and he encountered the most absurd flagellations.
Before he turned eighteen, he decided to leave for Lime to graduate as a physician from the University of San Marcos. He yearned to find his father, still alive, XXX crippled by the tortures of the Inquisition. His voyage of thousands by road and by mule carried him from the infinite pampas of the South to the frozen puna of the North. Hi mingled with unexpected companions and he made discoveries that changed his vision of his identity. He descended to the dazzling Lima, called the City of Kings, to receive the final revelation. There, besides the dramatic meeting with his father, he met Martín de Porres, the first black saint of the Americas, participated in the defense of Callao against the Dutch pirate and he graduated in a splendid ceremony
The persecution, that had begun in Ibatín and continued in Córdoba, blazed again in Lima. He then decided to embark for Chile: he was an eternal fugitive. There, he was able get a contract as the chief surgeon in the Santiago hospital, because he was the first professional with legitimate titles who arrived in the country. His personal library surpassed all the existing collections in convents or public distributions. He visited salons and palaces, socialized with civil and religious authorities, received praise for his culture. And he married a beautiful woman. He became successful and highly regarded; his wellbeing repaired the chain of earlier afflictions.
An average man would not have changed this arrangement. But his spirit burned in an inextinguishable ember a rebellion that ascended from the abysm, He knew that other people like himself wandered through the world, maintaining their beliefs in secret. It was difficult, unsettling, shameful. Against the logic of advantage, he opted to take off his mask and defend his rights in a head-on manner. Until then, he had been a hypocrite, a marrano.
Ana Vásquez-Bronfman fue una socióloga y escritora judía chilena. Exiliada del país durante la dictadura de 1973, se trasladó a París, donde trabajó como profesora e investigadora en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas. Gran parte de su obra literaria se centró en la herencia cultural de los judíos en la América Latina predominantemente católica, los efectos de la dictadura militar sobre los derechos humanos y los prejuicios raciales y el exilio. Su investigación evaluó la psicosociología de los niños y la sexualidad de las mujeres. Ganó un premio Nacional del Libro en Chile por su ficción y una medalla de bronce del Centro Nacional Francés de Investigaciones Científicas por su beca. Como escritora: ha publicado 6 novelas y varios cuentos, entre las cuales destacan: Abel Rodríguez y sus hermanos, 1981, Corazón Rebelde. 2002, 1985, en coautoría con su hijo Cacho Vásquez), Los búfalos, los jerarcas y la huesera. Mi amiga Chantal, 1991, Los mundos de Circe, 2000. Ganadora del premio del Consejo Nacional del Libro 1999; Las jaulas invisibles, 2002). Sus novelas y cuentos han sido traducidos y publicados en Francia, Alemania, Inglaterra y Holanda.
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Ana Vásquez-Bronfman was a Chilean Jewish sociologist and writer. Exiled from the country during the 1973 dictatorship, she moved to Paris, where she worked as a professor and researcher at the National Center for Scientific Research. Much of her literary work focused on the cultural heritage of Jews in predominantly Catholic Latin America, the effects of the military dictatorship on human rights and racial prejudice, and exile. Her research evaluated the psychosociology of children and the sexuality of women. She won a National Book Award in Chile for his fiction and a bronze medal from the French National Center for Scientific Research for his scholarship. As a writer: she has published 6 novels and several short stories, among which the following stand out: Abel Rodríguez and his brothers, 1981, Corazón Rebelde. 2002, 1985, co-authored with his son Cacho Vásquez), Los bufalos, los jerarcas y la huesera, Mi amiga Chantal, 1991, Los mundos de Circe ( 2000. Winner of the 1999 National Book Council Award; Las jaulas invisibles, 2002). His novels and short stories have been translated and published in France, Germany, England and the Netherlands.
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Sobre el “ser” judío
“Ser judía” tiene un significado, no en ninguna definición emblemática de ese “ser”, ni a ninguna adhesión religiosa ni ideológica. Yo vivo el “ser judía como una pregunta, como una búsqueda yo se replantea constantemente en función de las nuevas realidades que surgen y que a su vez provocan nuevos cuestionamientos. Si miro hacia atrás en mi memoria, me encuentro entre una secuencia de compromisos y de rupturas ideológicas, que la mayor parte de veces he vivido en estado de desgarramiento y a la vez asombro. . . como si nunca estuviera suficientemente y al la vez de asumir lo que me está sucediendo. Y lo que interpreto en un comienzo como mis incoherencias, aparece más tarde como la revelación de compromisos latentes y profundos que han estado siempre en mí, tejiendo un esqueleto de mi misma que surge como un imagen desconocida y a la vez verdadera. Al mismo tiempo, siento que mi camino no es solamente mío. Creo que mis padres, a su manera y bajo otras formas de expresión, ya habían iniciado muchas de estas rupturas, tal vez, al tratar de asumir mi judaicidad en este marco, sólo estoy continuando y avanzado en un proceso en que ellos, y muchos otros, ya se habían adentrado.
La vida de mi familia estuvo marcada por las persecuciones y por el encierro material y psicológico que significaba el ghetto. La más remota imagen que mi padre evoca de su propia memoria era un pogrom. A él que sentía tan ruso, le costaba sobreponerse a esa impresión de profundo desconcierto que tuvo cuando se dio cuenta de que eran los mismos rusos los que perseguían en él al judío. Frente al odio irracional y violento de los pogroms, eligieron irse. Hoy en día, esa inmigración se hubiera llamado exilio.
Si mis abuelos y padres tuvieron el valor de abandonar por siempre a los que amaban y el lugar donde habían nacido, si perdieran lo poco que tenía (que para ellos, que para ellos representaba mucho), fue porque imaginaban que atravesando el océano empezarían una nueva vida. América significaba salir de ghetto, no en un sentido metafórico sino como un proceso real y definitivo.
Para mis padres, el encierro, con todos tus matices, representaba el pasado; en su propio proyecto de abrir puertas y entrar en este siglo con plenos derechos. Aún adolescentes, ya deseaban hacer suyas las grandes ideas que orientaban al mundo occidental de su época.
Así, crecieron y se hicieron adultos impulsados por la creencia de que el progreso era irreversible. Puesto que, gracias al conocimiento (especialmente científico), la sociedad evolucionaba, “la religión”—todas las religiones—aparecía ante sus ojos como la materialización del primitivismo y la negación del progreso.
Mis padres, sus amigos, la gente que conocían, el entorno social, todos ellos se desprendieron de la religión como quien se libera de un freno para avanzar y aprender. En esa perspectiva, conservar los viejos rituales traídos de Rusia equivalía a perpetuar lo más retrogrado de propia herencia, las remanentes de un mundo acabado.
De esa manera el “ser judío” es algo impreciso, donde el Shabat se mezcla con el motze y las costumbres del ghetto con la religión, yo crecí sin oír hablar en idish, sin conocer a un rabino, sin saber que el mundo se dividía en id y en goy, convencida de que las berenjenas y el borscht eran tan chilenos como el vino y el choclo. Yo crecí imbuida de la fe que tenían mis padres en el progreso y en una ciencia por encima de toda sospecha.
Sin embargo, los hermosos ideales no sirven de protección contra la estupidez y desde pequeña, como le sucede a cualquier judío, me discriminaron por serio. Con una ingenuidad positivista, recibía el rechazo avergonzándome casi por aquellos que me insultaban, compadeciéndolos por su ignorancia. No tenía un marco teórico ni ideológico ofenderme, no conocí la historia de los judíos, ni los mitos y prejuicios en lo que a los judíos se refiere. El insulto duele y no se olvida. ¿Cómo hacer, me decía, para que nunca más suceda? Buscaba caminos, y encontré aquellos que estaba para ver ya asumir.
Al terminar el liceo, ya me había integrado en ese gran movimiento que definíamos como revolucionario. En aquella época, en el extremo sur de América, el comunismo encarnaba para nosotros la imagen de un mundo nuevo donde aboliríamos todas las discriminaciones. . .
En esos años de los compromisos absolutos, el texto de Sartre sobre la cuestión judía nos hizo, a muchos, el efecto de una bomba. Sartre discutía la permanencia de la identidad judía cuando se estaba construyendo el estado judío, planteando que si bien ese poderoso sentimiento de identidad había sido un elemento constitutivo de la Diáspora, cada judío se encontraba ahora una elección esencial y definitiva. Para Sartre, desde el momento en que existía un estado, el contenido de la identidad judía se transformaba, y cada judío debía elegir entre el nuevo estado de Israel o la asimilación.
Disyuntiva imposible que él planteaba desde su racionalidad exterior, pero que recibíamos con un impacto de lo que Sartre significaba para nosotros, precipitándonos en una desgarradora coherencia-incoherente. Nadie podía olvidar ni ignorar de donde venía, menos aún cuando empezaban a publicarse testimonios sobre los campos de exterminio, cristalizando en cada uno de nosotros una toma de conciencia progresiva e ineludible. . .
He vivido un destierro colectivo, donde estábamos conscientes del alcance político, donde cada individuo podía explicar la relación entre su exilio y la política del tirano. Un destierro donde re-invocábamos nuestras raíces chilenos, imaginando que viviríamos en el extranjero como un espacio sin medida ni valor, un especie de paréntesis cuyo cierre estaría marcado por el retorno.
Pero en sobre-impresión sobre este exilio compartido, yo percibía en mí voces antiguas, viejos relatos de otros destierros que ni siquiera tuvieron consciencia de serlo. Lentamente recuperaba imágenes desconocidos, mi tío huyendo a Estambul para embarcarse hacia cualquier lugar en el mundo donde quisieran XXXX, la vieja bobe de Kishiniev, rogándole a ese muchachito que era mi padre cuando partió, que se llevara el samovar de la familia. Volví a escuchar esas recomendaciones con que me martillaban los oídos cuando era chica, esa insistencia para que aprendiera idiomas, esos tíos que daban consejos sin que sin que se los pidiera, repitiendo que más vale un diploma que una casa o un negocio, porque el diploma viaja con uno, y entendí esos mensajes que antes encontraba ridículos como la mejor herencia de los que han tenido huyendo.
Al mismo tiempo que iba descubriendo esa sabiduría de Diáspora, los mitos que estructuraban nuestro proyecto de sociedad terminaron por derrumbarse, arrastrando consigo los modelos, las utopías e incluso el sentido de retorno.. . .En esta encrucijada, mi trayectoria personal se deslinda buscando caminos propios. . .Escribir ha sido unos de ellos, un camino para entender y explicar(se). . .
En el ámbito social donde yo vivo, el definir como judío implica una definición frente al Estado de Israel. En Europa, ninguna persona que ha nacido y vive en un país se siente obligada a delimitarse frente a la política de su gobierno. Ser judío y vivir en cualquier lugar del mundo que no sea Israel, exige una definición constante de las propias opciones frente a ese estado. Existe una extraña alquimia que nos hace sentirnos responsables por cada niño palestino que muere en la intifada y avergonzarnos por los bravatas de un rabino racista. No sé si son muchos de los judíos de la Diáspora que se enreden en esta absurda gimnasia retórica, y sospecho cada vez más que hay una trampa en la naturaleza de este compromiso social que nos despoja de capacidad crítica. De todas maneras, desde aquí y en el ahora, para mí ser judía implica también esta mala conciencia que a veces se transforma su sufrimiento cuando son los nuestros los que protagonizan los crímenes racistas.
Por último, ser judío es saber que uno siempre será una víctima potencial del racismo. . .[A] comienzos de mayo, la televisión mostró las imágenes de un cementerio judío profanado. Era aquí, en el sur de Francia, en Carpentras. Entonces súbitamente nos dimos cuenta que la violencia solapada y anónima estaba también entre nosotros. Uno se siente poseído por un miedo insensato, quisiera huir inmediatamente, adonde sea. Pero no era sola yo, la extranjera, que creía atrapada en una pesadilla, mis amigos franceses sentían ese mismo reflejo de perseguidos.
No estábamos solos, sin embargo, y en algunas horas, la protesta surgió y creció en toda Francia como una marea. En París, una gigantesca manifestación, de la Plaza de la República a la Bastilla, llenó las calles con un silencio grave y decidido. Los miles y miles de personas, que afluían sin banderolas partidarias, marchaban la decisión de los franceses de impedir que desarrolle el anti-semitismo.
Y en ese preciso momento, en que la reacción espontánea nos sobrecogía y nos llenaba de orgullo, en distintas puntos de la gran Plaza, los grupos judíos más reaccionarias desplegaron las banderas de Israel y empezaron a distribuir sus símbolos, tratando de darle a esa manifestación multitudinaria un carácter exclusivo y militante que no tenía. Yo estaba con un grupo de amigos que no son judíos, que se habían movilizado porque sentían el antisemitismo de Carpentras como un afrenta a su propia integridad de personas. En la urgencia del momento y en la simultaneidad de los protagonistas, pude ver el desconcierto en sus rostros, ¿a quien estaban defendiendo y qué estaban justificando?
Y yo, que me sentía visceralmente comprometida, también me detuve a preguntarme qué luchas estaba asumiendo y qué políticas apoyaba en la espontaneidad de mi protesta.
¿Dónde se amarran mis identificaciones cuando, para mí, ser judía no se apoya en una religión en la que no creo, ni en la preservación de las tradiciones que no comparto? ¿Cómo se explica este sentimiento, que de todas maneras existe y me define?. . . Quizás esos interrogantes y esta búsqueda ansiosa e insistente constituyen la trama en que se teje mi manera personal de “ser judía”.
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Ana Luisa (Nicha) Bronfman-Weinstein(Ana Vásquez-Bronfman )
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On “Being” Jewish
“Being” Jewish” has a meaning, not in any emblematic definition to that “being,” nor in any religious or ideological adhesion. I live “being Jewish” as a question, as a search that I constantly pose again in function of the near realities that come up and that in turn provoke new questioning. If I look backwards in my memory, I find myself among a new set of compromises and ideological ruptures, that most of the time I have lived in a state of upheaval and sometimes amazement, as if I was never capable and at the same time had to accept responsibility for what was happening to me. And what I interpret in a beginning as my own incoherencies, appears later as the revelation of the latent and profound compromises that have always been in me, weaving a skeleton of myself that appears like an unknown and at the same time true image. At the same time, I feel that my way is not only mine. I believe that my parents, in their own way and under other forms of expression, many of these ruptures had already initiated, perhaps, when trying to take on Jewishness in this form, I am only continuing and advancing in a process in which they, and many more had already entered.
My family’s life was marked by the persecutions and by the material and psychological enclosure that the ghetto signified. My father’s earliest image that my father evokes from his own memory was a pogrom. To him, who felt so Russian, it was hard for him to impose over that impression of profound bewilderedness that he had when he realized that it was the same Russians that persecuted him and the Jews. Facing the irrational and violent nature of the pogroms, the chose to leave. These days, that kind immigration would be called exile.
If my grandparents and parents had the courage to leave forever those they loved and the place where they had been born, if the lost the little they had (and for them it represented a great deal), it was because they imagined that crossing the ocean, they would begin a new life. America meant leaving the ghetto, not in a metaphoric sense, but in a real and definitive process. For my parents, the closing in, all the aspects, represented the past, in their own project to open doors and enter this century with full rights. Still adolescents, they had already decided to make theirs the great ideas that oriented the western world during their times.
So, they grew up and became adults impelled by the belief that progress was irreversible. Since, thanks to knowledge (especially scientific) the society was evolving, “the religion”–all the religions—seemed to be in their eyes the materialization of primitivism and the negation of progress.
My parents, their friends, the people they knew, their social circle, all of them untied themselves from religion like someone who frees himself from a brake to advancing and learning. In that perspective, to conserve the old rituals brought from Russia, equaled the perpetualizatión of the most retrograde of their own inheritance, the remnants of a world that was over.
Nevertheless, the beautiful ideals don’t serve as any protection against stupidity, and from the time I was little, as happens to any Jew, I was seriously discriminated against. With a positivist ingenuousness, I received the rejections by being almost ashamed for those who insulted me. I didn’t have any theoretic or ideological framework to orient me, I didn’t know the history of the Jews nor the myths and prejudices that referred to the Jews. The insult hurts and isn’t forgotten. “What can I do”, would say to myself, so that it would never happen again?” I searched for pathways, and I found those that were already available.
On finishing high school, I had already joined that great movement that we defined as revolutionary. In that period, in the extreme south of America, Communism embodied for us the image of a new world where we would abolish all types of discrimination. . .
In those years of absolute commitment, Sartre’s text about the Jewish question had for us, many of us, the effect of a bomb. Sartre discussed the permanence of Jewish identity when the Jewish state was being constructed, arguing that if that strong sense of identity had been a constitutive element in the Diaspora, every Jew now was finding himself the need for an essential and definitive choice.
For Sartre, since the moment in which a state existed, the content of Jewish identity was transformed, and every Jew ought to choose between the new state of Israel or assimilation, an impossible dilemma that he posed from his rationality outside of the situation, but that we received with an impact that Sartre signified for us, precipitating us int a heart-wrenching incoherent-coherence. Nobody could forget or not know from where he came, even less when they began to publish testimonies about the extermination camps, crystalizing in each a progressive and ineludible force.
I have lived through a collective exile, where we were conscious of its political significance, where each individual could explain the relationship between his exile and the politics of the tyrant. An exile where we re-vindicated our Chilean roots, imagining that we would live abroad as a space without measure or value, a type of parenthesis whose end would be marked by return.
But placed over this collective exile, I perceived in myself ancient voices, old stories of other exiles, that weren’t even seen as such. Slowly, I recuperated unknown images, my uncle fleeing to Istambul to embark on ship that would take him to any country that would accept him, the old grandmother from Kishniev, begging that boy who was my father to carry with him the family’s samovar. I heard once more those recommendations they hammered into my ear when I was a little girl, that insistence on learning languages, those uncles who gave advice without being asked, repeating that a diploma was more important than a house or a business, because the diploma travels with you, and I understood those messages that I had before found ridiculous as the greatest inheritance who have had to flee.
Finally, to be Jewish is to know that you will always be the potential victim of racism…In the beginning of May, the images of a profaned Jewish cemetery were shown on television. It happened here, the south of France, in Carpentras. Then, suddenly, we realized that the underhanded and anonymous violence was also among us. You felt possessed by a senseless fear, wishing to flee immediately, to wherever it might be. But it wasn’t only me, the foreigner, who felt trapped in a nightmare, my French friend felt that same reflex of being persecuted.
In the social sphere where I live, defining oneself as Jewish implies a definition in relation to the State of Israel. In Europe no person who was born and lives in a country feels the need to delimit himself by the politics of his government. To be Jewish in any place in this world other than Israel, requires a constant redefinition one’s own options relevant to that state. A strange alchemy exists that makes us feel responsible for each Palestinian child who dies in the Intifada and feel ashamed for the threats of a racist rabbi. I don’t know if there are many Jews in the Diaspora who get involved in that absurd rhetorical gymnastics and more and more I suspect that every time there is a trap in this social compromise that strips us of our critical capacity.
We weren’t alone, though, and in a few hours, the protest surged and grew on all of France like a tide. In Paris, a gigantic protest march, from the Place de la Republique to the Bastille, filled the streets with a grave and resolute silence. The thousands and thousands of people who crowded together without party banners, marched for the decision of the French to impede the rise of anti-Semitism.
And at that precise moment, when the spontaneous reaction startled and filled us with pride, in distinct parts if the great Plaza, the most reactionary Jewish groups unfurled Israeli flags and began to distribute its symbols, trying to give that multitudinous protest an exclusive and militant character that it didn’t have. I was with a group of friends who aren’t Jews, who had come out because the felt the anti-Semitism in Carpentras as an affront to their own integrity. In the urgency of the moment and the simultaneity of the protagonist, I could see the upset in their faces: who were they defending and what were they justifying?
And I, who felt myself viscerally committed, I also stopped to ask myself which fights I was taking on and which politics I was supported in the spontaneity of my protest.
Where do I tether my identifications when, for me, being Jewish doesn’t depend on a religion in which I don’t believe, or in the preservations of the traditions that I don’t share? How do I explain this feeling, that in all ways exists and defines me?. . .Perhaps those questions and this anxious and insistent search constitute the plot in which is woven my personal way of “being Jewish.”
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Libros de Ana Vásquez-Bronfman/Books by Ana Vásquez-Bronfman
Stella Sidinació en Sofía, Bulgaria, junto a sus padres iniciaron un éxodo por la persecución nazi, un largo viaje hasta Buenos Aires. Argentina, donde tenían parientes.
Allí se establecieron. Através de un cuaderno, bitácora de viaje de su mamá se generó una gran muestra sobre la epopeya familiar, en Argentina y en Bulgaria, auspiciada por la Vice-presidente de su país de nacimiento (2016/2019)
Estudió en las Escuelas Nacionales de Bellas ARTES obteniendo el título de profesora. Completó sus estudios con diferentes seminarios. Coordina su estudio de enseñanza artística desde el año 1983. Participó en numerosas Ferias Nacionales e Internacionales. Concursó en gran cantidad de Salones Nacionales e Internacionales, también por Internet. Integró muchas muestras colectivas en el país y el exterior. Obtuvo 20 Premios. Columnista de Artes Plásticas desde 1995. A partir de 1999 dirige y produce su propio programa dedicado a las Artes Visuales. Actualmente en www.conexionabierta.com.ar, sábados de 4 a 5 pm hora argentina.
Stella Sidi was born in Sofia, Bulgaria, together with her family, made an exodus from Nazi persecution and a long voyage to Buenos Aires. Argentina, where they had relatives.
They settled there. Through a notebook, the travel diary of her mother, a great exhibition was created about the family epic, in Argentina and in Bulgaria, sponsored by the vice president of his country of birth (2016/2019)
She studied at the National Schools of Fine Arts obtaining the title of teacher. She completed her studies with different seminars. Since 1983, She has coordinated her workshop for art study since 1983. She participated in numerous National and International Art Fairs. She participated in a large number of National and International Salons and also online.She joined many group exhibitions in the country and abroad. She obtained 20 Awards.Stella Sidi has been an Arts Columnist since 1995. Since 1999 he directs and produces her own program dedicated to the Visual Arts. Currently at www.conexionabierta.com.ar , Saturdays from 4 to 5 pm Argentine time.
Con motivo del 90 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Bulgaria y Argentina por invitación del Instituto Estatal de Cultura al Ministro de Relaciones Exteriores Fondo Nacional de Endowion “13 Siglos Bulgaria” presenta la exposición “Tour del Mundo por 270 Días” de Stella Sidi en el Ministerio de Relaciones Exteriores. La exposición forma parte de la colección de NDF “13 Siglos Bulgaria”. Se presenta por primera vez en 2019 bajo el patrocinio de la Sra. Iliana Yotova, Vicepresidenta de la República de Bulgaria, en el Salón “Prof. Dr.Sc.(Econ.) Vasil Gerov” del Fondo.
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On the occasion of the 90th anniversary of the establishment of diplomatic relations between Bulgaria and Argentina at the invitation of the State Institute of Culture to the Minister of Foreign Affairs National Endowion Fund “13 Centuries Bulgaria” presents the exhibition “World Tour for 270 Days” by Stella Sidi in the Ministry of Foreign Relations. The exhibition is part of the NDF collection “13 Centuries Bulgaria”. It is presented for the first time in 2019 under the patronage of Ms Iliana Yotova, Vice President of the Republic of Bulgaria, in the “Prof. Dr.Sc. (Econ.) Vasil Gerov” Hall of the Fund.
La vuelta al mundo en 270 días/Around the World in 270 Days — Libro de artista/Artist’s Book
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Proyecto de valorización de la memoria vivida y recreada con el presente en forma cinematográfica, mixturando soportes,técnicas, hechos y palabras no lineales. Un cuaderno, bitácora de viaje escrito en francés, del viaje de 9 meses de Sofía (Bulgaria) a Buenos Aires que realicé junto a mis padres en época de crisis causada por la guerra mundial, es el disparador. bordamos países como Turquía, Irán, Irak, India, China Japón, Hawaii, Estados Unidos. Atravesamos desiertos, mares, en barcos colmados de soldados, transcurriendo días en distintos puertos hasta conseguir nuevos destinos, sin pasajes definitivos. El viaje fué concebido a través del océano Pacífico y no del Atlántico. . . Una aventura emprendida con ansias de arribar a un destino seguro y esperanzador. Un reconocimiento al país cobijador,Argentina, y sobre todo revalorizar una epopeya moderna desde un objetivo simple como vivir en paz.
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A project of that valued the lived and recreated memory and with the present in cinematographic form, mixing supports, techniques, words and words in linear format. A notebook, a travel booklet written in French, of a 9-month trip from Sofia, Bulgaria to Buenos Aires, held together by my parents during the crisis caused by the World War, is the trigger. We touch on countries like Turkey, Iran, Irak, India, China Japan, Hawaii, United States. We cross deserts, seas, in the thatched boats of soldiers, spending days in different ports until we reach new destinations, without definitive passages. The journey was conceived across the Pacific Ocean, and not in the Atlantic. . . An adventure undertaken with the desire to arrive at a safe and hopeful destiny. A recognition of the coveted country, Argentina, and above all, giving new value to a modern epic from a simple objective like living in peace.
Simja Sneh nació en 1908, en la pequeña ciudad de Pulawy, en la región de Lublin, en el seno de una familia tradicionalista. Su padre, Menajem (Mendel) era relojero y su madre, Taube, bordadora. Tenía dos hermanas mayores, Dora y Nina, y dos hermanos menores, Isroel y Mordje. De pequeño, cursó estudios judaicos con melamdim (maestros particulares) de diversos niveles y principalmente con su tío, Itzjok Weintraub, hombre muy versado en literatura tanto hebrea e ídish como clásica y universal. Hizo su bachillerato en el gimnazjum (colegio secundario) «Príncipe Czartoryski», donde regía el numerus clausus, cláusula que limitaba el número de judíos admitidos. Completó estudios de historia y filosofía en la Universidad Libre de Varsovia (Wschejnitsa), trabajando al mismo tiempo como representante de una fábrica de papel, mientras militaba en el Partido Obrero Polaco Socialista (PPS) y se dedicaba al periodismo, tanto en ídish como en polaco. Su primer artículo, «Sobre el Teatro Popular y Obrero», fue publicado en el órgano de la PPS, Robotnik (El Obrero) en 1936. Desarrolló actividades en grupos de teatro obrero, como «TES» y otros conjuntos similares, escribiendo reseñas para la prensa socialista polaca.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, Sneh retornó de Varsovia –donde residía en ese momento- a su pueblo natal, donde permaneció por poco tiempo. No logró convencer a sus familiares de que la única manera de salvar la vida era huir a la zona ocupada por los soviéticos. Finalmente, partieron sólo él y sus dos hermanos, ya que la familia suponía que los únicos que estaban en riesgo eran los hombres jóvenes, en edad militar. En la zona soviética, alentado por las autoridades –que prometían que quienes trabajaran en las minas de carbón podrían traer a sus familiares–, trabaja como minero en la cuenca del Don, en las minas Stalino y Novochaikino. En 1941, al estallar la guerra entre la Alemania nazi y la URSS, Sneh –quien había hecho su servicio militar en el ejército polaco de preguerra–, fue incorporado –como sargento-enfermero (combatientes que también colaboraban en la evacuación de los heridos)– al Ejército Rojo, con el que se adentró en la URSS. Combatió en el frente sur y fue herido en la región de Dniepropietrovsk. Una vez recuperado, fue incorporado, nuevamente, a las filas. Por entonces, Stalin ordenó dar de baja a todos los combatientes que, hasta el año 1939, no hubieran sido ciudadanos soviéticos. Desmovilizado en la región de Rostov, Sneh viajó a Tashkent (Uzbekistán) y trabajó por un tiempo en un koljoz, contador-ayudante. Luego viajó a la ciudad de Guzar, donde fue incorporado al Ejército Polaco comandado por el general Anders. Al cabo de un tiempo, dicho ejército abandonó la URSS y se trasladó a una base cercana a Teherán (Persia) y, posteriormente, a la base de Habanía, a unos veinte kilómetros al este de Bagdad. La formación fue más tarde trasladada a Eretz Israel, donde las organizaciones judías tomaron contacto con los soldados judíos, instándolos a quedarse en el país, a lo que la mayor parte respondió positivamente. Sneh trabajó durante un período en el kibutz Kfar Guiladi, pero su objetivo era ingresar como voluntario a la Brigada Judía (en hebreo «Jativá Yehudit Lojemet»–»Jai’l”) del Ejército Británico y volver al frente en Europa, cosa que logró. Para ello debió cambiar sus documentos, cambiando su antiguo nombre –Simja Itzjok Rozenblat– por Simja Sneh. Al cabo de un breve entrenamiento, la Brigada partió rumbo a Italia, donde tomó parte en acciones militares y, luego, sirvió en el Norte italiano, Holanda, Bélgica y Francia.A causa de una dolencia, Sneh es enviado a un hospital en Londres, donde fue operado. Mientras tanto, la Brigada fue reintegrada a Eretz Israel. Durante su convalecencia, Sneh fue enterándose, por cartas recibidas, de la aniquilación de toda su familia. Al mismo tiempo recibió una carta de un amigo de preguerra, residente en la Argentina, José Lenger z’l, quien lo invitaba a visitar este país.
En 1947, Sneh llegó a la Argentina luego de su desmovilización en Londres –donde, en 1946, publicó su primera novela, Oif fremde vegn (Por caminos extraños)– y trabajó en el diario ídish Di Presse. Al mismo tiempo, conservó la corresponsalía del diario ídish londinense Di Zait. En 1948, publicó en Buenos Aires Bleter oifn vint (Hojas al viento, poemas, ed. Ikuf); en 1957 Dos gueshrei in der Najt (El grito en la noche, obra teatral, ed. Undzervort) y en 1977, El pan y la sangre (cuentos, ed. Sudamericana, 2a. Ed. 1987) que recibió la Faja de Honor de la SADE y el premio Fernando Jeno, de México. Asimismo, publicó en la Biblioteca Popular Judía en castellano (Cuadernos del Congreso Judío Latinoamericano) ensayos como Shmuel Yosef Agnón (1967), Historia de un exterminio y Breve historia del ídish (1976).También realizó una vasta tarea de traducción, vertiendo al castellano obras del ruso y del ídish, como el Samizdat judio, (traducción, recopilación, selección y ensayo introductorio, Comité argentino para el estudio de la minoría judía en la U.R.S.S., Buenos Aires, 1977), La rapsodia de Lvov, Esto es un asesinato, de M. Frenkel (cuentos, Bs. As., Milá, 1987), Territorio sordo, de Josef Okrutny (novela, Bs. As., Milá, 1992) y Pájaros nocturnos, poemas de Itzik Manguer (traducción, selección y ensayo introductorio; prólogo de Ernesto Sábato, Bs. As., AMIA, 1975). En Israel, Sneh publicó varios de sus cuentos en hebreo en los periódicos Davar, Maariv, Al HaMishmar y otros órganos de prensa. Fue director de la revista ídish de la Agencia Judía, Folk un Tzion y colaboró con la revista literaria Ierushalaimer Almanaj. Su labor como periodista no fue menos profusa. En 1961, juntamente con Aharon Yurkevich z’l, fundó, en Buenos Aires, la primera revista judía literaria bilingüe (ídish-castellano), Alef, en la que colaboraban destacados escritores en ambos idiomas. En el otoño de 1968, creó y dirigió Raíces–La revista judía para el hombre de nuestro tiempo, que adquirió rápida notoriedad y gran difusión, con tiradas de hasta 20.000 ejemplares. Entre los colaboradores se contaban Ernesto Sábato, Marco Denevi, José Isaacson, Leopoldo Marechal, Bernardo Kordon, Germán García, Alicia Dujovne Ortíz y muchos otros. Sneh publicó ensayos y cuentos en La Nación, La Prensa y Clarín. Como funcionario de AMIA, fundó la revista Comunidad. Algunos de sus trabajos fueron traducidos al inglés, al portugués y al hebreo. Colaboró muchos años con el semanario Mundo Israelita, con su columna “A mi manera de ver”, para la que escribió más de 1.000 colaboraciones. Como docente ocupó la cátedra de literatura ídish en la Midrashá (Casa de altos estudios) y fue profesor de la misma materia en varias escuelas de la red escolar judía. Como conferencista se especializó en temática literaria judía y, principalmente, en literatura ídish en diversos países europeos y americanos. Otro tema de su preferencia era la influencia de la Cábala sobre las letras judías en varios idiomas.
Simja Sneh –que se retiró de la Embajada de Israel en Buenos Aires 20 minutos antes de que la volaran el 17 de marzo de 1992 y salió caminando del edificio derrumbado de AMIA el 18 de julio de 1994– gustaba decir que la muerte y él tenían un largo romance: “Viene… me toca el hombro… me quiere seducir, me amenaza…, pero siempre se va derrotada”. Sin embargo, llegó el día en que, en Buenos Aires, cansado quizás, pero no derrotado, Sneh se dejó seducir en 1999.
Adaptado de: Perla Sneh. Simja Sneh en Los crímenes de Moísesville, 30 de abril, 2016. Perla Sneh, filósofa e historiadora y escritora, es la hija de Simja Sneh.
Simja Sneh was born in 1908, in the small town of Pulawy, in the Lublin region, into a traditionalist family. His father, Menachem (Mendel) was a watchmaker and his mother, Taube, an embroiderer. He had two older sisters, Dora and Nina, and two younger brothers, Isroel and Mordje. As a child, he studied Judaic studies with melamdim (private teachers) of various levels and mainly with his uncle, Itzjok Weintraub, a man well versed in both Hebrew and Yiddish as well as classical and universal literature. He did his baccalaureate at the gimnazjum (secondary school) “Prince Czartoryski”, where the numerus clausus governed, a clause that limited the number of Jews admitted. He completed studies in history and philosophy at the Free University of Warsaw (Wschejnitsa), working at the same time as a representative of a paper factory, while he was a member of the Polish Socialist Workers’ Party (PPS) and engaged in journalism, both in Yiddish and in Yiddish. Polish. His first article, “On the Popular and Worker Theater”, was published in the PPS organ, Robotnik (The Worker) in 1936. He developed activities in workers’ theater groups, such as “TES” and other similar groups, writing reviews for the Polish socialist press.
At the outbreak of World War II, Sneh returned from Warsaw – where he was residing at that time – to his hometown, where he remained for a short time. He failed to convince his relatives that the only way to save his life was to flee to the Soviet-occupied area. Finally, only he and his two brothers left, since the family assumed that the only ones at risk were young men of military age. In the Soviet zone, encouraged by the authorities – who promised that those who worked in the coal mines could bring their relatives – he works as a miner in the Don basin, in the Stalino and Novochaikino mines. In 1941, at the outbreak of the war between Nazi Germany and the USSR, Sneh – who had done his military service in the prewar Polish army – was recruited – as a sergeant-nurse (combatants who also collaborated in the evacuation of the wounded) – to the Red Army, with which he entered the USSR. He fought on the southern front and was wounded in the Dnipropietrovsk region. Once recovered, he was incorporated, again, to the ranks. At that time, Stalin ordered the discharge of all combatants who, until 1939, had not been Soviet citizens. Demobilized in the Rostov region, Sneh traveled to Tashkent (Uzbekistan) and worked for a time in a kolkhoz, accountant-assistant. Then he traveled to the city of Guzar, where he was incorporated into the Polish Army commanded by General Anders. After a time, this army left the USSR and moved to a base near Tehran (Persia) and, later, to the base in Habania, some twenty kilometers east of Baghdad. The formation was later transferred to Eretz Israel, where Jewish organizations made contact with Jewish soldiers, urging them to stay in the country, to which most responded positively. Sneh worked for a period at the Kfar Guiladi kibbutz, but his goal was to volunteer for the British Army’s Jewish Brigade (in Hebrew “Khativá Yehudit Lochemet” – “Jai’l”) and return to the front line in Europe, which he achieved . To do this, he had to change his documents, changing his old name – Simja Itzjok Rozenblat – to Simja Sneh. After a brief training, the Brigade left for Italy, where it took part in military actions and, later, served in the Italian North, Holland, Belgium and France. Due to an ailment, Sneh is sent to a hospital in London, where he underwent surgery. Meanwhile, the Brigade was reinstated to Eretz Israel. During his convalescence, Sneh learned, through letters received, of the annihilation of his entire family. At the same time he received a letter from a prewar friend, living in Argentina, José Lenger z’l, who invited him to visit this country.
In 1947, Sneh arrived in Argentina after his demobilization in London – where, in 1946, he published his first novel, Oif fremde vegn (On Strange Roads) – and worked for the Yiddish newspaper Di Presse. At the same time, he kept the correspondent for the London Yiddish daily Di Zait. In 1948, published in Buenos Aires Bleter oifn vint (Leaves in the wind, poems, ed. Ikuf); in 1957 Two guesshrei in der Najt (The scream in the night, play, ed. Undzervort) and in 1977, The bread and blood (short stories, ed. Sudamericana, 2nd. Ed. 1987) who received the Belt of Honor from the SADE and the Fernando Jeno award, from Mexico. Likewise, he published essays such as Shmuel Yosef Agnón (1967), Historia de un exterminio and Breve historia del Ydish (1976) in the Jewish Popular Library in Spanish (Notebooks of the Latin American Jewish Congress). Russian and Yiddish works, such as the Jewish Samizdat, (translation, compilation, selection and introductory essay, Argentine Committee for the Study of the Jewish Minority in the USSR, Buenos Aires, 1977), The Lvov Rhapsody, This is a Murder , by M. Frenkel (short stories, Bs. As., Milá, 1987), Territorio sordo, by Josef Okrutny (novel, Bs. As., Milá, 1992) and Nocturnal birds, poems by Itzik Manguer (translation, selection and essay introductory; foreword by Ernesto Sábato, Bs. As., AMIA, 1975). In Israel, Sneh published several of his stories in Hebrew in the newspapers Davar, Maariv, Al HaMishmar and other press organs. He was editor of the Yiddish magazine of the Jewish Agency, Folk un Tzion and contributed to the literary magazine Ierushalaimer Almanaj. His work as a journalist was no less profuse. In 1961, together with Aharon Yurkevich z’l, in Buenos Aires, the first bilingual Jewish literary magazine (Yiddish-Spanish), Alef, in which prominent writers in both languages collaborated. In the fall of 1968, he created and directed Roots – The Jewish magazine for the man of our time, which gained rapid notoriety and wide circulation, with runs of up to 20,000 copies. Among the collaborators were Ernesto Sábato, Marco Denevi, José Isaacson, Leopoldo Marechal, Bernardo Kordon, Germán García, Alicia Dujovne Ortíz and many others. Sneh published essays and stories in La Nación, La Prensa and Clarín. As an AMIA official, he founded Comunidad magazine. Some of his works were translated into English, Portuguese and Hebrew. He collaborated for many years with the weekly Mundo Israelita, with his column “A mi modo de ver”, for which he wrote more than 1,000 collaborations. As a teacher he held the chair of Yiddish literature at the Midrashá (House of Higher Studies) and was a teacher of the same subject in several schools of the Jewish school network. As a lecturer he specialized in Jewish literary themes and, mainly, in Yiddish literature in various European and American countries. Another topic of his preference was the influence of the Kabbalah on Jewish letters in various languages
Simja Sneh – who left the Israeli Embassy in Buenos Aires 20 minutes before she was blown up on March 17, 1992 and walked out of the collapsed AMIA building on July 18, 1994 – liked to say that death and he had a long romance: “He comes … he touches my shoulder … he wants to seduce me, he threatens me … but he always leaves defeated”. However, the day came when, in Buenos Aires, tired perhaps, but not defeated, Sneh allowed himself to be seduced in 1999.
Adapted from: Perla Sneh, Simja Sneh. el blog Los crímenes de Moísesville, April 30, 2016. Perla Sneh, philosopher, historian and writer, is the daughter of Simja Sneh.
De:/From: Simja Sneh. El pan y la sangre. Buenos Aires, Sudamericana, 1977, 151-9.
Simja Sneh. El pan y la sangre. Buenos Aires: Sudamericana, segunda edición, 1986, 151-158.
“LA SEXTA PUNTA” – Fragmento de un cuento
Fue entonces cuando resonó el estampido de un tiro de cerca, muy cerca. Scharik apartó la cantimplora de su boca y nos miró con ojos ampliamente abiertos, llenos de asombro. No hubo miedo ni horror en esta mirada, asombro solamente. Esto duró solo un momento pero se prolongaba por eternidades. De pronto se le doblaron las rodillas; la cantimplora se deslizó de las manos y él mismo cayó cuan largo era, boca abajo, sin emitiré siquiera un grito. Nos incorporamos rápidamente. Scharik había volcado las ollas. Las papas redaban mezclándose con la arena. En el verde amarillento líquido de la sopa se enhebraron rojos hilitos de sangre, que brotaban de la nuca de Scharik.
Sentía que me estaba ahogando por el ataque de ira que invadía mi pecho. Subí sin siquiera esperar la orden de Spilnichenko, al camión y empuñé la ametralladora, que se tornó salvaje y comenzó a vomitar fuego contra las casuchas cercanas. El tableteo de la ametralladora enloquecida resonaba en medio de un silencio extraño y aterrador. Sólo de vez en cuando se oía el estallido de vidrios rotos. Lipkin bajó del camión con su mochila de vendas. Las campanas de la iglesia dejaron oír su doblar resonante y quejumbroso. Me di vuelta. Spilnechenko con Antón estaban teniendo a Scharik sobre una frazada, encima del camión, cerca del anciano judío, que no gemía más. El cuello de Schrik estaba envuelto en una venda gruesa, a través de la cual se extendían rápidamente, como flores, manchas de un color rojo claro
–No vive—dijo Lipkin–, está muerto.
–Lo sabía tan pronto cayó—le respondió Spilnichencko.
Antón levantó la tabla trasera del camión y metió las clavijas; se introdujo en la cabina y puso en marcha el motor. Spilnichenko sacó de su mochila una granada y puso en marcha y con sus manos y furiosos dientes mordió y escupió el alambre de seguro.
–¡Adelante! – le gritó a Antón–, volvemos por el mismo camino al bosque. Y tú, Zajarov—se dio vuelta hacia mí–¿qué estás haciendo al lado de la ametralladora como un estúpido? ¡Fuego contra todo y contra todos! ¡Mételes, en todas las casas, en todas las puertas, en todas las ventanas! ¡Lipkin, ayúdale, alcánzale los cartuchos.
La aldea seguía sumida en silencio. No pudimos saber de qué casucha salió la bala siniestra y traidor. Pero sabíamos que la muerte estaba al acecho detrás de cada portón. Spilnichenko de pronto lanzó la granada sobre un techo de paja. Saltaron chispas en medio de humo negro, pero pronto comenzaron a lamer el techo serpientes de llamas amarillento-rojizas. De nuevo se dejó oír al doblar quejumbroso de las campanas. Algunas puertas se abrieron y la gente salió a la calle, corría tras el camión; ninguno estaba armado, pero uno que otro empuñaba una guadaña o tridente. La furia me había abandonado y abrí fuego por encima de sus cabezas. Lipkin me arrimaba las cintas con los cartuchos, pero callaba empecinadamente. Lo miré de reojo y vi lágrimas en sus ojos.
El bosque nos recibió acogedor y nos acariciaba con su sombra. El camión tortajeaba pero todos nosotros estábamos sumidos en un silencio lleno de espanto. El fuerte aroma de los pinos penetraba en las narices. De pronto el camión se detuvo y oímos la voz de Spilinchenko:
–Aquí lo sepultaremos—dijo.
Cavábamos una fosa turnándonos porque teníamos solamente dos palas que encontramos en la caja de los herimientos. El suelo del bosque era blanda y arenoso. La fosa iba abriéndose silenciosa y acogedora, como una madre después de una larga espera. Pequeños gusanitos se estremecían bajo los tajos de las palas. Spilichenko nos apuraba; quería salir a la carretera lo más rápido posible. Pero cuando la fosa ya estaba lista, Lipkin, sin pronunciar una sola palabra, comenzó a cavar otra
–Y esto, ¿para qué es? – preguntó Spilichanko.
Yo sí sabía por qué. Ya antes había advertido que el anciano judío, al que llevábamos en el camión, estaba muerto. Tal vez estaba muerto ya entonces, cuando lo subimos al camión. ¿Quién sabe?
Al Spilinichenko le dije solamente “Déjalo” y empecé a ayudar a Lipkin. Después vino Antón a relevarme, pero Lipkin no quiso que nadie los relevara. Seguía cavando con una saña impetuosa, obstinadamente, con una fuerza que no se podía sospechar por su diminuta silueta. Cuando terminó de cavar me pidió la cantimplora. Sabía que estaba llena de agua. Yo pensé que quería beber, pero cuando bajamos del camión el cuerpo del anciano muerto, Lipkin comenzó a lavarle la cara.
–Para qué lo estás lavando? Si de cualquier manera está muerto—dijo Spilnichenko con una sonrisa venenosa.
–Es nuestra costumbre—dijo Lipkin, acentuando la palabra “nuestra”—lavar a un difunto antes de darle sepultura. Déjame por lo menos lavarle la cara. Le lavaré la cara también a Scharik.
Antón tuvo una ocurrencia medio rara. Juntó yuyos y hojas con los que cubrió el fondo de las fosas.
–Podrán descansar más cómodamente—dijo con toda seriedad. No pude aguantar la risa y lancé una carcajada; también Spilnichenko río. El eco de la risa rodó por el bosque como pequeñas piedritas que caen por la ladera de la montaña.
A Scharik lo bajamos primero. Yacía silenciosamente y tranquilo, en su uniforme del Ejército Rojo, manchado por el lodo y por la sopa. Parecía dormido, pero en derredor de las diminutas arruguitas de sus sienes y en las comisuras de los labios, se advertía aún la expresión de gran asombro, ese mismo asombro que notamos en su rostro cuando estaba cayendo ante nuestros ojos.
En cambio, la cara del judío parecía una máscara de dolor petrificado. La barba blanca se erguía hacia el cielo, amenazante; un trozo de odio e ira gélidos. Lipkin sacó del bolso del judío—un pequeño bolso de terciopelo—una suerte de sábana blanca con rayas azules con los bordes y los envolvió. Después le ajustó en la frente una especie de cubito de cuero.
–Y esto, ¿qué es? – preguntó Spilnichenko. Pero Lipkin no contestó. De pronto advertí en la frente del judío una gran mancha rojinegra.
–¿No dijiste acaso que le lavarías la cara? ¿Por qué no le limpiaste la frente? – pregunté.
–Esto no se puede limpiar—contestó Lipkin–; ellos le recortan en la frente un “Maguen-David”. . .
–¿Un qué? preguntó Spilnichenko.
–Una estrella de seis puntas, la estrella judía…–dijo Lipkin.
Llenamos apresuradamente las fosas. Con tierra, pero también con hojas, pedazos de corteza y otra piedra, que encontramos ahí cerca. Antón rompió una caja de madera vacía y sacó dos tablitas de su costado. Del bolsillo extrajo un lápiz de tinta y escribió:
Aleksi Ivanovich Lebiediev
Por encima del nombre, dibujó una estrella soviética, una estrella de cinco puntas, y debajo del número militar de Scharik, que Spilnichenko sacó de su libreta de soldado. Lipkin le acercó la segunda tabilla y con una voz temblorosa le dijo a Antón:
–Dibújame sólo una estrella de seis puntas. . . no sé su nombre, pero tenga por lo menos esta estrella. . .
–¿Par qué seis? Nosotros nos conformamos con cinco puntas ¿y a él le daremos seis? – se reía Spilnichenko, medio enojado.
–Déjale sargento – se entremetió Antón, los judíos tienen en sus tumbas una estrella de seis puntas. . . –y diriegiéndose a Lipkin dijo: No te preocupes, yo te daré una estrella de seis puntos. .
Spilnichenko murmuraba furioso: “Todo lo que deben tener distinto. . .no les alcanzan con las cinco puntas de nuestra estrella. . . necesitan una sexta. . . al diablo.”
Media hora más tarde nos había tragado la gran corriente de vehículos y tanques que fluían sobre la carretera. Al anochecer nos envolvió azulino y apacible. En la cabina del chofer seguía explicándole a Spilnichenko que para los judío la sexta punta es algo sacro. Lo miré a Lipkin. Tenía los ojos cerrados, pero yo sabía que fingía, que no estaba durmiendo. De pronto comenzó a hablar en su defectuoso ruso, plagada de expresiones polacas.
Precisamente, esta estrella, comprendes. . . érase una vez, hace miles de años, un rey judío, David. . .en algunos de los antiguos libros, no sé donde, está escrito que su escudo tenía la forma de una estrella de seis puntas. . .
–Tienes razón. . .contestó LIpkin—a vos no te importa nada. . .pero también quiero contarte que una vez leí en alguna parte. . .no, no lo leí. . .puede que alguien me lo haya contado. . .y quizás tampoco me lo contaron, sino que yo mismo llegué a pensarlo. . .a imaginarlo. . .me refiero a esta estrella. . .mirándolo bien, uno se da cuenta de que se compone de dos triángulos. . .uno se introduce en el otro. . se entrelazan los dos. . .¿comprendes?
–No, contesté—no comprendo nada. Y si hay dos triángulos, ¿qué hay con eso?
–Y esto—dijo— hay esto que en nuestros antiguos libros hay descripciones. . . existe un mundo del Bien, enteramente bueno en el que el Mal no existe. . .Y hay otro mundo siniestro, que se encuentra bajo el dominio del diablo. . “
-Estupideces. . .–dije yo—por mí, podrías hacerle al viejo una estrella de siete u ocho puntos. . . ¿a mí que me importa?
A pesar de la calurosa noche veraniega, un frío agudo penetró en mi cuerpo, y me hizo temblar. Recordé todos aquellos augurios siniestros, con los que había comenzado aquel día maldito. Lipkin seguía hablando con un suave monótono:
Una estrella de seis puntas no es más que dos triángulos, que se incrustan uno en el otro, que combaten uno al otro, sin poderse vencer el uno al otro. . .De la misma manera están trabados en un lucha incesante el Bien y el Mal. . .todo está confundido, entrelazado. . .por eso es, tal vez, tan difícil saber dónde comienza lo malo en el ser humano y dónde se apaga lo bueno. . .ahora bien, en aquellos libros está escrito que el mundo interior fue creado exactamente en la forma del mundo superior. . –Y tú crees en todas esas tonterías—pregunté.
–Yo. . . yo ya no sé .. .por ejemplo, ese viejo judío, al que hemos sepultado en el bosque. . . en su rostro vi como una maldición. . .y por otra parte, ese Scharik, por ejemplo. . .era un buen hombre. . .¿no es así?
–Claro que era un buen muchacho—asentí-; cómo se puede dudar? ¿Te hizo algo malo?
–A mí no. . .Todo lo contrario. . .lo digo así no más. . .pienso solamente que me es difícil comprender todo eso. . .toda esa guerra; que la gente se está matando.. . .que nos quieren aniquilar, a todos nosotros, a los judíos. . .precisamente a los judíos. . .nadie lo quiere comprender. . .
–Estás exagerando—le dije.
–No, Zajarov—me contestó–, no exagero. De toda una aldea mataron solamente a uno. . .la aldea quedó y cocinaban sus comidas, como si no hubiera pasado nada. . .pero a los judíos los mataron a todos. . . a todos, sin excepción. . .
–¿Tú qué hacías antes de que te alistaran en el ejército?, — pregunté para desviar la conversación a otro tema–, ¿eras un pope judío?
–Seguramente quisiste decir “rabino” –me contestó. Lo que los cristianos llaman pope, nosotros le decimos rabino. . .no, no era rabino, yo era un simple sastre. .
La carretera en torno nuestro era un hervidero, del que se elevaba al cielo el incesante rugir de los vehículos y los bramidos de órdenes y maldiciones. Desde lejos llevaba el eco sordo de los cañones. Me envolvió el sueño. Soñé que estaba nadando en un cielo lleno de estrellas puntiagudas, que punzaban mi cuerpo. Lipkin me estaba estrangulando. No pude gritar.
“
THE SIXTH POINT – except from a story
It was then that the close, very close retort of a shot resounded. Scharik pushed the canteen away from his mouth and looked at us with eyes totally open, filled with amazement. There was no fear or horror in this look, only amazement. This lasted for only a moment, but it prolonged itself for eternities. His knees buckled; the canteen slipped from his hands and he himself fell his entire height, face down, without even emitting a shout. We got up rapidly. Scharik had knocked over the dinner pots, The potatoes spilled out mixing with the sand. In the yellowish green liquid of the soup were woven little red threads of blood that spouted from the nape of Scharik’s neck.
I felt that I was drowning in the attack of anger that invaded my chest. Without even waiting for Sspilnichenko’s order, I went to the truck and gripped the machine gun, that became savage and began to vomit fir against the nearby hovels. The clattering of the maddened machine gun resounded through a strange and terrifying silence. Only once in a while were heard the explosion of broken windows. Lipkin got down from the truck with his backpack of bandages. The reverberating and plaintive ringing of the bells of the church stopped being heard. I turned around. Spilnichenko along with Antón were placing Scharik on a blanket, on top of the truck, dear the aged Jew, who no longer was moaning. Schrik’s neck was covered with a thick bandage, through which rapidly extended, like flowers, stains of light red.
“He’s not alive.” Liplin said. “He’s dead.”
I knew it as soon as he fell, Spilnichenko answered him.
Antón raised the backboard of the truck and put in the hooks; he got into the cabin and started the motor. Spilnichenko took a grenade out of his backpack and got it ready and with his hands and furious teeth bit off and spit out the safety wire.
“Let’s go!,” he yelled at Antón we will return by the same to the woods. “And you, Zajarov,” he turned around toward me, “what are you doing at the side of the machine gun like an idiot?” Fire against everything and everyone. Put them in their houses, everywhere, in all the windows! Lipkin, help him, pass him the cartridges.
The village remained immersed in silence. We couldn’t know from which hovel the evil and traitorous bullet came. But we knew that death was stalking behind every front door. Spilinchenko quickly threw the grenade over a straw roof.. Sparks jumped up in the middle of black smoke, but soon serpents of yellow-reddish flames licked the roof.. Once again, you couldn’t hear the plaintive ringing of the bells. Some doors opened and people came out onto the street, ran behind the truck; no one was armed, but here and there someone held a scythe or a trident. The fury had abandoned me and I opened fire above their heads. Lipkin brought over to me the belts with the cartridges, but was doggedly quiet. I saw him out of the side of my eye, and I saw tears in his eyes.
The woods received us welcomely and caressed us with its shadow. The truck stuttered, but all of us were immersed in silence, filled with shock. The strong aroma of the pines penetrated our noses. Soon, the truck stopped, and we heard Spinichenko’s voice:
“We’ll bury him here,” he said.
We dug a grave, taking turns, because we had only two shovels that we found in the tool box. The floor of the woods was soft and sandy. The grave was opening silently and warmly, like a mother after a long wait. Little worms shook under the edge of the blades. Spilnichenko hurried us; he wanted to leave for the highway as soon as possible. But when the grave was ready, Lipkin, without pronouncing a word, began to dig another one.
Above the name, he drew a Soviet star, a star with five points and below it Scharik’s military number which Spilnichenko had taken from his soldier’s booklet. Lipkin approached the second board and with a trembling voice said to Antón:
“Draw for me only a six-pointed star. . .I don’t know his name, but at least a six-pointed star, , ,
‘Why six? We are satisfied with five points. And to him we’ll give six?” Spilnichenko laughed, a bit angry.
‘’Let him be, Sergeant,” Antón interjected, :the Jews have on their tombs a star with six points. . .”
Furious, Spilnichenko murmured. “They have to have everything different, , they five points of our flag are not enough for them. . .they need as sixth. . .to hell with it”. . .
“And this one, what’s it for? Spilnichenko asked.
I did know why. Before, I had warned that the aged Jew, who we were carrying in the truck, was dead, Perhaps, he was even dead before that, who knows?
To Spilnichenko, I said only, “Leave him” and I began to help Lipkin. Next, Antón came over to relieve him, but Lipkin didn’t want anyone to relieve him. He continued digging with an impulsive, obstinate rage, with a force that wouldn’t be expective from his diminutive figure. When he finished digging, he asked me for the canteen. He knew it was filled with water. I thought that he wanted to drink, but when we brought the dead old man down from the truck, Lipkin began to wash his face.
“For what are you washing him? If he’s dead anyhow,” Spilnihenko said with a venomous smile.
It’s our custom,” Lipkin said, emphasizing the word ‘our’, “to wash to was a dead person before he is buried. Let me at least wash his face. I will wash Scharik’s face too.”
Antón did something very strange, He collected weeds and leaves with which he covered the bottom of the graves.
“They will be able to rest more comfortably,” he said with total seriousness. I couldn’t bear the laughter, and I let out a guffaw; Spilnichenko also laughed. The echo of the laughter rolled through the woods like little stone falling down the side of a mountain.
We lowered Scharik first. He lay silently and tranquilly, in his uniform of the Red Army, stained with lead and with soup. He seemed to be sleeping, but behind the little wrinkles in is temples and in the corners of his lips, could still be noticed the expression of great amazement. That same amazement that we noted in his face while he was falling before our eyes.
On the other hand, the Jew’s face seemed to be a mask of petrified pain. His white beard stood straight up towards the sky, threatening, a slice of frozen hatred and ire. Lipkin took out the Jew’s bag—a small bag of velvet—a piece of white sheet with blue stripes and he wrapped them up. Then he adjusted on forehead a sort of little cube made of leather.
“And this, what is it?, Spilnichenko asked. But Lipkin didn’t answer. Then I observed on the Jew’s forehead a large red-black stain.
“Didn’t you just now say that you would wash his face? Didn’t you wash his forehead?
“This can’t be cleaned off, “ Lipkin answered,: they cut out of his forehead a “Mogen David.”
“A what? asked Spilnichenko.
“A star with six points, the Jewish star. . .” Lipkin said.
We hurriedly filled the graves with earth, but also with leaves, pieces of bark, that we found close by Antón broke up an empty wood box and took away two pieces from its side. From his pocket, he took out a pen and he wrote:
Aleksi Ivanovich Lebiediev
A half an hour later we had been swallowed up by the great current of vehicles and tanks that were flowing on the highway. At nightfall, we were enveloped, bluish and pleasant. In the driver’s cabin, he kept on explaining to Spilnichenko that for the Jew, the sixth point is something sacred. I looked at Lipkin. He had his eyes closed, but I knew he was faking it, that he wasn’t sleeping. Suddenly, he began to speak with his defective Russian, filled with Polish expressions.
“Exactly, you understand. . . once upon a time, thousands of years ago, a Jewish king, David. . .in some of the ancient books, I don’t know where, that his shield had the form of a star with six points. . .”
In spite of the hot summer night, a sharp cold penetrated my body, and made me tremble. I remembered those sinister omens, with which we had begun that cursed day. Lipkin kept speaking in a soft monotone:
“A six-pointed star is no more than two triangles, that are incrusted one on the other, that combat each other, without being able to defeat each other. . .In the same manner, Good and Evil are engaged in an incessant fight. . .everything is confused, mixed-up. . .it is for that, perhaps, so difficult to know where the evil in human beings begins and where the good is extinguished. . . now, in those books it is written the interior world was created exactly in the form of the higher world. . .?
“You believe in all this foolishness,” I asked.
“I. . .I don’t yet know. . .for example, that old Jew, who we buried in the woods and besides, that Scharik, for example. . .was a good man. . .isn’t that right??
“Of course, he was a good fellow,” I agreed, “How can you doubt that? Did he do anything wrong to you?
To me, no, just the opposite. . .I only say it this way. . . I think that it is difficult to understand all of this. . .everything is war; people are killing. . .they want to annihilate us, all of us, all of the Jews. . precisely all of the Jews. . .nobody wants to understand. . .”
“You’re exaggerating,” I told him.
“No Zajarov,” he answered me. “I don’t exaggerate. Of an entire village, they killed only one. . .they village remained and cooked their meals as if nothing had happened. . .but they kill all the Jews. . .all, without exception.”
“You, what did you do before they drafted you into the army,” I asked to move the conversation to another subject, “were you a Jewish pope?”
“Surely, you meant to say ‘rabbi,’ he answered me. The one the Christians call ‘pope.’ We Jews call ‘rabbi’. . .no, I wasn’t a rabbi, I was a simple tailor.
The highway at our section was a hive from which the incessant roar of the vehicles and the bellow of orders and curses went up to the sky. From far away, arrived the deaf echo of the cannons. Sleep took me in. I dreamt that I was swimming in a sky filled with pointed stars that pricked my body. Lipkin was strangling me. I couldn’t shout out.
Entrevistando a Ben-Gurión/Interviewing Ben-Gurion —
Dando una ponencia (con María Kodama, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato)/Giving a speech in Buenos Aires (with María Kodama, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato)
Luisa Futoransky nació en Buenos Aires. En 1967 se recibe de abogada en la misma Universidad. Obtiene una beca de la Universidad de Iowa mediante la que realiza la residencia del Programa Internacional de Escritura, EE. UU.En Roma, Italia, estudia poesía contemporánea en la Universidad de Roma y en la Academia Chighiana, Siena. Tras residir en China, donde trabaja para Radio Pekín, y Japón, donde es periodista del servicio en español de la NHK y profesora de música en la Universidad de música de Mushasino (Tokio), en 1981 se radicó en Francia, trabajando en el Centro Georges Pompidou, y como redactora de la agencia de noticias France Presse.Ha colaborado en diversos medios literarios periodísticos: Ars, L’Ane, Página/30, Página/12, Clarín, El Correo de la Unesco, World Fiction, Hispamérica, Basel Zeitung. Asimismo, ha hecho trabajos para Radio France, el Ministerio de Cultura Francés y Radio Euskadi de España.Futoransky, que habla español, francés, inglés, hebreo e italiano, reúne en su obra un conjunto increíblemente rico de referencias culturales inspiradas en sus experiencias de vida en América Latina, Europa y el Lejano Oriente, que mezcla con imágenes distintivas de su hogar (Argentina). En 1997 fue miembro del International Writing Program de Iowa City, Iowa. Es invitada regularmente a dar conferencias en prestigiosas universidades de Francia, España, Argentina y Estados Unidos. Asimismo, con regularidad es autora invitada a festivales literarios internacionales. La obra de Futoransky se cita a menudo en los estudios sobre la escritura femenina contemporánea, así como en los que tratan temas como el exilio, la identidad transnacional, la lengua, la poesía latinoamericana contemporánea o los escritores argentinos en París.
Luisa Futoransky was born in Buenos Aires. In 1967 she received her law degree from the same University. He obtains a scholarship from the University of Iowa through which he does the International Writing Program residency, USA in Rome, Italy, studies contemporary poetry at the University of Rome and at the Chighiana Academy, Siena. After residing in China, where she works for Radio Peking, and Japan, where she is a journalist for the NHK Spanish service and a music professor at the Mushasino University of Music (Tokyo), in 1981 she settled in France, working at the Center Georges Pompidou, and as editor of the France Presse news agency, has collaborated in various literary and journalistic media: Ars, L’Ane, Página / 30, Página / 12, Clarín, El Correo de la Unesco, World Fiction, Hispamérica, Basel Zeitung. He has also done work for Radio France, the French Ministry of Culture and Radio Euskadi de España.Futoransky, who speaks Spanish, French, English, Hebrew and Italian, brings together in his work an incredibly rich set of cultural references inspired by his experiences of life in Latin America, Europe and the Far East, which he mixes with distinctive images of her home (Argentina). In 1997 she was a member of the International Writing Program of Iowa City, Iowa. She is regularly invited to give lectures at prestigious universities in France, Spain, Argentina and the United States. She is also a regular guest author at international literary festivals. Futoransky’s work is often cited in studies of contemporary female writing, as well as in those dealing with topics such as exile, transnational identity, language, contemporary Latin American poetry, or Argentine writers in Paris.
En el comienzo hay ruido a viento, está soleado y yo estoy adentro. No empleo el tiempo caminando por el sendero de tierra para el barrio de Jaitién, no por el de la derecha hacia la Cooperativa Popular. Se me cruzan varios lugares en los que puedo pensar para no estar donde estoy ahora, sugeridos por una foto y una tarjeta postal que coloqué bajo el vidrio del escritorio, son: un ramo de cerezas en flor de uno de los árboles de la casa donde viví cuatro años en Sakuradai, Tokio, y la Puerta de los Leones de Jerusalem.
Me soné los dedos, los de la mano izquierda, cada crujido equivale a una mentira: tengo más mentiras en la mano derecha que en la izquierda. Estoy de acuerdo: la izquierda es del corazón.
Oigo que por el pasillo que da a mi cuarto los tonjis, camaradas en chino, se están gritoneando, a lo mejor son simplemente como me suenan a mí los cuatro tonos de su idioma y en vez de putearse están hablando de sus temas preferidos: el tiempo o el precio, calidad y escasez de las verduras. Las ramas de los árboles ya están peladas.
Cancelo la nostalgia de un plumazo y no voy a hablar de cuando volví a ver la Cruz del Sur, pero en Bali. Entonces, ¿qué? Estoy mareada porque no sé lo que vale la pena decir y lo que tengo que seguir diciendo. Excusas, tentaciones que no me voy a conceder: irme un <<ratito>> a la cama para hacerme la paja, visitar a mi vecina para preguntarle cómo siguen los múltiples fracturas del marido después del accidente—último escandalete protagonizados por sudamericanos del Hotel de la Amistad, donde ocurrió que luego de hartas tramoyas para conseguirlo por vía diplomático, el único latino con auto propio de los que trabajamos contratados por China en Pekín, sale a estrenarlo con el amigo y el mismo día se hacen polvo en curda a las tres de la mañana tratando de levantar minas en el parque Beihai—o hablar con Ana para matar el tiempo, suponiendo que el tiempo se deje. Entonces accedo a tras trampas de las urgencias: mear y lavar los pañuelos—estoy tan resfriada–, por encima de la náusea que no quedan restos de moco y hacerlos secar en las azulejos del baño para que se planchen solos. También ahí, está claro, me doy una lectura, una guía, una señal.
No puedo comenzar esto diciendo: <<Nací 1632 en la ciudad de York>> como Robinson, porque nací en Buenos Aires el 5 de enero de 1939. Mis padres decían que en el nacimiento del cuello tengo dos venitas que formaban claramente una V, la V de Victoria, decían.
Casi ningún recuerdo de la guerra, aunque esforzándome puedo distinguir con vaguedad en la pieza que nos servía de comedor y dormitorio, de techo muy alto con ladrillos entre las vigas, pintados de cal blanca, una conversación entre papá y los tíos—apuesto que quieran ganar a los aliados–. Y otra más susurrada: –dicen que en Entre Ríos están preparando campos de concentración–. Y una tercera en la que mamá trata de aplacarlo y él da un puñetazo sordo en la mesa y se pone colorado de rabia, como cuando se enoja conmigo: — cuando ustedes decían que Londres no iba a aguantar el único que tenía razón como siempre era yo–, notar el como siempre. Pero, mucho más que eso, recuerdo celebrando parecido con Shirley Temple; por él una mujer una vez hasta me quiso regalar plata en el subte: –la nena es una belleza, Dios la guarde; toma linda, para que te compres algo que te guste–. Y papá, por supuesto impidiéndome recibirla con la mirada: –faltaba más, señora, pero decí gracias lo mismo–. Y ella: –pero señor….
Y el episodio me dejaba una sensación de culpa, de vergüenza, de miedo, porque estaba enojado y yo no sabía qué había hecho de malo; otra mujer con papá y yo en la plaza de Santos Lugares, papá nunca me deja esta vez me manda — ¡qué raro!—a jugar sola; por fin después me llaman y la mujer se ríe siempre me regalaba monedas uruguayas grandotas de cinco centésimos, muy pesadas. –Pichita, decí muchas gracias–, y digo pero de mentira si igual no son para mí, si el que junta monedas es papá. Desde ese día perdí el gusto por mi juego preferido, subirme a la cama grande y que papá y yo desparramáramos juntos su colección de monedas porque estaban <<esas>> de las que no podía hablar ni la señora tampoco. Recuerdo a mi abuela que me ordenaba contestar a todos que me dijeran que yo era linda, sana y gordita: –¿yo como tu pan?—y hacer simultáneamente sin que me vieran el signo de la figa así me alcanzaría el mal del ojo. Recuerdo el gallinero, los nísperos y el membrillo cerca de un lugar que no me dejan y llamaban pozo ciego, recuerdo a mi abuelo siempre con tos y cosiendo corbatas, la mano más linda de todas de llevar mi mano por la calle, la boca más verdad de todas de contarme cuentos de gitanos, recuerdo el polvillo que levantaba en la entretela cuando cosía y tosía porque yo siempre quería estar parada al lado de la máquina con él, a mi abuelo un día muerto y papá que me lleva para que lo vea en la pieza de al lado y aunque estaba muy raro y amarillo y medio blanco y medio verde tuve que darle un beso, pero yo no quería. Recuerdo la bomba de agua tan fría a la mañana tan lejos en el fondo de la casa, mejor morir como el abuelo y los canarios del abuelo y el perro del abuelo que tener que lavarse para ir al colegio; –de la Capital porque aunque sea un sacrificio para mi marido llevar y traer a la nena todos los días a la escuela, la enseñanza es mucho mejor que de la provincia–.
El colegio Delfín Gallo, Escuela número 1, Consejo escolar 17, de Villa Devoto. Por más que ahora me esfuerce, nunca sabré ya quién era ellfíngallo, ni cuál será el fin del gallo y como esa, muchísimas cosas más.
En el exilio no se velan las armas sino el cartero.
siempre, siempre, desde hace veinte años, la esperanza en el cartero o en el teléfono con el mensaje milagroso que cambiara el curso de la vida, o más modestamente una pequeña glorificación, al menos uno de los premios menores de la lotería
debido a mi precariedad todos mis cuartos han tenido y tienen todavía cosas en la pared clavadas con chinches, nada de marcos ni clavitos, nada de permanente ni de permanecer, al menos por ahora, la inseguridad de no tener derecho (real) de estar en el lugar donde estás, de paso marginal o casi fuera de la ley, un eterno rechazo (eso no se hace, nena, ¡qué vergüenza!) a firmar contratos y angustia a renovar el pasaporte, cambio, refocilarme en la lista de miedos de día, que los de noche todavía no se tocan, siempre existen varias manera para salir del callejón sin salida, volver sobre los pasos por ejemplo, aunque generalmente el camino de vuelta es más largo y pesado, o saltar la tapia—
posibilidad aún no contemplada. pausa. debajo del vidrio de mi escritorio—pesado resabio, como todos los todos los muebles del hotel, de la primavera del romance chino-soviético–, también tengo una foto del Buda de Kamakura; le miro larga, intensamente, cómo forma con las manos el mudra perfecto para integrarse con el cosmos, por si alguna vez aprendo. estoy sacando del cajón lo que tengo (¿todo?, existe acaso todo?), en este momento es lo mejor, lo único, una cosa que querría tener delante, mecerla contra el pecho, a tres metros del ojo, incrustada en mi pared: la chupa enlozada, con esfuerzo podría decir con mayúsculas azules y dibujo y texto en parte borrados para siempre que se encontraba en el muro de entrada del patio de mi escuela primaria: las mayúsculas grandes rezaban absolutos: SEA COMPASIVO CON LOS ANIMALES (Domingo Faustino Sarmiento).
la palabra compasión que volvió a aparecérseme hace un par de años, allá por los trainings de Life dynamics en Tokio, en los libros de budismo que leo ahora y que me sorprendió—pero, ¿de qué está hablando? – cuando al final de algunas de aquellas catárticas maratones emocionales, Paula, una muchacha integrante del grupo, le pidió a Satoko, la calígrafa japonesa, que le llevara la mano para escribirse esa palabra en los enigmáticos y sombríos caracteres chinos y poder tenerla así continuamente delante a mí se me confunde con la que a mi turno, yo le pedí: alegría y creación, o sea con-pasión, una sola patita de una consonante y es una puerta que no cruzo, al menos todavía, detengámonos en el dintel.
Recién estoy empezando a aceptar que en Baires no se acuerden de mí. Un segmento de recta largo que tracé relativamente a sabiendas y del cual soy responsable. Me liga un ajado pasaporte azul marino, el idioma que estoy viviendo como puedo, el paquete de fantasmas que me visitan cada vez por suerte de menos frecuencia, los cuatro o cinco amigos que cada tanto reencontramos por el mundo y pará de contar. Se acabaron los firuletes y el vendedor de barquillos con el eje de su ruleta pura trampa en el recuerdo. Nadie conserva los negativos del bebé desnudo en Santos Lugares ni las piedrecitas que se metía en mis primeros zapatos cuando caminaba orgullosa de la ma-no-de-pa-pá por el pedregullo de la plazoleta de la estación de ferrocarril. Allí quedaron también los huesos de las bobes y zeides que a veces pretendo que me visitan para protegerme cuando medito a modo nuestro en el zaipe número 4414 del pekinés Yoi-Bing-Wang, Hotel de la Amistad.
In the beginning there is noise of the wind, it is sunny and I am inside. I don’t use the time walking on the dirt path toward the Jaitien neighborhood, not to the right toward the Popular Cooperative. Several places pass me by of which I can think in order not to be where I am now, suggested by a photograph and a post card that I placed under the glass of the next, they are: a branch or cherries in flower of one to the house trees where I lived tor four years in Sakuradai, Tokyo and the Lion’s Gate in Jerusalem.
I cracked my fingers, the lefthanded ones, each crack equals a lie: I have more lies in the right hand than in the left. I agree: the left side is the heart.
Though the hallway that faces my room I hear the tonjis, comrades in Chinese, they are yelling, or perhaps it is simply how the four tones of their language sound to be, and instead of screwing around, they are speaking about their favorite topics: the weather or the price, quality and shortages of vegetables. The tree branches are already bare.
I cancel nostalgia with a stroke of my pen and I’m not going to speak about when I saw the Southern Cross again, though in Bali. Then, what? I am dazed because I don’t know what is worth saying and what I have to say continue saying. Excuses, temptations to which I am not going to concede: go to bed for “a little while” to masturbate, visit my neighbor to ask her how her husband’s multiple fractures are coming along after the accident—a small scandal starring South Americans from the Hotel of Friendship, where it happened that after full-fledged schemes to obtain it by diplomatic means, the only Latino with his own car from among those who worked under contract to China in Peking, goes out with a friend to show it off, and the same day they got wasted and totaled it at three o’clock in the morning, while chasing girls in Bahei Park. Or to speak with Ana to kill time, supposing that there was time left to kill. Then, I accede to those urgent requirements: to pee and to wash handkerchiefs—I have such a bad cold—above and beyond the nausea, that there are no bits of snot left and to let them dry on the bathroom tiles so that they iron themselves. Also, there, I give myself a lecture, a guide, a signal.
I can’t begin by saying: “I was born in the city of York” like Robinson, because I was born in Buenos Aires in the fifth o January of 1939. My parents use to say that since birth I have two little veins that clearly form a V, a V for Victoria, they said.
Almost no memory of the war, though forcing myself I can distinguish vaguely in the room that served us as bedroom and living room, with a very high roof with bricks between the rafters, painted with white lime, a conversation among papa and my uncles—I guess the wanted Allies to win–. And another more whispered: “They say that they are preparing concentration camps in Entre Ríos.” And a third in which my mother tried to calm him down, and he slammed the table with dull blow of his fist on the table and turned red with rage, like when he was mad at me: “When you folks said that London will not endure, I was the only one who was right, as I always was, with the emphasis as always. But much more that, I remember my celebrated resemblance to Shirley Temple. For that, once a woman wanted to give me money on the subway: “The little girl is a beauty, let God watch over her, take pretty one, so that you can buy something that you like.” And papa, of course keeping me with his glance from receiving it; “It’s not necessary, Madam, but tell the thank you anyway.” And she: “But, sir… And the episode left with a sensation of guilt, of shame, of fear, because he was angry, and I didn’t know what I had done wrong; another woman with papa in the Santos Lugares Plaza, papa who never left me, ordered me–how strange!—to play alone; finally, later they called me, and the woman laughed and gave me huge Uruguayan coins of five centesimos, very heavy ones. “PInchita, say thank you very much”, and I said it, but I was lying, for as it was, they weren’t for me, since the one who collects coins from all over the world is papa. From that day, I lost my appetite for my favorite game, to climb onto the big bed, and papa and I spilled together his collection because there were “those” which he couldn’t speak not even to mother. I remember my grandmother who ordered me to answer all those who told me I was pretty, healthy and chubby: “Do I eat your bread?” and simultaneously without their seeing it give them the finger, so as to avoid the evil eye. I remember the chicken coop, the medlars and the quince tree near a place where they didn’t let me go near and they called the blind well, I remember my grandfather who always had a cough and always sewing neckties, the nicest hand of all to take my hand on the street, the most true of all for telling me gypsy stories, I remember the dust that rose on the inner lining when he sewed and coughed because I always wanted to stand beside the machine with him, of my grandfather, dead one day, and papa who brought me so I could see him in the side room, and although he was very strange and yellow and half white and half green, I had to give him a kiss, but I didn’t want to. I remember the pump of cold water in the morning so far from the back of the house, better to die like my grandfather and my grandfather’s canaries than to have to wash yourself before going to school: “in the Capital because even if it was a sacrifice for my husband to take the girl to school and bring her home every day, the teaching is far better than in the province.”
The Delfín Gallo School, School number 1, School Council 17 of Villa Devoto. For as hard as I now try, I will never yet know who was ellfíngallo, or what will be the ‘fin (end) of the gallo (rooster)’ and like that, many other things.
In exile, you don’t watch over your weapons and armor, but rather the postman.
always, always, for twenty years, the hope in the postman or in the telephone with a miraculous message that will change the course of life, or more modestly, a small gratification, at least one of the smaller prizes of the lottery.
owing to my precariousness, my rooms have had and still have thing on the wall stuck in with little pins, nothing like frames or little nails, nothing permanent nor staying, at least for now, the insecurity of not having the right (for real) to be in the place where you are, marginally passing through or almost beyond the law, an eternal rejection (you don’t do that, little girl, how shameful!) to sign contracts and the anguish of renewing your passport, change, to take pleasure in the list of fears by day, that those by night don’t yet touch you, there always exist various ways to leave the dead end street, reverse your steps, for example, although generally the return trip is larger and harder, or jump over the wall—
a possibility not yet contemplated, pause, below the glass of my writing desk—awfully bad taste, like all the furniture of the hotel, from the spring of the Chino-Soviet romance–, also I have a photo of the Buddha of Kamakural; I look at him for a long time, intensely, how he forms the perfect mudra with his hands to integrate himself with the cosmos, as if I will learn sometime. I am taking what I have out of my big box (all? does all perhaps exist?), in this moment, it is the best; the only one, a thing that I would like to have in front of me, to rock it against my chest, at three meters from my eye, incrusted into my wall: the enameled piece of leather, with difficulty it could say with it had blue capital letters and drawing and text, in part erased, for all times that was found in the entrance wall of the patio of my elementary school: the capital letters prayed in absolute terms: BE COMPASSIONATE WITH ANIMALS (Domingo Faustino Sarmiento.)
the word compassion that appeared to me again a couple of years ago, there in the trainingsofLife dynamics in Tokyo, in the books of Buddhism that I read now and that surprised me—but, what are they talking about—when at the end of some cathartic emotional marathons, Paula, a girl member of the group, aske Satoko, the Japanese calligrapher, that he raise his hand to write that work in the enigmatic and somber Chinese characters and have it always in front of her, and I am confused when at my turn, I ask him for: joy and creation, o rather con-passion, a single little foot of a consonant and it is a door that I don’t cross, at least for now. let’s stop at the threshold.
Recently, I am beginning to accept that in Baires they don’t remember me. A segment of a long straight line that I trace relatively fully aware and of which I am responsible. I am tied by a worn sea blue passport, the language that I am living as I can, a package of phantasms that visit me luckily over time less frequency, the four of five friends that every once in a while we meet again in the world and–stop to retell. The knick-knacks have stopped and the seller of ice cream cones with the shaft of his roulette wheel only a trap in the memory, nobody keeps the negatives of the naked baby in Santos Lugares nor the little stones that were put in my first shoes when I proudly walked with pa-pa’s ha-nd through the little square of the railway station. There also remain the bones of the las bobes and zeides who at times I pretend visit me to protect me when I meditate in our way in the zaipe number 4424 of the Bejing Yoi-Bing-Wang, Hotel of Friendship.
De todas las sinagogas de Argentina, la gran mayoría están en Buenos Aires, la capital, que refleja en parte, el hecho de que hasta 80% de los judíos del país viven dentro o cerca de Buenos Aires. La Seminario Rabínico “Marshall Meyer Z”L” queda allí tanto como las sedes culturales la Asociación Mutual Israelita Argentina y La Hebraica y también el Congreso Judío-Latinoamericano. Y hay redes de escuelas judías y programas deportivas.
La situación en el interior del país es bien diferente. En las otras ciudades grandes, Córdoba, Rosario y Tucumán, el número de judíos no pueden soportar más de dos o tres sinagogas. En otros lugares, los socios luchan para mantenerse en comunidades o kehilot mucho más chicas. Estas sinagogas existen desde el calor de la provincias del Chaco y Resistencia hasta el frío de Tierra del Fuego en el sur. Son ortodoxos or masorati olam (Conservadores). Recientemente, Jabad Lubavitch, la organización ultra-ortodoxa, ha extendido sus servicios religiosos y sociales a lugares que antes tenía poca vida judía.
En las provincias de Entre Ríos y Santa Fe quedan sinagogas chicas fundadas a fines del siglo XIX en las colonias agrícolas en la pampa. Ahora unas pocas de estas sinagogas son activas; las otras han vuelto a ser museos de la época de “los gauchos judíos”, los primeros pioneros judíos en la Argentina.
Of all the synagogues in Argentina, the vast majority are in Buenos Aires, the capital, which reflects in part the fact that up to 80% of the country’s Jews live in or near Buenos Aires. “Marshall Meyer Z”L” Rabbinical Seminary is there as well as the cultural headquarters of the Argentine Israelite Mutual Association and La Hebraica and also the Jewish-Latin American Congress. And there are networks of Jewish schools and sports programs.